domingo, 6 de enero de 2013

Otra refutación de la tauromaquia



Por: Ilán Semo
CIUDAD DE MÉXICO |  5 DE ENERO DE 2013
La temporada 2012-2013 en la Monumental Plaza México ha transcurrido sin sobresaltos. El próximo domingo de Reyes, los aficionados celebrarán el día con una corrida donde alternarán Christian Ortega, Pedro Gutiérrez y Fermín Rivera. Los toros vendrán de San Mateo. Si los animales se sobresaltan por el espectáculo del que serán objeto y sujeto a la vez, es un tema a discusión. Hay estudios que aseguran que su sistema nervioso es tan reactivo como el de los humanos, y que su sensibilidad frente al dolor y el sufrimiento alcanza umbrales muy parecidos. No es tanto que no intuyamos (o sepamos por experiencia de) la existencia de esa sensibilidad, sino que simplemente no hemos querido saber de ella.
Es interesante la definición que un filósofo tan meticuloso como Hobbes procuró en 1651 para desdibujar la frontera que distingue al ser humano de lo que el texto llama el mundo animal. En el Leviatán, atribuye a los animales “capacidad de sentir y defenderse, incluso una potencia para comunicar”, pero no responden con un lenguaje –se afirma en el libro–, no se puede discernir conjuntamente con ellos, por lo que ese (su) mundo nos está vedado.
A más de tres siglos y medio de distancia, esta afirmación suena inocente o simplemente enigmática. (Ya lo era, en cierta manera, en su época.) El adiestramiento, la domesticación, la convivencia hablan de la existencia de lenguajes en los que humanos y animales pueden comunicarse (incluso llegar a acuerdos) perfectamente.
Hoy sabemos también, gracias a la zoolingüística, que cada especie desarrolla lenguajes particulares que le permiten vivir en comunidades. En otras palabras: una cosa es afirmar que los animales no hablan, otra que no hayamos logrado decodificar la forma en que lo hacen. Acaso lo que está en juego en la definición de Hobbes (que acabaría siendo la dominante en el mundo moderno) no es tanto lo que es propio al mundo animal, sino el concepto de animal, es decir, la forma en que la sociedad occidental construyó la idea de un ser desprovisto de sensibilidad comunicable que hiciera sentir a esa sociedad culpable o responsable frente a su maltrato.
Finalmente, eso que entendemos por animal no es más que otra construcción social, que se ha modificado radicalmente en las últimas décadas. En el fondo del concepto que vacía de afecciones a toros, serpientes y tigres se encuentra en realidad una visión del ser humano sobre sí mismo: la bestia sería aquella cuya afección –o muerte, en última instancia– no nos responsabilizaría, no nos produciría un duelo, un pesar duradero. 
Y es precisamente la fiesta brava la que convierte a esta visión no sólo en un arte, sino en la apoteosis de su celebración. Si una lid fatal contra un animal se celebra, ¿por qué no entonces celebrar la caída de eso otro sobre el cual se ha cernido la metáfora de la bestia? Ejemplos sobran. Hay en la desafección frente a la crueldad que se ejerce contra los animales, el principio de otra desafección más severa aún: la crueldad en potencia que se puede ejercer contra el otro.
El año pasado, más de 170 asociaciones civiles, entre las que se cuentan Mupra (México Unido por el Respeto a los Animales), Entrelacemos las Garras, Arte por los Animales y Plataforma Meta (México Ético en el Trato a los Animales) presentaron una iniciativa ante la ALDF para prohibir las corridas de toros en la capital. Al igual que en 2011, la propuesta fue congelada. Digamos que fue congelada tres veces, porque en octubre de 2012 el priísta Cristian Vargas la presentó y la retiró él mismo frente a las protestas de las empresas buriles. Son cinco los argumentos en los que se han fundado estas iniciativas.
a) Las corridas de toros han dejado de ser una tradición. Día a día pierden aficionados, y los turistas que antes acudían a ellas, están (o salen de ellas) más horrorizados que sus antiguos fans. La economía de la tauromaquia se sostiene más en el erario que en su propia demanda.

b) En encuestas realizadas en los últimos tres años, 70 por ciento de los capitalinos estaría a favor de la abolir los espectáculos taurinos. Sería fácil poner a prueba la veracidad de esa estadística, pero nuestra enclenque democracia no cuenta todavía con el derecho a referendo.
c) Quien crece en una cultura donde la crueldad contra los animales no es vista precisamente como crueldad, se forma en un ambiente de potencial violencia. Por cierto, todavía se permite el ingreso de niños a las corridas.
d) Se perderían cientos o miles de empleos, afirman quienes defienden la tradición de las corridas. Es fácil. Un centro comercial o recreativo produciría todos esos empleos en unos cuantos meses.
e) Los toros de lidia requieren de vastas extensiones de pastizaje. Son zonas agrícolas ociosas que podrían emplearse en otros cultivos.
Las proporciones de las fracciones políticas en la ALDF cambiaron notablemente a raíz de las elecciones de 2012. A la coalición de izquierda, si se incluye en ella al PRD, le sería más fácil que antes pasar la iniciativa. Falta por supuesto voluntad política. Pero sería sin duda una contribución a la vida de civil de una ciudad que de por sí ya se esmerado en mostrar que puede bregar en contra de todas las tendencias nacionales.
Fuente: La Jornada

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