Por: Tita Escudero *
MÉRIDA,
YUCATÁN • 2 DE FEBRERO DE 2009
Crueldad,
fiereza, rusticidad, salvajismo, falta de cultura, agreste, sin civilizar… Es
como se define la palabra barbarie en todos, absolutamente en todos los
diccionarios. Pero en mi vocabulario personal también tiene otros significados
que quizá, si los escribo, me regresen este texto para que lo cambie o suavice.
Me
rebasa totalmente el hecho de pensar que existan “seres humanos” que gocen
matando toros, que obtengan laureles y ganancias con la muerte de un animal,
que su sufrimiento y dolor no les mueva
el corazón y les trastorne la mente. No puedo entender que esto sea un negocio,
porque tanto obtiene dinero el matador como la empresa, claro. Tal es el caso
de aquella que no escatimó en poner una lona de 70 mil pesos para que la lluvia
no dañara la arena –que después se pintaría de sangre- al presentarse el niño
de 11 años ovacionado hace unos días y que, seguramente, se recuperó
acrecentadamente con las entradas producidas por el morbo de quienes acudieron
a presenciar un acto más de barbarie.
A qué grado
llega esta primitiva afición que hasta se ofendió al presidente de la Comisión
de Derechos Humanos publicando una carta abierta por demás majadera para que se
permitiera dicho acto. Vergüenza ajena me dio leerla y más cuando, de una
manera “sutil” se presionó también a César Bojorquez.
¿Quiénes
somos nosotros para asesinar a otro ser vivo de una forma tan aberrante? Y peor
aun, de fomentar ese acto tan deleznable en un niño; es hacerlo indolente y
retrógrado. Los niños aprenden, obviamente, lo que se les enseña; no nacen con
instintos asesinos ni con el placer de ver a alguien sufrir, sea de la especie
que sea. Esto sólo es provocado por la ambición de los padres, por la
incongruencia que produce estulticia al querer ser el centro de atención, y por
el afán de muchos en llenarse la cartera sin importar el riesgo que tiene un
infante, y claro, mucho menos el sufrimiento del toro.
Tan es
una costumbre barbárica que la Guiness
World Records –empresa que recolecta las estadísticas mundiales
sobresalientes, subsidiada por acciones británicas-, se negó a aceptar la marca
de “superioridad” del niño torero porque esta organización no acepta acciones
basadas en matar o herir animales.
Pero
dejaré a un lado mi concepto sobre la mal llamada fiesta taurina. Que
únicamente es celebración –porque eso significa “fiesta”– para aquellos que el
salvajismo es parte de su vida. Vaya, si lo que les gusta es la adrenalina y
cacarear una supuesta valentía, pues que hagan corridas con tigres, a ver si
salen en hombros y no en ataúd.
Lo que
se me hace otra total y absoluta incongruencia es que, si el reglamento no
contempla que un chiquillo entre a un ruedo, ¿por qué las autoridades lo
permitieron?, puesto que el hecho de que ahora se quiera modificar no las exime
de haberlo violado. ¿No hay penalidad para quien transgrede la ley? Porque ahí tendrían que sancionar a varios
funcionarios, empezando por quienes encabezan este municipio, donde el niño
Michel Lagravere Peniche –después de haber estado también en Perú, en Pachuca,
e Ixtapa, entre otros lugares y ser herido en Guadalajara–, mató a seis
novillos en Mérida, permiso otorgado ni más ni menos por la Procuradora de la
Defensa del Menor y la Familia, haciendo a un lado la medida cautelar y con el
franco deseo de transformar el mencionado estatuto, solicitud que tuvo a bien
aceptar del alcalde y sus empleados. Quizás haya muchos que argumenten que no
hay ninguna clausula que lo prohíba, pero entonces, ¿por qué el deseo de
modificarlo?.
En fin,
entre una cosa y otra, la ética y el respeto en todo sentido, se van al caño.
Se dice que no hay maldad en el mundo, sólo ausencia de bondad y que no hay
oscuridad, sólo carencia de luz, pero en la crueldad hacia los animales no hay
ética, ya que no existen la bondad y la luz, así como tampoco la inteligencia.
* Periodista y Conductora de Medios
Fuente: Sipse.com
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