Por: Carlos de Hita
SIERRA
MORENA • 7 DE FEBRERO DE 2010
Pocas veces el punto de
partida para estas narraciones sonoras es una imagen. En general la fotografía
y el texto acompañan al montaje. Pero en esta ocasión todo parte de la
expresión triste y a la vez furiosa de los perros de la fotografía. Pertenecen
a una de las rehalas que participaron en una montería en Sierra Morena el
pasado domingo, día 7, para poner punto final por esa zona a la temporada de
caza.
Son podencos; pasan la mayor parte de sus vidas encerrados en cercados,
en grandes jaulones en los que las peleas a dentelladas son comunes. Las calvas
y cicatrices de sus caras denotan la violencia en que transcurre su perra
existencia. Cuando salgan de la jaula en que están encerrados batirán con furia
el monte, levantando y persiguiendo a sus presas, jabalíes y ciervos, que
huirán despavoridas ante ellos.
Y sin embargo, en la expresión de cada uno de
estos desgraciados quedan todavía restos de ese fondo noble, la mirada franca y
profunda de cualquier perro. No se puede uno acercar al mundo de la caza con
sentimentalismos. Pero es difícil no sentir pena por el cruel destino que ha
marcado la existencia de estos animales.
Unos minutos después de tomada la foto
comienza la montería. Decenas de rifles apostados en armadas, líneas de tiro
que no dejan ángulos muertos por donde escapar; ciervos y jabalíes espantados,
en busca de escapatorias que no existen; voces, silbidos, ladridos, un tiroteo
intenso… todo ello amplificado y repetido por el eco del valle.
La montería es
una operación diseñada para abatir el mayor número de animales con el menor
esfuerzo posible; nada que ver con las largas caminatas de la caza al rececho,
persiguiendo una presa huidiza. Aquí los animales salvajes parten claramente
con la condición de víctimas. Durante las dos o tres horas que dura la
operación, el ruido y la tensión profanan el paisaje sonoro.
Viene después el
acarreo de los animales abatidos, el reparto de trofeos y la mancha de sangre.
Y el silencio que vuelve para arropar los últimos momentos de los animales que
han quedado malheridos. De la caza se ha dicho ya todo, a favor y en contra.
Pero de la jornada del otro día yo me quedo con la profunda tristeza de estos
perros furiosos, sedientos, en la que aún arde un rescoldo de nobleza.
Fuente: El
Mundo (Seccion especial)
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