Por: Javier Berrio
ESPAÑA | 1 DE AGOSTO DE 2013.
Arribados el verano y tantas fiestas españolas y andaluzas en las que la fiesta
de los toros juega un papel tan central, debemos opinar y posicionarnos ante el
dolor innecesario de los animales.
Se podrá hablar y escribir tanto como se
quiera sobre las excelencias culturales y antropológicas que debemos a las
estampas toreras, del arte mismo que suponen las corridas de toros, desde el
traje mismo y de las voladuras del capote, el paseíllo y los pasodobles; de la
forma magistral de torear de este o aquel matador, del arte inquisitorial de
aquel toreador, de las maneras artísticas o valientes de unos u otros; de cómo
el toro responde a los requiebros del maestro o como se queda varado sin ganas
de aproximarse a la muerte. Incluso, para terminar, del ser o no ser del toro
de lidia si desapareciera la tan traída y llevada fiesta nacional e incluso de
lo atávico de dicha usanza.
Durante
tiempo mantuve una posición equidistante entre los partidarios de la fiesta y
los anti taurinos entendiendo que el evento debería ir evolucionando hacia
formas menos cruentas, desaparecer de las televisiones públicas primero y de
las privadas después, confiado como vivía en ese idealismo que entiende que la
misma sociedad evolucionará hacia posiciones abolicionistas. Pero esa sociedad
precisa de modelos que seguir o de programas a los que apoyar como, por
ejemplo, ha sucedido en Cataluña y por otras razones, ya había pasado en
Canarias mucho antes. No obstante, en el sur continuamos encontrándonos con
exaltadores de la fiesta. Andalucía, y Huelva no puede ser menos, vive la
tendencia rancia a alinearse con el poder de tal modo que las imaginarias
enaguas palaciegas no cesan de barrer el piso de los salones de bailes y
decisiones.
La mentalidad preponderante busca por donde colar sus aguas
residuales y trasnochadas sin dar la posibilidad para que otras opciones
dispongan del mismo tiempo e iguales espacios para defender lo contrario. No se
da para más. De ahí que si toca glorificar los toros, no se temblará y cual
fiel escudero se marchará en cabeza a salvaguardar las ideas antaño patrias y
serán muchos los que participarán de esa labor. Por otro lado, los indecisos
hacen el juego a ese misma mentalidad que se niega a dejar paso a un nuevo
tiempo de respeto por todos los seres vivos si no son necesarios para la
alimentación humana.
Vuelvo
a los toros sin haberme alejado de ellos. Imagínense que un Estado tan proclive
a la defensa de los animales y en el que en el maltrato es tan, tan punible, no
solo se permita el escarnio de un animal al que se saca de su entorno natural,
se le obliga a enfrentarse con un hombre con el cual no quiere pendencia alguna
y que ha de hacerlo en desigualdad de condiciones. Sigan figurando y vean cómo
las fuerzas le van siendo mermadas por medio de puyadas sanguinarias y
banderillas innobles e hirientes.
Llegados al final de la exhibición y con la
adrenalina en las criadillas y el corazón del oficiante, éste, espada vengadora
de la nada en mano, pasará al sacrificio final del animal que tan poco ha
podido hacer por su salvación Y no pasa nada.
Viéndolo así, cualquiera de
ustedes habría llamado a la sociedad protectora de animales, o a la policía
local, nacional o, mejor aún, a la guardia civil. Pero no, porque hay algo que
lo cambia todo. Mientras aquel ser vivo ficticio ha sido vapuleado de tan
diversas maneras, un hombre vestido con un traje vistoso y original bordado de
oro ha ido meneando, con mayor o menor habilidad, un paño rojizo que hace que
el animal lo siga y quede dominado, exhausto de las cuchilladas y los
zarandeos.
Y lo que empeora la cuestión: un coliseo entregado jalea y regala
vítores al varón bregado que se ha enfrentado al maltrecho animal. La gente,
plena de placer por la labor bien realizada pide, ondeando sus pañuelos al
viento, una oreja, dos orejas o rabo también para el matarife. Así que, la
matanza con crueldad del animal ha sido considerada no solamente no ilegal,
sino digna de la mayor alabanza porque es fiesta nacional, arte y tradición.
¡Como si no hubiera tradiciones que cambiar o con las que acabar si no se
quieren dar pasos de progreso hacia la dignidad!
La
secuencia que hemos imaginado es una corrida de toros y sin entrar en otras
razones de partidarios y detractores de esta tradición ya desterrada de algunas
partes de España –por cierto, todavía se debe avanzar más en defensa de la
dignidad de los toros en esos lugares-, pienso y digo que hay que plantearse la
cuestión y crear conciencia humana y social sobre la misma.
Pase el tiempo que
pase, el debate se debe abrir y escuchar a unos y a otros para llegar a lugares
comunes antes de dar el salto definitivo a la integración del festival en las
normas de protección animal dentro de las cuales, me parece, no pueden caber.
Maravilloso Estado el español donde las normas se legislan para no ser cumplidas,
al menos, no en su totalidad.
Fuente: Huelva Ya
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