MADRID • 5 DE ABRIL DE 2011
Salvo las bacterias, que son altamente
radioresistentes, y los insectos, seguramente toda la cadena trófica se verá
afectada por el agua radiactiva vertida al mar en el entorno de la central
nuclear de Fukushima. No se puede asegurar al cien por cien «porque no
conocemos exactamente lo que se ha vertido», explica Eduardo Rodríguez-Farré,
radiobiólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Desde la operadora de la planta nuclear japonesa (Tepco) se asegura que se
trata de agua radiactiva de bajo nivel. Para Rodríguez-Farré «lo más probable
es que lo que contenga esa agua sean los restos de todo lo que se
arrastró desde el reactor al intentar enfriarlo o desde las piscinas de combustible
gastado». En todo caso, tanto en un sitio como en otro –explica- hay unas
cantidades enormes de isótopos radiactivos de muchos elementos. «Y todo ello
tiene, sobre todo al principio, una actividad muy alta».
Entre esos contaminantes puede haber yodo
131, cesio 137, plutonio y cobalto 60, muchos de ellos altamente
radiactivos. «Bien es cierto que en cuestión de meses algunos van a ir
desapareciendo –matiza el investigador del CSIC- pero otros van a durar
muchísimo tiempo porque tienen vidas medias o largas. De vida media
es, por ejemplo, el cesio 137, que tiene 30 años de vida media, lo que quiere
decir que en ese tiempo solo habrá desaparecido la mitad. Pero otros
radioisótopos permanecen a largo plazo como es el plutonio, que tiene una vida
media de 24.000 años, y otros productos similares, aunque están en más pequeñas
cantidades».
Se
desconoce el impacto biológico
Al igual que ocurre en las piscinas de
refrigeración, algunos de estos isótopos van a desaparecer, como el yodo 131,
que lo hará previsiblemente en más de un más mes, pero otros como el cesio 137
o el estroncio 90 van a durar mucho. «Esto en poco tiempo entra en las cadenas
tróficas», insiste el investigador, uno de los mayores expertos internacionales
en radiaciones nucleares. «Se incorporan a las algas, al micropláncton, de ahí
pasan a los peces y a los vertebrados (moluscos, etc), y como el pez grande se
come al chico, se produce lo que se llama la biomagnificación y se va
acumulando en los peces que están más arriba en la escala trófica (atún, pez
espada, tiburón) y esto acaba llegando a las personas con el agravante
de que muchos de estas especies son migratorias».
No obstante, Rodríguez-Farré advierte de que lo que
se ha estudiado más ha sido «cómo pasan los radionúclidos de un sistema a otro
ecológicamente, la transferencia hasta que aparece en la leche, por ejemplo».
En el caso de los ecosistemas marinos estos ciclos son muy largos y
complicados, además de que en función de las características químicas de cada
isótopo va a variar cómo se transfiere de un sistema ecológico a otro, «y
tampoco sabemos si esa agua es ácida o alcalina», matiza. Por eso, no se atreve
a precisar cuál puede ser el impacto biológico, aunque reconoce que también «es
posible que haya alteraciones de los equilibrios en la fauna».
Como criterio general, explica el investigador, se
considera que cuanto más activos son los organismos también son más
radioresistentes. Así, la resistencia de los invertebrados es enormemente
superior a la que pueda tener un mamífero. «Hay organismos que resisten
centenares de cibers, incluso hay una bacteria que habita en el agua de los
reactores atómicos, pues son organismos capaces de vivir bajo un campo
radiactivo inmenso. Esto se debe a que la vida ha evolucionado en el planeta bajo
un fondo radiactivo, pero la radiactividad va disminuyendo a medida que pasa el
tiempo. Entonces desde que se formó el planeta hasta ahora ha disminuido
enormemente, solo el hombre ha incrementado la radiactividad en el planeta, con
toda la tecnología nuclear, las bombas, etc...».
Fuente.
Diario
ABC
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