Por:
Montserrat Bordes *
BARCELONA • 23 DE DICIEMBRE DE 2009
Diversos medios de comunicación se han hecho eco de
la ILP en prohibición de los toros, avalada con 180.000 firmas recogidas por la
plataforma Prou!. La Asociación en Defensa de los Derechos de los Animales acaba
de presentar 127.500 firmas añadidas. Por su parte, los contrarios a la
ilegalización han redactado un escrito titulado Por la libertad que, según
parece, está firmado tanto por protaurinos como por antitaurinos, y que alega,
en nombre de la libertad y de la tradición cultural, que la fiesta no debe ser
legalmente prohibida, sino que, en todo caso, se la debe dejar morir por falta
de interés en la tauromaquia en sí misma.
Desde mi punto de vista, esta iniciativa frente a
otras que se sustentan en argumentos antianimalistas éticamente insostenibles,
presenta una decepcionante novedad lógica: su circularidad. Los firmantes del
escrito de "argumento libertario" arguyen que si se prohibe la
práctica de la tauromaquia, se prohibiría parte del ejercicio de libertad de
quienes la defienden o practican. Quien razona así ya está dando por supuesto
que no hay perjuicio para nada ni nadie en el ejercicio de esa libertad. Para
verlo, pensemos en una conducta cuya ilegalización no se nos ocurriría rechazar
en nombre de la libertad de su agente: cuando se trata de un asesinato,
resultaría indecente defender la libertad del asesino psicópata para matar,
apelar a su derecho a seguir una tradición (quizá familiar) o a derivar placer
estético de la tortura de la víctima. Este juicio se debe a que se considera
indiscutiblemente inmoral su conducta.
Pues bien, el argumento libertario, si
se considera suficiente en sí mismo para defender la no ilegalización de los
toros, incurre en lo que en lógica informal se denomina una "falacia del
círculo vicioso", presuponiendo lo que se quiere demostrar, a saber, que
no es relevante el sufrimiento del toro en esa práctica (que su dolor es
amoral) y que, por tanto, es correcto censurar una legislación que contravenga
el derecho de expresión de los ciudadanos implicados.
Ahora bien, eso
justamente es lo que debería sustentar el escrito libertario: un argumento
ético razonable que mostrara que los animales humanos tenemos derecho a causar
dolor a algunos animales no-humanos cuando se dan ciertas condiciones, a saber,
que el placer estético (¡) que deriven algunos de ello en el marco de una
tradición cultural es mayor que el sufrimiento infligido. Hasta ahora, sin embargo, e incluso suponiendo que
el dolor del toro fuera de menor valor moral que el de los respetables
ciudadanos que lo contemplan, nadie ha sido capaz de ofrecer un argumento
decente al respecto. Lo único que se ha alegado ha sido una tosca exigencia a
favor del mantenimiento de un privilegio antropocéntrico arbitrario (especista,
como diría Peter Singer) y éticamente insostenible.
Finalmente, y por lo que respecta al otro cuerno del
escrito, a saber, su apelación al respeto de una tradición cultural, es fácil
reprochar a los firmantes que cometen la falacia ad antiquitatem. Largos siglos
de esclavitud socialmente integrada o de explotación femenina por prostitución
de lujo son sólo dos ejemplos de tradiciones infames, llevadas a cabo por
ciudadanos cuya libertad bien debió ser legalmente coartada mucho antes.
* Profesora de
Lógica y Filosofía de la Ciencia en la UPF de Barcelona
Fuente: La Vanguardia
(actualmente el link no se encuentra disponible)
No hay comentarios:
Publicar un comentario