Por: Olga Merino
Periodista y Escritora
CATALUNYA • 18 DE
MARZO DE 2011
Desenterrada la pesadilla de
Chernóbil tras la fuga radiactiva de Fukushima, el caballo ciego del terror
galopa de nuevo sobre el planeta. En un sarcasmo del destino, cuando las
autoridades soviéticas inauguraron la central nuclear de Chernóbil, de cuya explosión
se cumplirán 25 años el próximo 26 de abril, instalaron frente a la entrada del
complejo una estatua de Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses y a
quien Zeus castigó encadenándolo a una roca para que un águila le devorara las
entrañas. La eterna soberbia del hombre… También el Titanic salió del
astillero con la jactancia de que ni siquiera Dios podría hundirlo.
La ciudad
de Prípiat, la más próxima a la planta atómica de Chernóbil, sigue siendo hoy
un decorado fantasmagórico de nieve, abandono y desolación. Calles desiertas.
Tiendas comunistas donde el tiempo se ha congelado y el rostro de Lenin
asoma alucinado detrás de los escaparates rotos. La noria que gira vacía a
merced del viento. El suelo de una vieja guardería cuajado de zapatitos. El
espeluznante paisaje del fin del mundo, similar a las imágenes que llegan de
Japón.
El debate sobre la energía nuclear invita a la demagogia, pero no hay
vuelta de hoja: o prosigue la carrera imparable, con todas las consecuencias, o
conviene accionar el freno de mano. Cuando la humanidad se acerca al culmen de
la civilización, con su paroxismo consumista y tecnológico, más parece
retroceder hacia el medievo, una época oscura y apocalíptica, de miedo,
fanatismo y superstición. Invisible, tenaz, silenciosa, la radiactividad se
asemeja al azote de la peste bubónica.
Hubo quien quiso ver en los versículos
del Apocalipsis de San Juan la profecía bíblica de una catástrofe nuclear: «El
tercer ángel tocó la trompeta, y una grande estrella que ardía como una antorcha
cayó del cielo, sobre la tercera parte de los ríos y sobre las fuentes de las
aguas. Y esa estrella tiene por nombre Ajenjo».
La palabra chernóbil
significa en ucraniano «hierba negra», y a menudo se traduce simplemente como
«ajenjo», una planta de sabor muy amargo.
Fuente: El Periódico.com
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