jueves, 22 de noviembre de 2012

Trabajando en las raíces



Por: Javier Montilla
Escritor
ESPAÑA   26 DE FEBRERO DE 2010
Hace poco recibí un correo de un lector de El Plural en el que me planteaba el porqué de mi preocupación patológica por los derechos de los animales. Argumentaba que no le parecía razonable dedicar un minuto a los toros o a los animales de laboratorio si lo comparábamos con todos los niños de África que cada día fallecen víctimas de un mundo cruel e injusto. Reconozco que sus palabras me produjeron un mal sabor de boca y una sensación de injusticia atroz. Y no porque sus palabras se disfrazaran de un traje sentencioso y con el claro propósito de enjuiciar, que también, sino porque llegué a la conclusión que cuando se es políticamente incorrecto se roza la soledad más absoluta.
No nos engañemos. El posicionarse a favor de los derechos de los animales es sin duda un lugar bastante inhóspito. No por el silencio, sino porque la sociedad parece haber ignorado esta causa, escudándose en la idea de que hay otros motivos más importantes por los qué trabajar arduamente.
Los que van a contracorriente son unos friquis de la verdura, medio antiguos, en contra del progreso, incapaces de disfrutar con las fiestas auténticas –cuando se refieren a la tauromaquia–. Pero detrás de todas estas falacias sobresale la ética como argumento primordial. El estar en contra de la supuesta fiesta nacional no es un desliz de antiespañolismo inflexible, del cual yo ya estoy vacunado, ni un caso típico de exceso de soberbia como piensan otros. Se trata, por suerte, de un talante más profundo. Es una coherencia y un respeto hacia la vida. Hacia cualquier tipo de vida.
Por supuesto que se deben apoyar otras causas sociales, querido lector, por que los defendemos la vida y la dignidad de los animales, por ende también defendemos la libertad y la dignidad de las personas, casi siempre con la más absoluta indiferencia y discreción. Y ahí esta el caso de multitud de personas que militan en la causa animalista, pero también en organizaciones sociales que trabajan por la justicia social en países en vías de desarrollo o en organizaciones que trabajan por la protección de medioambiente o, si cabe, denunciando las atrocidades que se cometen contra los derechos humanos, que haberlos haylos.
Pero si defiendo también a los más vulnerables, los animales, es también por combatir la VIOLENCIA. Si, con mayúsculas. Porque la violencia es siempre violencia, provenga de donde provenga. No me cabe la menor duda que quien es capaz de maltratar a una animal a golpes o por diversión, será proclive a que pueda maltratar a su pareja o a sus hijos. De hecho muchos investigadores han determinado una conexión existente entre la violencia hacia los animales y hacia los seres humanos. Por consiguiente, se puede entablar un paralelismo que quien es capaz de disfrutar torturando a un animal, probablemente no sabrá poner un freno a su conducta y extenderá la crueldad a otros seres de su entorno.
Por tanto, para concluir, amigo lector, como decía George T. Angell, un abogado estadounidense, pionero en la lucha animalista, por supuesto que trabajo por todos. Estoy trabajando en las raíces.
Fuente: El Plural
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