Por: Pilar Rahola *
ESPAÑA • 3 DE FEBRERO DE 2010
Este no es un artículo sobre las corridas de toros,
aunque los toros mueren en él. Este es un artículo sobre la infancia, sobre la
vulneración pública, aplaudida y mercantilizada de los derechos de un niño,
sobre la indiferencia con que las administraciones asisten a dicha vulneración,
sobre la maldad que un padre ejerce sobre su hijo, cuando lo percibe como una
fuente de dinero.
Este un artículo sobre los felices mortales que van a la
plaza a regodearse con su riesgo, que disfrutan de la tenebrosa morbosidad de
ver a un niño ante un toro, y que, cuando es cogido, lloran lágrimas de
cocodrilo.
Y este es un artículo sobre los críticos taurinos que lo regalan con
barrocos elogios. Para muestra, el botón de la crónica de su última corrida, en
Cali, que acabó con el niño de 12 años, torero desde los 10, en la enfermería: "Todo fue banderear, esquivar, cuando no correr para evitar las
embestidas. Gambeteando pinchó cuatro veces, antes de meter malamente la espada
a muerte...".
Previamente el toro había sido pinchado y sus cuernos habían
sido lijados, pero era "un eral de 306 kilos", que dejó a Michelito
con algunas heridas. Lo terrible del caso es que Michelito ya ha sufrido otras
cogidas, una de ellas, en Lima, bastante grave, y que incluso algunos críticos
del toreo llegan a considerar que no tiene la capacidad para lidiar con un
toro, y que debería volver "al nivel de becerrista en alguna escuela
taurina".
Mientras tanto se pasea por las plazas latinoamericanas, cual
gallina de los huevos de oro, dando la felicidad a un padre que ha encontrado
en Michelito el negocio de su vida, a unos ganaderos encantados de la
expectación que produce un niño torero, y a un público que babea ante tal
violento acto. En la apoteosis de la barbarie, otros niños ya torean como él, e
incluso se ha anunciado una corrida de niños toreros en México para celebrar el
aniversario de la plaza de toros.
Leyendo las entusiastas noticias del evento,
sólo cabe concluir que el mundo se ha vuelto loco. Y que, por supuesto, es tremendamente
cruel. Y no pensemos en el mundo "al otro lado del Atlántico", porque
cabe recordar que la "gloria" del Juli se cuajó precisamente en el
hecho de que tenía 15 años cuando empezó a torear en plazas, siendo el más
joven de la historia. Y todo el mundo del toreo aplaudió, disfrutó y celebró
que un menor de edad perpetrara tamaña locura.
La pregunta es: ¿qué aplaudían? Aplaudían el gusto por el
riesgo de un menor, la idea de que alguien frágil podía enfrentarse a un gran
animal, aplaudían el riesgo de la muerte. La cuestión es que lo permitimos,
como permitieron que un niño de 10 años empezara su carrera de matador, como
aplauden ahora sus muchas cogidas. Todo es sucio, todo es triste, todo es
perverso. Pero, al fin y al cabo, ¿qué cabe esperar de un espectáculo que se
basa en la tortura y en la muerte?
* Política y
Escritora
Fuente: Sitio
web de Pilar Rahola
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