Por: Pere Rusiñol
MADRID • 20 DE MARZO DE 2011
En 1954, Lewis Strauss, financiero estadounidense
entusiasta del uso nuclear para fines civiles, pronunció un discurso ante la
Asociación Nacional de Escritores Científicos que quedaría como hito de la fe
en el potencial de la energía nuclear para mejorar el mundo: auguró que
llegaría a ser "demasiado barata para facturarla".
Limpia, infinita,
segura y, además, gratis: la gran utopía al alcance de la mano. Casi 57 años después,
y pese a Chernóbil y a decenas de sustos y a quiebras económicas -entre ellas,
la de Fecsa, aquí-, el eco de esta promesa aún se escuchaba con la música del
"renacer nuclear".
El pasado 8 de marzo, FAES, la fundación presidida
por José María Aznar, presentó su informe Propuestas para una estrategia
energética nacional, en el que participaron casi 30 expertos de máximo nivel,
que no sólo abogaba por construir más nucleares y extender hasta los 60 años la
vida de las actuales, sino que exhibía una fe que lo emparentaba con Strauss:
la energía nuclear, insistía, es "sostenible, limpia, segura y
económica". Sin matices. El entusiasmo no dejaba resquicio para el debate:
"La gestión de los residuos radiactivos está asegurada y garantizada".
Y todavía más: "La seguridad de las centrales nucleares está fuera de duda".
Sólo tres días después, un terremoto arrasó Japón. Y no debe de haber ya nadie
en todo el mundo que no haya oído hablar de Fukushima. "Fukushima supone
un antes y un después equivalente al de Chernóbil, acabe como acabe. Ya no se
puede decir que es un accidente en una dictadura decadente, sino que se trata
de la democracia más pronuclear, junto con Francia", sostiene un alto
cargo del Gobierno español experto en nucleares.
Debate
abierto
La sensación de que el peligro de
"apocalipsis" en Japón supone un antes y un después está muy
extendida, aunque ello no zanjará ni mucho menos el debate nuclear. Los
pronucleares seguirán defendiendo la necesidad de esta energía para recuperar
la senda del crecimiento económico, insistirán en que, pese a todo, es bastante
segura y subrayarán que no genera CO2 y que es barata. Los antinucleares
responderán que el avance de las renovables la hace ya innecesaria, que la
seguridad nunca será total, que sí genera CO2 si se analiza el ciclo nuclear
completo y que sólo es barata si la gran inversión requerida está amortizada.
El debate seguirá, pero ya sin la fe de Strauss: ese sueño resultó ser una
quimera.
"Seguimos convencidos de que no se puede prescindir de la energía
nuclear para afrontar las crecientes demandas energéticas. Pero siempre estamos
abiertos a replantear cosas y a aprender de lo sucedido", explica María
Teresa Domínguez, presidenta del Foro Nuclear, que agrupa a la industria
española del sector. "Hay que estudiar con mucho detalle lo que ha pasado
y ver qué puede mejorarse", admite, comedida.
Las posiciones más
entusiastas, las que abrazaron la quimera de Strauss, no han sido patrimonio
ideológico de nadie -se encuentran en la derecha y en la izquierda-, pero sí
son una característica común de todos los think-tanks partidarios del libre
mercado en estado puro. Pero paradójicamente fue el mercado el que primero
señaló que el sueño de la energía nuclear baratísima y sin peligro era en
realidad una quimera. Nunca se creyó las promesas: ni las aseguradoras quieren
darle cobertura ni los inversores jugarse su dinero, salvo si el Estado corre
con los gastos.
La única fórmula que se encontró para incorporar a las
aseguradoras al circuito fue eximirlas por ley de la responsabilidad civil y
endosársela al Estado. Y así ha sucedido en todos los países que han abrazado
esta energía, incluido España, desde que la Ley Price-Anderson abriera camino en
EEUU, en 1957.
Alto
riesgo
Aun así, ninguna empresa se atreve en solitario,
como recalca el mismo Diccionario Mapfre de Seguros, que tiene entrada propia
para "riesgo atómico": "Dada su gravedad, no es normalmente
aceptado por aseguradoras individuales, sino que su cobertura suele
corresponder a un pool o consorcio de aseguradores".
Cuando a partir de
2007 empezaron a elevarse las cuantías mínimas a cubrir, ni siquiera sirvieron
ya los pools. Y eso que la cifra asegurada es ínfima en relación con la
responsabilidad civil que debería afrontar el Estado: el Congreso acaba de
elevar en España el seguro obligatorio a 1.200 millones, cuando el Gobierno
ucranio ha cifrado en 55.000 millones sólo los costes sanitarios de Chernóbil.
"Se supone que las nucleares refuerzan la economía, pero lo que vemos es
que la pueden llevar a la quiebra y las aseguradoras lo saben", opina
Carlos Bravo, de Greenpeace. Tampoco hay inversores que se atrevan a lanzarse a
construir centrales nucleares en un entorno de libre competencia. Ni siquiera
ante la promesa de ayuda estatal: el último reactor construido en EEUU data de
1979, pese a que George W. Bush y Barack Obama han ofrecido préstamos
preferentes que llegarían hasta el 80% del total de la inversión y que podrían
llegar hasta 25.000 millones de euros en total.
Pero el mercado no se fía de
las bondades nucleares -ya en 1984, la revista Forbes calificó la energía
nuclear del "mayor fiasco en la historia económica norteamericana"-
ni siquiera para aportar ese 20% sin cobertura. Tampoco en España, donde la
moratoria nuclear terminó de facto con la liberalización de 1997, se ha
presentado un sólo proyecto privado de nueva construcción. Y esto que nadie era
capaz aún de colocar en el mapa a Fukushima, que según todos los expertos
exigirá gastos adicionales en seguridad.
En la práctica, las centrales se
construyen sólo cuando es el Estado el motor y garante del proceso, ya sea en
China o en Francia, cuya energía procede en un 75% de las nucleares. "La
inversión requerida es tan grande y a tan largo plazo, con tantas
incertidumbres, que el riesgo es enorme", explica Santos Ruesga,
catedrático de Economía de la UAM y experto en nucleares. Desde que empezó el
negocio, a mediados de la década de 1950, el coste y el periodo de construcción
de una central casi siempre han sido el doble o el triple del previsto en el
plan de negocio.
Un exhaustivo informe oficial de EEUU calculó que el coste de
las 75 centrales estudiadas había superado los 145.000 millones de dólares
cuando estaba previsto un desembolso de 45.000.
La tendencia sigue hasta hoy. La supermoderna
central nuclear que empezó a construirse en Finlandia en 2003 se presupuestó
para cuatro años y 3.000 millones de euros. La fecha prevista ahora para su
inauguración es 2013 y la factura suma ya 5.800 millones. Estos 2.800 millones
de diferencia -y subiendo- los tendrá que asumir el promotor, Areva, controlada
por el Estado francés: pagarán, pues, los contribuyentes. En este desfase
radica buena parte de los enormes agujeros financieros de origen nuclear. Para
taparlos, siempre se ha recurrido al dinero público.
También en España.
La burbuja
nuclear que estalló en EEUU en la década de 1980 tuvo igualmente su réplica
aquí. Tras llegar al Gobierno, el PSOE declaró una moratoria nuclear que muchos
expertos atribuyen en realidad a un intento de evitar la quiebra en cadena de
las eléctricas, ahogadas por los créditos de origen nuclear. Con la moratoria
se suspendió la construcción de siete centrales imposibles de terminar y
posteriormente se repartieron a las empresas 729.000 millones de pesetas (4.391
millones de euros) en indemnizaciones, que han ido pagando los consumidores a
través de la tarifa eléctrica.
Pero no fue este el único flujo de dinero
público hacia el sector: mientras duró el periodo de amortización -en que los
propietarios de las centrales tenían que ir pagando la enorme deuda contraída
para la construcción-, funcionaba un sistema estable que pagaba por la energía
nuclear una factura alta que permitiera la amortización en sólo 25 años.
Después, con la liberalización de 1997, se introdujeron además fondos públicos
específicos de más de mil millones -que fueron combatidos por Bruselas- para
ayudarla a competir en un mercado abierto. Y luego está el espinoso asunto de
los residuos, que hasta la conmoción de Fukushima era el problema pendiente del
sector, por mucho que FAES lo diera por resuelto. También aquí el dinero
público acaba acudiendo al rescate, a menudo en el paquete del desmantelamiento
de la central tras el fin de su vida útil.
Dudas
con los residuos
En España, los residuos de baja y media actividad se
van almacenando en El Cabril (Córdoba) y como el horizonte en que llegará al
100% se acerca -en principio, 2030-, urge construir un nuevo almacén, que
exigirá el desembolso de otros mil millones. Pero aún no se sabe cómo guardar
los de alta actividad, que son apenas el 5% del total pero que representan el
95% de la radiactividad, letales durante centenares de miles de años. Nadie
sabe cuánto costará hacerse cargo de todo esto. Tras la llegada del Gobierno de
José Luis Rodríguez Zapatero, se fijó a las empresas un canon de 0,2 euros por
Mwh para hacer frente a los residuos. Por esta vía está previsto que el fondo
creado en 1985 -y alimentado hasta 2006 con dinero público- alcance 16.000
millones en 2060.
¿Será
suficiente?
No hay estimaciones oficiales, pero tampoco dudas:
no. Reino Unido ha calculado que necesitará invertir 125.000 millones para
desmantelar su parque de centrales obsoletas y hacerse cargo de los residuos
durante 125 años. La factura la pagará el contribuyente. "Lo que en España
tenemos resuelto en los residuos es el equivalente a una semana de vida de un
adulto que llegará a los 80 años. Nadie es capaz ni siquiera de imaginar a
cuánto ascenderá el coste", afirma un alto cargo gubernamental. "Los
gastos de esta energía supuestamente tan barata son enormes, pero siempre se
socializan", lamenta Ladislao Martínez, una de las referencias del mundo
ecologista español, ahora en Fundación Renovables, quien agrega otros dos
aspectos que nunca se contabilizan: las carreteras especiales construidas para
cumplir con los planes de emergencia y "la increíble consideración de la
nuclear como industria nacional cuando desde 2001 importa el 100% del uranio".
Si
todos estos gastos se han socializado, no ha pasado lo mismo con los beneficios
generados una vez superado el largo periodo de amortización. Tampoco aquí hay
datos oficiales, pero sí suficientes indicios como para concluir que han sido
muy cuantiosos. Es ahora, que ya no hay que cargar con los enormes gastos
financieros derivados de la construcción, cuando puede hablarse de que producir
energía nuclear es barato: según un informe de 2008 elaborado por tres
consejeros de la Comisión Nacional de Energía -Sebastià Ruscalleda, Jorge Fabra
y Jaime González-, el coste de producción para centrales amortizadas era de 18
euros por MWh en las nucleares, por 58 del carbón y casi 69 del ciclo
combinado.
"Caídos
del cielo"
En los años de amortización, el sistema beneficiaba
a las nucleares. Y el de ahora, en las antípodas de aquél, también: las
empresas ofertan su energía en una subasta y Red Eléctrica, tras adquirir el
lote de renovables, va comprando por orden de barato. Como las nucleares no
pueden parar la generación, entran en el sistema a "precio cero" para
asegurar así que se coloca la disponible. Pero luego el sistema establece que todos
reciban el mismo pago que la última tecnología que ha entrado en la subasta (la
más cara), que suele ser el gas natural. El negocio es tan redondo ahora, con
los costes de capital ya amortizados, que se ha creado un término ad hoc para
referirse a ellos: "beneficios caídos del cielo". Del informe de la
CNE se desprendía que los dueños de las nucleares se repartieron por esta vía 2.000
millones en 2008. Ello lleva a la cifra media de 800.000 euros al día por
central.2008 fue un año excepcional porque el precio de referencia que pagó Red
Eléctica subió hasta los 60 euros. Pero incluso con los baremos actuales, en
torno a los 40 euros, los beneficios son magníficos: unos mil millones al año
en su conjunto, 400.000 euros al día de media por central.
Impuesto
en Alemania
Que estas estimaciones se acercan a la realidad lo
prueban los cálculos difundidos en Alemania tras la decisión de Angela Merkel
-tras Fukushima, congelada- de prolongar 12 años la vida de las 17 centrales:
iba a suponer 100.000 millones de ingresos extras para las empresas. La cuenta
supone 1,3 millones brutos por central y día. Eso sí, Merkel gravó con un
impuesto la prolongación del periodo de funcionamiento, con lo que el Estado
iba a ingresar 30.000 millones. El sector español no da cifras de beneficios.
Como mucho, de inversiones: "Hemos internalizado muchos más costes que
otros, como los residuos, y pese a ello seguimos siendo competitivos e invertimos
300 millones al año en mejoras al parque nuclear", destaca la presidenta
del Foro Nuclear.
La gran paradoja es que el consumidor no se beneficia ahora
de que el precio de producción nuclear sea tan bajo porque Red Eléctrica paga
la tarifa cara. "Ahora mismo, el gran argumento de que producir energía
nuclear es barato sólo sirve para aumentar el bolsillo de sus
propietarios", lamenta Javier García, de Ecologistas en Acción. Los
beneficios del sector dependen, pues, fundamentalmente de que se alargue la
vida de las centrales que ya se amortizaron con ayuda de dinero público:
levantar nuevas centrales exige un esfuerzo económico demasiado arriesgado para
un inversor privado mientras que las viejas implican beneficios seguros y para
hoy.
"La industria planteó el renacer nuclear al extremo para quedarse en
el punto medio, que es el que en realidad les interesa: prolongar la vida de
las centrales", opina Carlos Mulas-Granados, economista y director de
Ideas, la fundación del PSOE. Esta dinámica incrementa más aún los riesgos de
la energía nuclear, añade Enric Tello, economista de la UB: "En estas condiciones,
se querrá sacar el máximo partido de la gallina de los huevos de oro y las
centrales son muy antiguas. La pugna entre la rentabilidad privada y la
seguridad pública aún crecerá mas", opina.
El sueño de Strauss resultó ser
una quimera. Pero aún podría convertirse en pesadilla.
EEUU: ningún reactor nuevo desde 1979
104 reactores
operativos
Actualmente, Estados Unidos cuenta con 104 reactores nucleares
operativos. Todos ellos empezaron a construirse entre 1968 y 1978.
0 pedidos desde 1979
Desde 1979, año del accidente de Three Miles Island, no se ha iniciado
la construcción de ningún reactor en EEUU, país donde la energía nuclear
cuenta con el apoyo de los dos grandes partidos. El accidente no causó graves
daños y la central sigue funcionando, con licencia para operar hasta 2034.
124 cancelaciones
Entre 1974 y 1984 se cancelaron pedidos de construcción de 124
reactores. Varios expertos sostienen que las reservas de la iniciativa
privada arrancan de antes del accidente, cuando los inversores detectaron sus
enormes riesgos económicos.
|
Fuente:
Diario
Público
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