BARCELONA
• 5 DE MARZO DE 2010
Como
el Parlament iba a poner sobre su mesa el debate sobre la Iniciativa
Legislativa Popular (ILP) para prohibir las corridas de toros en Cataluña,
nuestro Ayuntamiento, aprovechando que la sangre de Las Ventas tiñe las calles
de Madrid, le pone a la Mesa del Toro una concejal y un auditorio para
presentar el libro del francés Francis Wolff 50 razones para defender la
corrida de toros.
En
el Parlament, sin embargo, los abolicionistas sólo necesitaron una razón: la
ética. Sus intervenciones fueron de tal contundencia argumental que dejaron
a la vista la pobreza de los razonamientos taurinos y algún día serán
documentos de gran valor para la historia de nuestro "progreso
moral", al que apeló el científico Jorge Wagensberg citando a su vez al
filósofo José Ferrater Mora, antitaurino y premio Príncipe de Asturias.
Wagensberg, creador y director científico de Fundación La Caixa y Creu de Sant
Jordi de la Generalitat, no necesitó 50 respuestas porque lo que mostró fue
incontestable: los instrumentos con los que se lleva a cabo en la plaza el
martirio de un animal herbívoro, es decir, no depredador y cuyo único afán,
en consecuencia, es huir del acoso que sufre, encontrar la salida del coso al
que ha sido arrastrado, escapar del pánico que le produce lo que no comprende y
regresar al campo del que fue secuestrado ("Entre los seres humanos lo
que le ha pasado al toro de lidia es un secuestro": Manuel Vicent).
Pero
le queda lo peor: puyas que son lanzas que le destrozan músculos en la espalda
y en el cuello, que le rompen vasos sanguíneos y nervios, que le abren agujeros
por donde luego podrán hundirse las banderillas, que son unos palos terminados
en arpones de acero. Todo ello antes de ser atravesado por una espada de 80
centímetros que quiere llegarle al corazón pero que no suele hacerlo a la
primera, sino que le atraviesa los pulmones, la pleura, a veces el hígado, y le
rompe la arteria aorta, lo que provoca que aquel pacífico herbívoro se
encuentre ahora agonizando entre enormes vómitos de sangre, aunque aún aspire
con desesperación a sobrevivir a tanto dolor y olvidar ese martirio. Por eso
aún intenta mantenerse en pie y encaminarse a la puerta por la que le hicieron
entrar, momento en el que lo apuñalan en la nuca con el descabello, otra larga
espada que termina en una cuchilla de 10 centímetros. Corpulento y potente,
todavía vive, aunque ahora sí cae al suelo, humillado, desgarrado,
sanguinolento.
Entonces
lo rematan con la puntilla, un cuchillo-puñal con el que intentan seccionarle
la médula espinal a la altura de las vértebras atlas y axis. No es fácil
atinar, por eso el matarife remueve el filo del cuchillo por entre el amasijo
de carne, músculos y nervios. El toro ya está paralizado. Morirá por asfixia.
Pero, cuando es arrastrado para sacarlo de la arena, sobre la que deja un
visible rastro de sangre; después de que, si la faena se considera estética, le
hayan cortado una oreja o dos y acaso el rabo, que su verdugo exhibe a los
espectadores; cuando ya no queda en él, sin embargo, rastro alguno de esperanza
de huida, con la boca entreabierta y la lengua colgando, mutilado, se le ha
visto pestañear. Pestañear. Lo ha grabado, junto con todo lo anterior, Alfonso
Chillerón, presidente de ANPBA.
En
el Parlament se relató ese sufrimiento. Torturar así a un animal es una
salvajada y hacer de ello un espectáculo, una bajeza espiritual, intelectual y
moral. No sirve apelar a la tradición: muchos actos execrables fueron
tradiciones muy populares, como las ejecuciones públicas. Lo advirtió el
también filósofo Josep M. Terricabras: si algo es condenable, no es que sea
lícito prohibir, es que es obligatorio. En cuanto a las dehesas, cuya
conservación, sorprendentemente, tanto preocupa ahora a los taurinos, podrían convertirse
en parques naturales donde la protección del toro estuviera subvencionada como
ahora está su tortura. Madrid podría aprovechar para subirse al tren de la
ética debatida en Barcelona y limpiar esas "bolsas de crueldad", como
también las llamó Ferrater Mora. Lejos de ello, el vicepresidente de la
Comunidad anuncia su consideración de Bien de Interés Cultural: en la defensa
de la violencia sí coinciden nuestras más altas instituciones.
Fuente: El
País
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