Por: Emilio Soriano
Director del Colegio Público Antonio Díaz
ESPAÑA • 4 DE ABRIL DE 2010
Me aficioné a los toros, siendo un niño, a través de
la televisión. Entonces eran frecuentes las retrasmisiones de corridas,
amenizadas por la magistral locución y erudición del inigualable maestro Matías
Prat. En mi memoria quedaron los nombres y las faenas de los diestros Diego
Puerta, Paco Camino, El Viti, Ordóñez, Palomo Linares, Curro Romero, El
Cordobés, etc. He disfrutado con la belleza y el arte de una buena faena cuando
el toro entra y el torero está acertado. A las plazas de toros fui en contadas ocasiones
por razones económicas. Las últimas corridas las presencié en el coso de La
Condomina: fueron festivales organizados a favor de la Asociación Española
Contra el Cáncer.
Llegó un momento en que decidí no ir más a la fiesta
porque dejé de disfrutarla: cuestionado por el rechazo que mis hijos
manifestaban hacia las corridas comencé a poner mi atención en el toro, en
detrimento del buen hacer del torero. Paulatinamente fui tomando conciencia de
que allí había un pobre animal que sufría terribles daños físicos para que
nosotros nos divirtiésemos; sufrimiento que empieza en los chiqueros y culmina
con una muerte atroz. (El profesor Salvador Hidalgo explicaba con detalle en su
artículo 'La vergüenza nacional', publicado en estas mismas páginas, la tortura
que se infringe al toro en cada lance de la corrida).
Fui percibiendo lo
bárbaro que es este festejo, y comencé a preguntarme cómo podíamos permanecer
impasibles ante la brutal suerte de picadores, levantarnos alborozados de los
asientos, aplaudiendo efusivamente, cuando un banderillero ensartaba al toro
con puñales multicolores, cómo se podía jalear al maestro, por mucha belleza
que tenga el toreo al natural, cuando incitaba con el capote a un animal
agotado que no dejaba de manar sangre, o presenciar el sadismo de los
pinchazos, estocada y descabello. Me interrogaba por qué toda la plaza saltaba
alborozada ante tamaño sufrimiento; la contemplación del arte torero en una
buena faena que exulta al espectador es la explicación. Pero ¿y el toro? ¿por
qué no vemos el martirio que está padeciendo? La justificación que encontré fue
que durante la corrida, inconscientemente, 'cosificamos' al animal, por esto no
percibimos su dolor. Sólo interesa su bravura, y que entre al engaño del
maestro para que pueda sacar a relucir lo mejor de su repertorio.
Pero no podemos negar la realidad, asistimos al
suplicio de un noble animal para divertimento nuestro. La apelación a que el
toro ha nacido para morir en la plaza es una idea pretenciosa; si él pudiese
elegir sabiendo lo que le espera en la lidia, no iría. No es razón argumentar
que si las corridas desaparecieran descendería sensiblemente el número de toros
nacidos, mejor así que someterlos a la crueldad de su destino final.
Tampoco es
válida la justificación del riesgo que asume el diestro de perder la vida en un
combate de igual a igual, porque no lo es, y porque él elige libremente el
peligro. Esgrimir que los quince minutos que permanece el toro en el ruedo es
el precio a pagar por la privilegiada vida que se le proporciona en la dehesa,
sonroja. El hecho de que hay mucho dinero y puestos de trabajo alrededor de las
corridas, con ser cierto, no puede justificar la tortura a un animal por muy
bravo que sea.
Defender las corridas apelando al pensamiento de insignes filósofos
humanistas, o al doctor Martin Luther King, defensor de los derechos humanos
para toda raza y condición social es, cuando menos, una broma de mal gusto.
Acudir a la tradición tampoco las justifica, las culturas cambian con el paso
del tiempo dejando atrás prácticas reprobables. Algunos países ya han
erradicado las corridas, otros ha suprimido la caza del zorro, las peleas entre
animales, etc. Recientemente, con el fin de proteger la fiesta de los toros se
han tomado decisiones políticas, algo precipitadas, declarándola Bien de
Interés Cultural en algunas comunidades autónomas. Es cierto que en torno a
ella se ha creado una cultura específica que se manifiesta en el vestuario,
bordados, vocabulario, música, pintura, literatura, escultura… Sin embargo, es
difícil defender como bien cultural un festejo que requiere el sufrimiento
gratuito de un animal para que un profesional pueda demostrar su arte.
Amable
lector, no pertenezco a ningún colectivo antitaurino, pero creo necesaria una
reflexión desapasionada de la cuestión. Este artículo es una aportación más al
debate público que actualmente hay abierto en nuestro país. Vivimos en una
sociedad cada vez más civilizada y garante del derecho de los animales, lo que
implica no someterlos a sufrimientos innecesarios para esparcimiento nuestro.
Fuente:
La Verdad
Muchas gracias a Emilio .
ResponderEliminarEs un consuelo ver que, gracias a Dios, hay personas lúcidas y decentes en nuestro país que se atreven a decir la Verdad sobre esta aberración.
Y consuela más aún saber que esa persona es, como Emilio, un profesional que interviene en la educación de nuestros hijos.
Muchas gracias Emilio.