Por: Javier Alonso
Médico
ESPAÑA • 29 DE MARZO DE 2011
"Quiero pedir perdón a nuestras familias por el
sufrimiento que les estamos haciendo pasar".
Son las palabras de uno de
los responsables de los cincuenta de Fukushima, un grupo de más de
200 personas que tratan desesperadamente de evitar una catástrofe nuclear
regando los reactores con mangueras. Como aquellos kamikazes que estrellaban
sus aviones cargados de explosivos contra los navíos americanos tratando de
evitar su llegada a las costas de Japón, sacrifican su salud y ponen es riesgo
su vida -ya se han producido varios fallecimientos en ese grupo- intentando
contener el escape radiactivo que se ocasionaría si el combustible de alguno de
los reactores se fundiera completamente o si las piscinas donde se almacena el
ya utilizado se quedaran sin agua.
Un escape radiactivo que tendría mucha menor
magnitud que el ocurrido, tras la explosión y proyección a la atmósfera de
toneladas de material radiactivo, hace 25 años en Chernobyl. En Fukushima el
tsunami provocó daños que inutilizaron los sistemas de refrigeración, pero los
reactores ya estaban en situación de parada de emergencia desde que se produjo
el terremoto, las medidas de contención de las vasijas eran más sólidas -aunque
puede que ya estén fracasando- y se dispone de más medios técnicos para atajar
el accidente. Un escenario opuesto al que se vivió en la central soviética, en
la que una combinación fatal de errores de diseño, gestión e intereses
políticos originó la contaminación radiactiva de millones de personas y de la
mayor parte de Europa.
La terrible desinformación que rodea a lo ocurrido
en la central europea impide realizar una estimación veraz de su impacto en la
salud. De esta circunstancia sacan provecho los grupos con intereses
ideológicos o económicos en la energía atómica para manipular los resultados de
los estudios y acercar las conclusiones a sus tesis. Es tal el grado de
imprecisión que, en este momento, solo parece existir consenso en que la explosión
se produjo, que la radiactividad se dispersó por toda Europa y que la onda
expansiva y la exposición aguda a la radiactividad produjeron 30
fallecimientos. El resto de los efectos se ocultan, se exageran o se disfrazan.
No se trata de discrepancias leves.
En función de los intereses de la
organización que suscribe el informe se pueden añadir o detraer entre uno y
cuatro ceros al número de personas afectadas o fallecidas por tal o cual
enfermedad. Un ejemplo de esta adulteración se aprecia en los datos sobre la
incidencia de cáncer de tiroideo en la juventud que vivía en las zonas
contaminadas. Las organizaciones pronucleares afirman que el número de
fallecimientos por la neoplasia es pequeño, que dado el tumor es de fácil
diagnóstico y que tras el tratamiento su supervivencia es mayor del 90%. Obvian
referirse a los miles de casos que se están produciendo.
La fisión del uranio y el plutonio necesaria para
que se libere la energía que se utiliza para generar electricidad en las
centrales nucleares, origina varios residuos radiactivos que son los
responsables últimos de los daños en la salud. Esta radiación ocasiona cambios
y muerte celulares que, si tienen la entidad suficiente, acarrearán la falta de
producción de elementos sanguíneos, lesiones digestivas o graves problemas
neurológicos. Si la exposición ha sido muy intensa, el resultado será la muerte
de la persona. Esta es la causa del fallecimiento precoz de los llamados
liquidadores de Chernobyl que acumularon grandes cantidades de radiactividad
tratando de contener el escape.
Por otra parte, si en lugar de destruirse la célula
se produce una mutación no letal del ADN -la molécula que contiene nuestra
información genética, nuestro genoma- los mecanismos de reparación tratarán de
restablecer su integridad. Un objetivo que, si no se consigue, ocasionará el
desarrollo de neoplasias como la leucemia o el cáncer de pulmón, de mama u
óseo, o la aparición de mutaciones que eventualmente podrán transmitirse en
forma de enfermedades hereditarias. Este tipo de efecto, a diferencia del que
destruye la célula, ni necesita una dosis umbral ni es inmediato, pudiendo aparecer
con exposiciones muy pequeñas y tardar decenas de años en manifestarse.
Aquí radica una de las principales discrepancias
científicas del debate nuclear: la dificultad que existe para establecer una
relación entre las dosis bajas radiación y la aparición de tumores. El riesgo
de padecer un cáncer después de una exposición baja existe, pero al ser pequeño
los estudios epidemiológicos no pueden cuantificarlo hasta que no transcurran
decenas de años y se produzcan miles de casos.
Esta dificultad allana el camino
a los lobbies pronucleares permitiéndoles seguir afirmando que la energía
atómica por su precio, seguridad y limpieza es la solución al problema del
cambio climático. La página web del Forum de la Industria Atómica Japonesa,
donde se informa cuatro veces al día del desastre nuclear de la central de
Fukushima-Daiichi, sigue manteniendo la cabecera que tenía antes del accidente:
"La energía nuclear, que no emite CO2, contribuye a la prevención del
Calentamiento Global", un aforismo que sonaría a broma si no estuviéramos
hablando de una tragedia.
Aunque la radiactividad incontrolada no altere de
forma llamativa las estadísticas de morbi-mortalidad, el problema existe y es
lo suficientemente importante para suscitar preocupación. Una inquietud que no
se disipa con las simplistas tablas que muestran lo barata que resulta la
electricidad que proviene de la fisión nuclear comparada con la de otras
fuentes de energía.
Después de las catástrofes de Chernobyl y Fukushima
las empresas responsables del deletéreo negocio nuclear deben arriar la bandera
de la seguridad y están obligadas a aclarar si su energía resulta tan rentable
una vez pagados los costes económicos que supondrán los dos accidentes.
Asimismo deberían explicar en qué epígrafe de sus saneadas cuentas de
resultados reflejarán las muertes y enfermedades que se producirán en los
próximos 100 años como consecuencia de los escapes, y cómo se valorará el
impacto de la contaminación de los ecosistemas con los isótopos radiactivos.
No tengo opinión acerca de si es el momento de que
la industria de la energía pida disculpas por el sufrimiento que nos está
haciendo pasar, pero tengo claro que las no demostradas ventajas de la energía
nuclear son incapaces de compensar los riesgos a los que nos someten.
Fuente:
DEIA.com
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