Por: Marcia Lara de Moreno *
MERIDA, YUCATÁN • 6 DE FEBRERO DE 2010
El niño torero Michel ha sufrido varios percances. En
Colombia, el domingo 31 de enero, el aprendiz de matarife con lentejuelas fue
corneado, bueno, revolcado, pues no le fueron perforados el pulmón o la ingle,
lo cual deja tranquilos a sus padres y a sus explotadores, pues el espectáculo
puede continuar. Penoso de verdad y en extremo vergonzoso que un niño yucateco
deje en evidencia la nula aplicación de leyes y tratados nacionales e
internacionales en materia de la defensa de los derechos infantiles.
En todos
los portales electrónicos de noticias que he consultado (inclusive los
taurinos) se repiten tres ideas: el pésimo desempeño del niño, la probable
explotación económica por sus padres y la ausencia de la aplicación de las
leyes protectoras de la infancia.
“Michelito no pudo armar una sola suerte. Nunca pudo parar, mucho menos templar ni mandar. Todo fue banderear, esquivar, cuando no correr para salvar las embestidas. El público, tocado, se solidarizó con él y hasta le aplaudió duro. Pero no. Digámonos la verdad. Si es cruel deshacer las ilusiones de un niño, más lo es creárselas falsas y exponerlo a riesgos graves que no está en condiciones de asumir. Ya tuvo un percance serio en Lima y ha sufrido varias cogidas. Entendemos que su padre cobra las presentaciones, eso quizás es legal pero ¿es justo? Tal como pasaron las cosas ayer en Cañaveralejo, no” (Jorge Arturo Díaz Reyes).
Reflexiones como la anterior, publicadas sobre todo en un
portal taurino, me hacen profundizar aún más en este sucio negocio que es la
tauromaquia. ¿Arte y cultura? ¡A otro perro con ese hueso! Templar, estoque,
palmas, pañuelo verde, términos que no me interesan conocer para saber qué es
una corrida de toros. Es el circo romano de la actualidad. La estulticia
elevada a valentía. La temeridad equiparada con el valor. La cultura degradada
a morbo.
Recuerdo que un dirigente de una asociación civil que defiende los
valores familiares o cívicos en una ocasión me dijo que a él las corridas de
toros le servían como “catarsis”. Justo aclarar que cualquier comentario de lo
anterior en este espacio sobra. A mí francamente me importa poco que un torero
muera en el ruedo; quien en nada valora su vida, hace hasta lo más absurdo sin
temor a perderla. Cosa muy diferente es que un adulto —llámese padre, madre o
empresario— con premeditación, alevosía y ventaja, exponga la vida de un menor
con el argumento obtuso de “que hay que dejar que cumpla sus sueños”; ¿los
sueños de quién? ¿Qué clase de sueños?
Los organismos gubernamentales obligados
a tutelar los derechos de las niñas, los niños y adolescentes siguen sordos
ante este aberrante asunto; el año y meses que muchos invertimos en trabajar
para elaborar una ley que en teoría debe servir para protegerlos me parece hoy
tiempo perdido. Para terminar, añado este párrafo copiado de un portal
colombiano y autoría de la misma persona a que hago referencia en líneas
anteriores, que cala e indigna lo más profundo de mi ser:
“Michelito recibió ayer dos palizas duras, la segunda compartida con su padre, quien desesperado se lanzó a los pitones del novillo. Ya luego de la primera tunda se había sentado en el estribo y llorando larga, desconsoladamente, de dolor y miedo, no como torero, como niño maltratado”.
—
Mérida, Yucatán. marcysugar@yahoo.com.mx ————— *)
* Representante de la Asociación Mexicana por los Derechos de los
Animales en Yucatán
Fuente: Diario de
Yucatán
(actualmente el link
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