Por: Paco Puche
ESPAÑA • 20 DE ABRIL DE 2011
El cambio climático y el final del petróleo barato
habían venido como anillo al dedo a los partidarios de la opción eléctrica nuclear.
Mantenían que ésta era limpia, no emitía CO2, era más barata que la solar y,
con las nuevas maneras, bastante segura. Se anunciaba ya una nueva era de
renacimiento nuclear. Pero Fukushima ha venido a estropear la fiesta
a los pronucleares.
Si las emisiones comparativas de CO2 y los costes se
debaten sobre el papel, la seguridad se manifiesta en los hechos sobre los que
no cabe disquisición alguna. Que los costes no son más bajos, en el caso del
kilowatio nuclear respecto al solar o eólico, lo demuestra el hecho
de que en EEUU, por ejemplo, desde 1973 no se había pedido licencia alguna para
construir una nueva central nuclear hasta no hace mucho. En la Europa de los 25
hay ahora 17 centrales menos que en 1990, y en todo el mundo 23 más solamente
(el 5% de aumento en doce años) Que las emisiones de CO2 son mayores de lo que
defienden los pronucleares, se evidencia teniendo en cuenta todo el ciclo de
vida de una central: desde la cuna a la cuna.
El
ciclo de vida de la energía nuclear y sus residuos
La energía nuclear que se utiliza para producir
electricidad, lo que hace es calentar agua a altas temperaturas que, convertida
en vapor, mueve una turbina, la cual genera electricidad en un alternador. El
combustible es una sustancia llamada uranio, que se encuentra en determinadas
rocas, y que tiene la propiedad de desintegrarse con facilidad emitiendo mucha
energía, que es la que caliente el agua. Desde el uranio natural a las barras
de uranio del reactor nuclear se han de dar una serie de pasos que se describen
en el gráfico siguiente:
El orden de magnitud de todo lo que se mueve en la
minería del uranio queda bien reflejado en las siguientes cifras: 156 toneladas
de roca, aportan una tonelada de mineral de uranio del que se obtiene un kilo
de uranio; y de ese kilo sólo un 0.7% es U235, que es el que se necesita en las
centrales: o sea para 7 gramos de U235 hay que remover mil kilos de mineral y ¡156
toneladas de rocas! Todos estos pasos y las tareas de instalar las
centrales, desmantelarlas al final de su vida útil, almacenar las partes que
restan con radiactividad y todos los residuos dan lugar a mucho consumo de energías fósiles
y a la emisión de gases de invernadero. Esto hace sostener a muchos autores,
con probada solvencia, que teniendo en cuenta todo el ciclo de vida de las
centrales -y si los minerales son de bajo contenido metálico- las centrales
nucleares producen más gases de efecto invernadero que una central térmica de ciclo
combinado (1). La energía nuclear no es solución para frenar el cambio
climático como sostienen sus defensores.
Asímismo, la inversión en una central nuclear es de
más de 2000€ por kW de capacidad y para las eólicas es sólo de 900€ /kW. La
industria nuclear es, hablando financieramente, una auténtica ruina que sólo se
sostiene con subvenciones y leyes propicias (tiempo largo de duración, pocas
responsabilidades en caso de accidente, uso militar, etc.) Si tenemos en cuenta
que un reactor de mil Megawatios (que es el tamaño medio) produce al año unas
33 toneladas de residuos, los cuales emiten radioactividad que pueden durar
desde unos pocos segundos hasta miles de años, el almacenamiento y cuidado de
los mismos eleva enormemente los costes de esta energía, por lo que no pueden
ser tenidos en cuenta a la hora de compararlos con la de otras fuentes. ¿Cuanto
vale el salario de una persona durante cientos de miles de años? Aún así, sin
computar estos costes, necesita otras subvenciones y privilegios. La energía
nuclear es inconmensurablemente cara.
Del
uso civil al militar sólo hay un paso
Una central nuclear de mil MW de potencia produce
como residuo entre 200 y 300 kg de plutonio cada año, y si se posee capacidad
de reprocesamiento se pueden obtener entre 20 y 30 bombas atómicas. Calculando
en todo el mundo, en 2006, unas reservas de plutonio de procedencia civil de
unas 230 toneladas, contabilizamos el doble del contenido de las 30.000 cabezas
nucleares existentes. Cuando se dice que la energía nuclear está vinculada a
usos militares, estas cifras dan buena cuenta de ello. Y su carácter limpio
queda en entredicho.
Hemos visto que de cada kilo de uranio natural que
se extrae de las minas sólo se obtiene el 0.7% de U235, el que necesitan como
combustible los reactores ¿Qué pasa con el 99.3% restante? Que es una clase de
uranio distinta de mayor peso atómico, el isótopo U238. Este U238 es el que se
transforma en plutonio del que se obtienen bombas atómicas. El U238 emite
partículas alfa altamente energéticas que pueden ocasionar graves problemas de
salud cuando entran dentro de nuestro organismo y como tiene un periodo de
semidesintegración de unos 4.500 millones de años (en ese tiempo queda reducido
a la mitad de su masa) supone una fuente de radiaciones eterna.
Estas grandes cantidades de U238, aparte de para
producir plutonio, sirven en otros uso militares: para fabricar obuses
antitanques que tienen una gran penetrabilidad y son muy inflamables, como se
hace ahora en Libia donde se lanzan bombas con ojivas de uranio “empobrecido”,
que es como se llama vulgarmente a este tipo de isótopo de uranio. El U235, el de los reactores, tiene una vida media
de 713 millones de años. Otra fuente eterna de contaminación. Como cualquier
otro mineral contenido en la corteza terrestre tiene un stok limitado, que se
calcula en menos de 50 años al ritmo actual de extracción. Si tenemos en cuenta
que sólo representa el 2% de toda la energía primaria mundial, es una imposible
alternativa a la escasez de petróleo y gas que se nos avecina.
Riesgos
de las centrales nucleares para la salud y el medio ambiente
Los seres vivos hemos coevolucionado con una
radiación de fondo natural procedente del cosmos y de la formación de la
Tierra. A medida que ha pasado el tiempo la radioactividad del planeta ha ido
disminuyendo por las leyes físicas del decaimiento radiactivo. Así las
bacterias son mucho menos radiosensibles que los mamíferos, por ejemplo. Pero a
partir de 1942 el uso creciente industrial, militar, científico y médico de la
energía atómica está incrementando fuertemente el nivel de exposición que
sufren las poblaciones humanas a las radiaciones y esta contaminación afecta
cada vez más a la salud pública. “Existe una notable evidencia científica de
los múltiples riesgos para salud y el medio asociados a los centenares de
accidentes e incidentes nucleares producidos durante más de cincuenta años que
han ocasionado miles de víctimas y afectados” (2)
La exposición a las radiaciones puede ser externa o
interna. En el primer caso la fuente está fuera del organismo en el segundo ha
sido ingerida o inhalada y opera mientras siga dentro en función de su vida
media biológica. Así, el plutonio 239 tiene una vida media en el pulmón de 300
días, en los ganglios de 1.500 y 82 años en el hígado (vida media es el tiempo
que la mitad del radionúclido se elimina). La buena noticia es que más del 95%
del uranio que penetra en el organismo es eliminado (3). La mala es que se
acumula en el organismo y actúa de forma similar al calcio, depositándose en
los huesos y produciendo una irradiación interna que puede llevar a
consecuencias patológicas e incluso letales.
Estas características de las radiaciones: de
extenderse ampliamente en el espacio y en el tiempo, de ser acumulativas, de propagarse
a través de las cadenas tróficas y del agua y de causar serios problemas a la
salud (cánceres diversos, mutaciones, teratogénesis, formación de radicales
libres, etc.), las hacen especialmente peligrosas para los seres vivos, que
además no tienen medios fáciles de detectar su presencia, ni forma de
preservarse más que alejándose del foco emisor, que no puede ser el caso si lo
tienen incorporado.
El
porvenir de una ilusión
De la energía prometida en los años cincuenta, que
no necesitaría ni de contador por su abundancia, hemos pasado a una energía
inconmensurablemente cara, peligrosa y militarista. En lo relativo a la energía
nuclear todo es descomunal, incluido el miedo que suscita. Sobre la seguridad
de las centrales ha pasado lo mismo que con el mito de la abundancia, que no
para de haber situaciones imprevistas que dan lugar a accidentes, que afectan a
millones de personas, por decenas de años. Otro mito increíble.
Si antes de Fukushima, sólo el 12% de los
europeos eran partidarios de esta clase de energía, a partir de ahora “el
público recelará para siempre de la energía nuclear”. La pregunta que hay que
hacerse ahora es cuánto tiempo se tardará en desmantelar los 450 rectores
nucleares que hay dispersos en 31 países, antes de que sea demasiado tarde. La
lucha que se avecina será la relativa a acortar la vida de las centrales aún
existentes. Más complicado va a resultar la desnuclearización militar tal como
preveía el Tratado de Proliferación de Armas Nucleares, de 12 de junio de 1968,
de la Asamblea General de NNUU, que en su artículo VI establecía que “cada
Parte en el Tratado se compromete a celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas
eficaces relativas cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha
cercana y el desarme nuclear y sobre un tratado de desarme general y completo
bajo estricto control internacional”. Para eso hemos de retomar la vía del
pacifismo radical.
_________________________
Referencias:(1) Rodríguez Farré,E. y López Arnal, S. (2008), Casi todo lo que desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, El Viejo Topo, p. 135(2) Ibidem, p. 248(3) Cirera, A., Benach, J., y Rodríguez Farré, E. (2007), ¿Átomos de fiar? Impacto de la energía nuclear sobre la salud y el medio ambiente, Los Libros de la Catarata, p.47
Fuente:
EcoPortal
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