domingo, 18 de noviembre de 2012

Mono Desnudo



Por: Alejandro Vázquez Cárdenas
MICHOACAN 16 DE FEBRERO DE 2010
El zoólogo y etólogo inglés Desmond Morris escribió en el año de 1967 un libro que ha resultado tener vigencia indefinida: El mono desnudo. Sus datos y argumentos continúan tan vigentes como cuando fueron escritos y su estudio es conveniente para quien desee comprender y adentrarse en la compleja naturaleza humana. El homo sapiens sapiens (orden: primate. Suborden: antropoide. Especie: homo sapiens) es producto de una evolución cercana a los dos millones de años, que va desde los homínidos hasta el Neanderthal y posteriormente al triunfo definitivo del llamado "hombre moderno". 
¿Qué nos distingue de los actuales simios, aparte de la notoria falta de pelo?; muchas cosas, pero sobre todo nuestro cerebro, no solamente porque es más grande, sino por sus funciones. La compleja mente humana, con su inteligencia, su personalidad, su permanente curiosidad, su capacidad de aprender, de elaborar teorías y de buscar continuamente la superación y no conformarse con la repetición rutinaria, año tras año, siglo tras siglo, de algo que más o menos funciona, acción que nos llevaría a un callejón cultural sin salida, como lo están diversas etnias actualmente (México incluido).
Nuestro cerebro ha adquirido estas funciones "superiores" en los últimos miles de años de su evolución; son relativamente recientes y están localizadas en la parte más nueva del cerebro humano, su corteza. Debajo, agazapadas y apenas cubiertas por nuestra inteligencia se encuentran las estructuras que nos igualan a los simios, y más profundamente funciones verdaderamente de reptil.  
Es conocida la facilidad con que pueden emerger los instintos más primitivos ante la menor provocación, saltando por sobre todas las estructuras superiores de cultura y educación, así sean éstas muy completas. Por esto, aunque nos resulte difícil de aceptar, y contrariamente a la popular idea que pretende vincular la violencia a una deficiencia educativa, cultural y económica, es perfectamente posible la coexistencia de una inteligencia y cultura amplias, incluso refinadas, con las peores muestras del salvajismo y crueldad. 
Debido a lo anterior, podemos comprender, que no justificar, el gusto de algunos humanos por espectáculos sangrientos y que previsiblemente terminan con la muerte de un ser viviente, espectáculos que se caracterizan por su violencia, sangre y destrucción, algunos de ellos matizados de un discutible barniz de "arte" para disfrazar su verdadera naturaleza. Dentro de esta categoría entran las corridas de toros, peleas de perros, de gallos, cacería, boxeo, etcétera. Sangrientos espectáculos que estimulan y satisfacen a la parte más primitiva y salvaje de una persona. Apuntan a las siempre receptivas partes simiescas del cerebro de un humano, desplazando, así sea transitoriamente, nuestras funciones superiores.
No hay verdaderas razones para justificar racionalmente espectáculos salvajes como los mencionados. Pensar en el toreo como "arte" y que semejante espectáculo debe preservarse como "tradición" es francamente demencial, es querer enlazar la cultura del siglo XXI con los sacrificios rituales en la civilización minoica de hace más de dos mil años, sólo que ahora realizados por un individuo vestido con un ridículo traje de colores, con diseño y adornos femeninos al cual le dicen "matador". 
El diseño taurino no escatima lujos. El traje de luces lleva enganchadas más lentejuelas que el de una tonadillera; los adornos de la parte superior están bordados en oro y plata, como si fuera un traje de novia. El pantaloncillo ajustado hasta la pantorrilla es definitivamente grotesco en ellos pues, por mera anatomía, lo lucen mejor las "matadoras"; las medias suelen ser rosas y como remate unas alpargatas del mismo estilo que unos zapatos de mujer. Si a esto se le agrega un andar ondulante el resultado es una drag queen
Espectáculo sangriento y brutal para satisfacción de la parte animal de nuestro cerebro, para colmo basado en un engaño pues es conocido el régimen de tortura y deterioro a que es sometido el toro en las horas previas a la corrida; deshidratación, cuernos "afeitados", traumatismos diversos que llegan a las fracturas costales para que el "matador" tenga el mínimo posible de riesgo. 
A la cacería con armas de fuego se le puede calificar de lo que se nos ocurra, menos de deporte, pues enfrentarse a un animal, sea el que sea, armado con un rifle, muestra el mismo valor que golpear a una persona en silla de ruedas. Iguales y otros más incómodos razonamientos aplican en los casos de las degradantes e ilegales peleas de perros y otras similares. En fin, los humanos, como productos de una inacabada evolución, aún tenemos mucho qué aprender y qué superar.

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