El enorme complejo nuclear de Kashiwazaki ubicado en Japón |
Por: Raúl Sohr *
CHILE • 30 DE JULIO DE 2009
Hace dos años un terremoto sacudió Japón. El 16 de
julio de 2007 producto de las sacudidas, que alcanzaron una magnitud de 6,8
grados en la escala Richter, se cerró, en forma automática, el complejo nuclear
de Kashiwazaki, el más grande del mundo. Allí operan siete reactores
nucleares que producen 12 por ciento del fluido eléctrico que alimenta a Tokio.
Esto es más de la mitad de toda la energía eléctrica producida en Chile. El
presidente de la empresa Tokyo Electric Power Company (TEPCO), operadora de la
planta, admitió que: “La magnitud del temblor estaba más allá de nuestras
expectativas”. Ello en circunstancias que las centrales deberían estar en
condiciones de soportar movimientos telúricos de hasta 8,5 grados.
Las
previsiones iniciales hablaron de una paralización de un año. Cortos se
quedaron los técnicos pues recién, este mes, ha comenzado a funcionar el
primero de los reactores, que en la secuencia de la planta es el séptimo. Por
24 meses la enorme inversión ha estado sin producir mientras se realizan
reparaciones. Las pérdidas para Tepco son colosales y se estima que alcanzaron
a los 5,6 mil millones de dólares solo para 2007. Por fortuna ninguno de los
reactores resultó dañado pero las obras de refuerzo son de gran envergadura.
Las
tentaciones empresariales ignoran el riesgo
La
mayor planta nuclear del mundo está construida a solo 15 kilómetros de una falla tectónica. Ello, claro,
ha causado una seria pérdida de confianza de los nipones en sus autoridades. La
Corte Suprema en Tokio, basándose en estudios del Instituto Nacional
Avanzado de Ciencia Industrial y Tecnología, rechazó las denuncias de
organizaciones ciudadanas que reclamaban que el terreno era inadecuado para
instalar reactores.
“No hay falla y no hay nada que pueda causar
un terremoto”, dictaminó la corte. Ultimas palabras famosas, como se suele
decir. En algunos casos es más económico cerrar una planta antes que repararla.
Los japoneses saben de esto pues las centrales nucleares de Hamaoka, próximas a
Tokai, deben estar preparadas para terremotos de grado 8,5. Esto obligó a
cerrar un par de reactores en 2001 y 2004. Elevar el estándar de seguridad de
las unidades tenía un costo de 3,3 mil millones de dólares. La empresa prefirió
aceptar una pérdida inmediata de 1,7 mil millones de dólares e inhabilitar, en
forma definitiva, el par de reactores.
Cuando
se trata de estas magnitudes de dinero las tentaciones empresariales para
falsear los datos, y presentar por seguro lo que no lo es, es manifiesta. En
2003, 17 plantas de la Tepco, la misma que opera Kashiwazaki, debieron cerrar cuando se descubrió que los informes
de seguridad fueron falsificados. En Alemania, un par de semanas antes del
terremoto que cerró Kashiwazaki, en
la planta de Krümmel, cercana a
Hamburgo, se incendió un transformador que afectó al reactor y obligó a sacarlo
de servicio. Incluso una segunda planta nuclear en Brunsbüttel debió cerrar, a
su vez, debido a un cortocircuito que se cree fue causado por las bajas de voltaje
ocasionadas por el incendio.
Como es
habitual la empresa responsable de la central de Krümmel no informó sobre la
verdadera magnitud del incidente. En todo caso el reactor fue sometido a
reparaciones que costaron 420 millones de dólares a sus operadores, la empresa
sueca Vattenfall. Luego de dos años inactivo reabrió para volver a cerrar el 4
de julio por un nuevo cortocircuito en un transformador. El incidente ha
reabierto el debate en Alemania sobre la urgencia de abandonar cuanto antes la
energía nuclear.
Problemas
del secretismo
El
uranio enriquecido que genera la energía nuclear no es una materia prima
ordinaria. Se trata de la materia más
tóxica del planeta y tarda milenios
en perder su letalidad. De allí que la transparencia y honestidad debieran
ser proporcionales a la amenaza potencial que representa. Pero ocurre todo lo
contrario pues la industria de energía atómica, quizá por sus orígenes
militares, tiene el vicio congénito del secretismo y la desinformación.
De
Alemania a Ucrania, de Japón a Estados Unidos, empresas, gubernamentales y
privadas, ocultan la gravedad de los accidentes. Lo ocurrido en Kashiwazaki prueba que Japón no ha
podido administrar con efectividad sus plantas. Esto en un país que tiene la
más alta reputación en materia de seguridad y rigurosidad industrial.
Es
legítimo preguntarse que pasaría en países latinoamericanos si se descubren
fallas en una central. ¿Los operadores que habrán invertido miles de millones
de dólares estarán dispuestos a paralizar actividades? ¿Invertirán lo que sea
necesario para alcanzar los debidos estándares de seguridad? ¿Qué harían si
descubren que los montos tornan deficitaria la inversión? ¿Simplemente darían
por perdido el reactor y absorberán la pérdida como tuvieron que hacerlo en
Japón?
Estas
son algunas de las interrogantes que deben responder los partidarios de
introducir la energía núcleo eléctrica la región. En lo que toca al tema
sísmico hay un antes y un después de Kashiwazaki. Nadie, seriamente, puede
eludir lo ocurrido en la mega central nipona que todavía no tiene fecha para
volver a su plena actividad.
* Periodista y Analista internacional de
Chilevisión.
Fuente: Link Informativo
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