Por: Javier Rada
MADRID • 9 DE
AGOSTO DE 2008
Matar no es
fácil. Lo sabe el matarife, el sheriff, el criminal de guerra y el espadachín.
Matar cuesta. Lo dice el sádico, el fumigador, el pescador y el cazador. Es
sencillamente algo complejo que requiere de dotes y conocimientos. ¿Sabrían
esto los aprendices de torero de la becerrada de San Lorenzo del Escorial
(Madrid) el pasado 3 de agosto? ¿Lo sabrá Michelito, el torero mexicano de diez
años que esta semana ha desatado una polémica en Francia?
Tres becerros
(toros de menos de dos años) sufrieron el mal matar, y enseñaron esta lección a
más de cien personas. Fue la frase más repetida en la grada. "Si ya les
cuesta matar a los toreros", decía una mujer mayor. "¡A ver si lo
matas a la primera!", gritó un joven mientras sujetaba un litro de vino.
Ninguno de los tres matadores cumplió la expectativa. Había numerosos menores
entre los espectadores, hasta bebés. Y todo a ritmo de paso doble, sonrisas y
aplausos.
Cipotín, nombre artístico de uno de los mozos, está en el
ruedo. Los banderilleros (Pollero y Carnicerito) han hecho su trabajo. El
becerro sangra ostentosamente por una banderilla mal clavada en las costillas.
Enfundado en vaqueros, Cipotín torea.
Ha llegado hasta aquí por ganar una rifa de un euro. Y se acerca el momento
difícil, esa acción que nos define como humanos o delfines: matar por placer.
En la primera estocada toca hueso. A la segunda, sí, se clava en la carne, pero
no muere. Tras cinco minutos de agonía, el becerro cae. Aún menea las patas,
como la cucaracha al recibir el aliento del veneno, cuando le están rebanando
la nuca.
Los
ecologistas dicen que estos actos son ilegales, ya que vulneran el reglamento
taurino de la Comunidad de Madrid. En él se prohíbe infringir daño a las reses
en los festejos populares. En la Comunidad alegan que el reglamento taurino de
1995 no contempla las becerradas como festejo popular, sino como una corrida.
Aun así, afirman que están modificando las normas para "ser más exigentes".
En el Ayuntamiento de El Escorial se escudan en que ellos no organizan el
evento, sino las asociaciones de las Fiestas de Mozos, Casados y Viudos.
El privilego
de la queja
¿Tenía este
becerro derecho a no sufrir? "Históricamente, el predicado de la justicia
no se ha aplicado a los animales no humanos, sólo entre agentes morales que
sean capaces de quejarse y tener un sentido de lo justo", explica Pablo de
Lora, profesor de Filosofía del Derecho. Es justicia de humanos.
El segundo
matador, El Pelu, no tiene las cosas
claras. Las banderillas se han clavado en el cuello del animal y en otro
costado. El becerro, en un acto de rendición, baja la cabeza. El torero falla.
Le da varias estocadas. Y nada. La espada se queda a medio clavar en el lomo.
Deciden matarlo. El público grita: "¡Que lo mate él! ¡No tú, que se lo
gane!". Mientras dudan, el animal sigue sufriendo. Intentan rematarlo con
un cuchillo. Lo clavan y nada. Resiste. ¡Tozudo! Finalmente un puntillazo acaba
con esta extraña vida de los que mueren en la feria.
"Debemos
preguntarnos qué ocurre con los pacientes morales", continua De Lora,
"con aquellos que no tienen un sentido de la justicia, como un becerro o
un niño, o un discapacitado psíquico. Al infringirles un sufrimiento gratuito
estamos cayendo en una opción moralmente execrable". Una opción quizás
execrable pero apoyada por los políticos. El PP y el PSOE acaban de votar en el
Ayuntamiento de Algemesí (Valencia) a favor de la polémica matanza de becerros
que tendrá lugar en septiembre. Los ecologistas también siguen denunciando las
becerradas de Vinuesa (Soria). Las tres, contando la de El Escorial, tienen en
común que gente inexperta sacrifica animales.
El tercer
torero tampoco acierta. Le clava media espada en el lomo. Deciden que expíe el
pecado de nacer toro con un estoque de descabello. Hasta cinco impactos en el
cuello. Un grito desgarrador, no audible por la música, le lleva al suelo.
Parece que el paciente moral esta vez sí se quejó.
Imaginad que
en aras de la tradición una costumbre bárbara como cortar el clítoris se
celebrase en la plaza Cibeles de Madrid. Una vez se planteó en el Parlamento
alemán qué pasaría si se realizara una corrida en su país. La respuesta fue que
serían todos detenidos. Lo mismo, en El Cairo. La compasión debe cultivarse",
explica el filósofo Jesús Mosterín. Morir ante el pan y circo del pasado. Ser
torturado bajo el olor del bocadillo de tortilla de patatas. En Roma, a la
plebe le salía gratis el espectáculo. En San Lorenzo del Escorial pagamos 12
euros.
Fuente: Diario Público
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