Por:
Carlos Manuel Sánchez
ESPAÑA • 2 DE DICIEMBRE DE 2012
Green Hill es una empresa de Montichiari, un pueblo
de Italia, que cría perros de la raza beagle para la experimentación. El beagle
es la cobaya perfecta: pequeño, dócil y fácil de manejar. Un científico nunca
temerá ser mordido por este 'chucho' mimoso. Green hill enviaba 250 perros al
mes a los laboratorios de vivisección. Sus instalaciones albergaban unos 2500
canes adultos y cachorros. Todos estaban encerrados en jaulas amontonadas en
una nave sin ventanas, iluminada con luz artificial y ventilada con
extractores. Estos perros no pasean ni ven el sol y dormitan sobre papel de
periódico, entre heces y meados.
La propietaria de Green Hill, la firma
estadounidense Marshall Farms, es el mayor suministrador de perros de
experimentación del mundo, con filiales en tres continentes y un gigantesco
criadero en China. Monopoliza casi el mercado. Sus perros patentados, conocidos
como 'Marshall beagle', se envían por avión y cuestan entre 450 y 900 euros; si
son hembras preñadas, más. Solo en España, 1046 perros fueron destinados a
experimentos en 2010: la mayoría, a estudios para nuevos medicamentos (349);
también a la investigación oncológica (45), cardiovascular (47) y de otros
males.
El criadero de green hill fue asaltado por
activistas de los derechos animales la pasada primavera durante una protesta
contra la vivisección. Una docena de manifestantes eludieron el cordón policial
y llegaron a las jaulas. Poco después salieron, entre aplausos, con varios
perros en brazos. Pero los Carabinieri cerraron los accesos al pueblo,
recuperaron a los perros y detuvieron a los activistas: ocho mujeres y cuatro
hombres, enviados a la cárcel de Brescia, donde esperaban conocer los delitos
por los que los imputarían... cuando se produjo un suceso sorprendente.
La sociedad italiana se movilizó, las redes sociales
atizaron el debate y la polémica traspasó fronteras. Se recogieron firmas
durante meses, y la Fiscalía de Brescia aparcó los cargos contra los activistas
y ordenó una investigación del criadero al saber las condiciones de tortura que
soportaban los canes. Aparecieron cientos de cadáveres en los frigoríficos.
Hace unas semanas Green Hill fue clausurada por orden judicial y sus
instalaciones, precintadas mientras se resuelven las denuncias. Los 2500 perros
fueron liberados y ahora están bajo custodia del Estado, que los está
entregando en adopción. Las asociaciones animalistas hablan de una victoria
histórica, el triunfo de una nueva sensibilidad.
¿Pero
lo es realmente?
El último Eurobarómetro muestra que el tema divide a
los europeos. El 44 por ciento apoya el uso de animales en investigación (si se
trata de ratones, aumenta; si se incluye a perros y simios, disminuye),
mientras que el 37 por ciento está en desacuerdo. Los más permisivos son los
españoles: al 65 por ciento, el asunto no le plantea resquemores. Ahora bien,
tres de cada cuatro europeos creen que solo deberían permitirse las pruebas
relacionadas con enfermedades graves o mortales. El resto habría que
prohibirlas.Lo que verdaderamente se debate es si es o no necesario, a estas
alturas, utilizar aún animales en los laboratorios de la industria médica y
farmacológica, pero sobre todo en la química o militar. En España son 897.000
(datos de 2010); 12 millones en Europa. La mayoría son ratones, ratas, cerdos,
conejos y peces, que nos tocan menos la fibra que los beagles, pero también
macacos (525), gatos (100), perros, caballos (90), cabras, pájaros... Tres
animales mueren cada segundo en el mundo en aras de la ciencia. La polémica
cobra vigencia porque en 2013 expira la moratoria europea de la que disfrutaba
la industria cosmética para seguir probando los ingredientes de sus productos
con animales, una prohibición que debió entrar en vigor hace cuatro años.
¿De
verdad sirven para algo estos estudios?
¿Es legítima esa investigación? ¿Por qué no se usan
alternativas ya viables, como los cultivos en células y tejidos humanos o las
resonancias magnéticas? Partidarios y detractores pueden citar numerosos
ejemplos. La vacuna contra la polio se perfeccionó gracias al sacrificio de 150
chimpancés y 9000 simios no antropomorfos. La insulina se descubrió
investigando en páncreas de perros. Las transfusiones de sangre y los
trasplantes de órganos tampoco hubieran sido posibles sin estas técnicas. Las
mayores esperanzas en el tratamiento del alzhéimer y las enfermedades
neurodegerativas están puestas en estudios que requieren el uso de cobayas. Y
hace apenas un mes un equipo español del Centro Nacional de Investigaciones
Cardiovasculares anunció que había identificado una nueva diana terapéutica
frente al infarto después de un estudio hecho con ratones y cerdos.
Tres de
cada cuatro premios Nobel de Medicina han usado animales. Además, una directiva
de la Unión Europea restringió en 2010 el uso de grandes primates, como
chimpancés y gorilas, y exige a los laboratorios que minimicen el sufrimiento y
usen métodos alternativos, tanto in vitro como in vivo, siempre que sea
posible. Por contra, la talidomida un fármaco probado en animales provocó que
miles de bebés naciesen con malformaciones. Y no siempre son estudios
efectivos. Un estudio de la Comisión Europea en el que participaron más de 100
laboratorios evidencia la poca fiabilidad de una de las pruebas más utilizadas,
pues la variabilidad de los resultados oscila entre el 144 y el 738 por ciento.
Este test, el DL50 de dosis letal, mide la toxicidad de ciertos compuestos. Se
administra a los animales distintas cantidades de una sustancia hasta que el 50
por ciento de ellos muere. La otra mitad es sacrificada para estudiar sus
órganos. Se aplica cada año en España a más de 7000 animales.
Otra prueba especialmente sádica, de la que reniegan
incluso los científicos y que a partir de marzo será ilegal, es el test de
Draize. Mide la irritación que causa una sustancia en los ojos y la piel. Se
utilizan conejos albinos. Se les aplican soluciones en los ojos. Los animales,
conscientes, sufren un extremo dolor, úlceras y hemorragias. Muchos acaban
ciegos. Al final son sacrificados para evaluar sus órganos. La fiabilidad de la
prueba es relativa. En España, más de mil animales padecen cada año este test. ¿Qué
hacer? Pues, además de prohibir pruebas como esta, poco relevantes y sádicas,
aplicar el criterio de las tres erres: «Reemplazar los animales por otros
métodos siempre que sea posible, reducir al mínimo el número de los utilizados
y refinar el trato en el laboratorio»
Fuente:
Diario
Finanzas
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