Por: Luciana Arnedo
ARGENTINA | 1 DE AGOSTO DE 2013
Cuando
la desilusión no es posible...
Resulta
que quien mejor nos conoce, de más cerca, es nuestra mascota, nuestro/a
compañero/a del alma. Ante ellos nos quitamos la vestimenta del personaje que
formamos fuera, y nos aman con el cuerpo real de la persona que somos. Nunca
amamos ni nos amaron tan desinteresadamente. Porque no buscamos placer, no
ocultamos, no mentimos, no necesitamos ser comprendidos. El único principio es
dejarnos amar y ¡cómo no amarlos también!
Las
sensaciones que nos causan. Nada es falso entre la mascota y uno. Sentarnos
junto a nuestro animal es olvidar, es ignorar la gran histeria que habita
fuera. La calma de su compañía; el
refugio, el hogar. Pienso si el mundo fuese más animal y menos bestial.
Recuerdo cuántos comparan la conducta improcedente de un ser humano con la de
un animal. Mi rechazo ante la adjetivación infame: "¡qué animal!". La
lealtad, la protección, el compañerismo, la sencillez de los animales son valores
devaluados en nuestro medio.
La
relación animal-humano sólo consiste en intercambiar afecto. Hablamos un
lenguaje que crea una complicidad indeclinable. Uno lleva consigo, en el día,
el recuerdo de éste/a compañero/a tan especial. A veces sintiéndonos ridículos
a juicio de los demás.
Quién no disfruta de una relación con algún animal, no
conoce aquel amor que nos profesan y el sentimiento profundo que alcanzamos.
El
gesto habitual es llegar a casa y que nos estén esperando detrás de la puerta,
con una alegría similar a la de quién espera un regalo. "Ese
contentamiento ante nosotros que alegra cualquier corazón". Después de un
día intenso, dificultoso, nuestra mascota se nos acerca, aun cuando hayamos
pasado todo el día sin verla, ni hablarle, ni acariciarla.
Cuánto
más descubro el afuera, el basural de tantas miserias, con hombres
inconscientes que responden a una fuerza ciega, más me amparo en el calor del
animal.
Por haber compartido momentos felices en la casa, por haber sufrido la
pérdida de un animal amado, por el amor eterno, por hacer la vida más animal y
menos sola. Por tener emociones indescriptibles, porque cuando estuve triste,
enferma, hecha una piltrafa "tuve el amor incondicional de mis
mascotas".
Porque
no inquieren sino acompañan, porque nunca nadie nos devolvió esa mirada, una
mirada en la que reposa un sentimiento que jamás podremos poner en palabras.
Por ello agradezco a la naturaleza su creación, y nuestro encuentro. El animal
no discrimina, no juzga, no condena, no se venga, no se esconde, no especula,
no demanda.
Por
eso; ¡cómo los amo mis queridos animales!
Fuente: Diario
Veloz
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