Por: Jaime Muñoz Vargas
MEXICO • 10 DE FEBRERO DE 2010
Si algo me apena de la desigualdad social, es la indefensión de los niños y
el futuro que se les abre (o se les cierra, más bien) a los pequeños que nacen
en medio de la nada. Es monstruoso.
Saber, por ejemplo, que en millones de
estómagos y pieles y almas y ojos de millones y millones de niños no hay alimento
o vestido o educación o un entorno sano que mirar me provoca rabia, tanta como
saber que igual, por millones, se crean y afinan, en los niños, las condiciones
de una violencia múltiple y aterradora. El resentimiento, las baterías de odio
que se cargan en medio de espacios miserables son ya suficiente problema como
para sumar más adeptos a la barbarie mediante el fomento de juegos electrónicos
sangrientos o espectáculos como el toreo, donde el asunto eje es la muerte,
aunque sus defensores digan que es el “arte”.
Nomás por eso me parece que el
reclamo para que ya no actúe en las plazas el niño torero Michelito es una
cuestión que no debe ser ubicada sólo en el contexto de la tauromaquia, sino en
toda aquella actividad que induzca el gusto o la abierta participación de niños
en actos violentos. Negarse a que Michelito participe en corridas y sea un
botín de su padre es negarse también, radicalmente, a que los niños sean
involucrados y armados en guerras que no entienden, en mafias cuyos tuertos
fines desconocen y, para acabar pronto, en todo aquello que añada ímpetus de
violencia a quienes, se supone, debemos aislar de la bestialidad lo más que se
pueda.
La delincuencia no pide permiso, lo sé, para reclutar menores, pero
podría ser un agravante de culpabilidad el hecho de sumar niños a una causa
ilegal. Lo que sí podría ser definitivamente clausurado, por artificial y
morboso, es el espacio para los niños en espectáculos como los toros. En
términos de ejemplo, ¿qué le añade un niño torero a la visión de respeto por la
naturaleza que ahora supuestamente fomentamos en la infancia? ¿Es un bello
ejemplo que un niño mate toros? Si es así, ¿por qué no hay también niños
canadienses para que aniquilen focas o niños japoneses que cacen ballenas?
Eso en cuanto a la promoción de la muerte. Por otro lado, hay cada vez más
casos de promoción forzada de la precocidad sexual en todo el mundo. Uno de
ellos está sonando mucho en estos días. Julia Lira, de siete años apenas, está
a punto de ser declarada reina del carnaval de Brasil.
Por razones obvias, en
un país con índices alarmantes de agresión sexual a niños no deja de ser
lamentable que una niña encabece un desfile en el que, por tradición, han
figurado como reinas unas beldades adultas llenas de curvas, provocativas y en
más de una ocasión sin tapujos en las tetas. Julia, es verdad, no iría
descubierta de esa forma, pero de todos modos el papel simbólico que
representaría es de monarca de la sensualidad, lo que en el imaginario de los
perversos será como un aval.
Cuando tenga 18 años, que Julia decida. Mientras
tanto, hay que protegerla, a ella y a todos los niños, de papeles que no le van
a su brevísima edad. rutanortelaguna@yahoo.com.mx
Fuente: Diario Milenio
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