Por: Daniel Loewe
Profesor de la Escuela de Gobierno de la Universidad Adolfo
Ibáñez
SANTIAGO
DE CHILE | 17 DE
MARZO DE 2013
Sin duda lo conoce. No da un buen espectáculo. La
mayor parte del tiempo yace desganado sobre las rocas artificiales o hace gala
de su automatismo frente a los visitantes curiosos. En ocasiones gruñe. Pero a
pesar del triste espectáculo, es fácil imaginar la fuerza y poderío de Taco, el
oso polar del zoológico del parque metropolitano.
Y es que más allá de lo que
hoy en día sabemos (y nos negamos sistemáticamente a tomar en serio) sobre las
capacidades cognitivas de muchos animales, algunos animales producen en
nosotros admiración y maravilla. Con justa razón. La perfección del lobo al
correr. La velocidad de las serpientes. La majestuosidad de los osos polares
que entrevemos en los reportajes del National Geographic o Discovery Channel:
seres capaces de desplazarse a nado y a pie cientos de kilómetros y de vivir en
condiciones extremas neutralizando el frio mediante su pelaje blanco, su piel
negra y una capa de grasa (lo que los torna imperceptibles para las cámaras
infrarrojas, ya que casi no emiten calor). El resultado de 600 milaños de evolución.
En estos días se está desarrollando en Bangkok,
Malasia, la conferencia de la CITES (la convención internacional sobre comercio
de especies de peligro). Esta convención, en la que participan 177 países,
acaba de rechazar la propuesta presentada por Estados Unidos para incluir al
Ursus Maritimus en su apéndice I, con lo que pasarían a ser considerado una
especie en peligro de extinción, prohibiéndose el comercio de sus partes.
Sólo 38 países votaros a favor (entre ellos, Chile,
Argentina y Uruguay). 42 votaron en contra (entre ellos, Ecuador, Perú y
Venezuela –quizás porque era una propuesta de Estados Unidos: que se jodan los
osos polares si se trata de derrotar al imperio–. Aunque Ecuador está muy
preocupado en la reunión por las Vicuñas. Probablemente algún tipo de
Econacionalismo). Y 46 se abstuvieron (entre ellos Brasil y Paraguay). Crucial
para el rechazo de la propuesta fue la abstención de los países de la Unión
Europea, que tienen un acuerdo para consensuar su voto pero no pudieron
alcanzar un acuerdo debido a Dinamarca, país que representa los intereses de
Groenlandia.
En la actualidad hay una demanda por, y un comercio
creciente de partes de osos polares. Una prohibición de su comercio hubiese
sido importante para la persistencia de estos animales. El pelaje se tranza en
aproximadamente 10 mil dólares. El cráneo en mil. Cada colmillo en 200. Cada
garra en 50. Además, la existencia del comercio legal incentiva la caza de
estos animales allí donde está fuertemente restringida, como en Rusia. Y ya que
los cazadores buscan machos imponentes, ponen en peligro la reproducción en
algunas zonas. Al rechazar esta propuesta la humanidad ha dado un paso más para
sellar la suerte de estos animales que, con razón, se suele incluir entre los
grandes perdedores del cambio climático.
La población de osos polares se cifra entre 20 mil y
25 mil (como apenas se los puede monitorear –se desplazan cientos de kilómetros
y son invisibles a las cámaras infrarrojas– es difícil estimarla). Se localizan
en territorios de EEUU, de Rusia –que votaron a favor–, de Canadá, de
Groenlandia y de Noruega –que votaron en contra. Aproximadamente 15 mil se
localizan en territorio canadiense. Cada año se caza aproximadamente 800. Sólo
en Canadá, 600. Si bien muchos de ellos son utilizados por las poblaciones
locales, en Canadá también es legal su caza con fines comerciales.
El gran opositor a la propuesta es el gobierno de
Canadá (pero no su población: el 85% está a favor de una mayor protección de
los osos polares). Uno de los argumentos más frecuentemente esgrimidos apunta a
que su caza sería parte substancial de la forma de vida de los Inuit. Así, la
protección medioambiental estaría en conflicto con los derechos de las minorías
culturales, resolviéndose el conflicto a favor de estas últimas. No es casual
que el ministro de medioambiente de Nunavut, James Arreak, esté en Bangkok, y
que los Inuit celebren hoy, como ya lo hicieron hace dos años, el rechazo de
esta propuesta.
Sin embargo, hay razones que hacen dudar de este
argumento de corte cultural. Primero: tradicionalmente el significado de la
caza de osos polares para los Inuit era más bien ritual: una prueba de coraje o
el resultado de un encuentro sorpresivo. Fue el gobierno de Canadá el que
recién en los años 50 introdujo, y en los años 80 fomentó, su caza sistemática
en las zonas polares como un modo de crear una fuente de ingreso para los
Inuit. Segundo: como de acuerdo a su cultura los Inuit no deben matar animales
no destinados a su propio uso –y ellos no consumen la carne de los osos–, el
comercio con las partes de osos polares es sospechoso. Tercero: los Inuit no
son los que realmente se favorecen de su caza y del comercio de sus partes,
sino que las agencias turísticas.
Pero aunque el argumento cultural se ajustase a los
hechos vale preguntarse acerca de su validez. Después de todo, no todo aquello
que es parte de nuestra cultura, sea ésta la que sea, debe ser permisible
porque es parte de nuestra cultura. Por ejemplo, la tradición de deformar los
pies de las niñas era parte de la cultura china hasta que Mao le puso término
en unos pocos años. Afortunadamente.
Ciertamente el gran obstáculo a la persistencia de
los osos polares es el cambio climático. Hay estimaciones de que su número
estaría disminuyendo. También hay más relatos acerca de avistamientos de osos
polares en las cercanías de zonas habitadas (pero de esto no se deduce, como
hacen algunos, que la población esté en aumento. Por el contrario: la presión por
buscar alimentos los llevaría a acercarse). Si no se realizan avances
importantes en la lucha para disminuir el cambio climático, se estima una
reducción de la población de aproximadamente dos tercios de aquí al año 2050.
Es por esto que muchos que se opusieron a la propuesta indicaron que lo
correcto sería enfocarse en el cambio climático y no en la protección contra la
caza. Pero esto adolece de miopía moral: si bien resulta evidente que hay que
hacer algo contra el cambio climático, y pronto, de esto no se deduce que no
haya que proteger a los 800 o más osos polares que cada año son presa de
cazadores. Con todas esas muertes se podría acabar inmediatamente. Además,
sostener que la sobrevivencia de los osos polares debe exclusivamente recaer en
la lucha contra el cambio climático, es tan productivo como afirmar que la
solución a los tacos en nuestras calles pasa por permitir la libre circulación
de alfombras voladoras: hasta ahora la disposición de la comunidad
internacional para detener el cambio climático a sido mínima, y las últimas
evoluciones en Doha demuestran que se acerca asintóticamente a cero.
Compartimos un mundo y sus escasos recursos con
otros animales. Ellos no son sólo sensibles. Muchos tienen una vida propia que
debemos considerar. Hay consenso en que el cambio climático que amenaza a los
osos polares es producto de la acción humana. Si no queremos ser parásitos (es
decir, individuos que asignan los costos de sus beneficios a terceros sin
compensar), y tomamos en consideración la vida propia de estos animales,
resulta evidente que al menos debiésemos impedir inmediatamente su muerte
producto de la caza, además de hacer más para contener el cambio climático. Si
no hacemos más para protegerlos mejor, en pocos años no habrá más que viejas
cintas del National Geographic y tristes osos polares en cautiverio. Como Taco,
una sombra de su especie. O como su hermano Winner, el oso polar del zoológico
metropolitano de Buenos aires, quién murió de calor en la Navidad del 2012.
Fuente: El
Mostrador
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