ESPAÑA | 19 DE FEBRERO DE 2014
¿Qué daños para la salud
provocan los compuestos químicos que se trasladan de los envases a los
alimentos? No se sabe muy bien en la gran mayoría de los casos, pero es algo
que inquieta cada vez más a los investigadores.
Prueba de ello es el artículo
de opinión que publica el Journal of Epidemiology and Community Health en
el que cuatro especialistas lanzan una llamada de atención sobre los efectos a
largo plazo que pueden tener estas sustancias y reclaman que se profundicen los
estudios sobre lo que definen “un nuevo reto de la investigación
epidemiológica”. Entre los autores del texto se encuentra Miquel Porta, catedrático
de Salud Pública de la Universidad Autónoma de Barcelona e investigador del Institut
Hospital del Mar d'Investigacions Mèdiques (IMIM).
Unas de las sustancias
que preocupan cada vez más a epidemiólogos, nutricionistas, especialistas en
salud pública o endocrinólogos son los compuestos químicos que se encuentran en
los materiales que están en contacto con la comida. Pueden ser sustancias
presentes en la película transparente con el que se envuelven los filetes para
congelar, en el recubrimiento de las latas de envases de comida o bebida, en el
revestimiento interior plástico de los vasos de cartón o las tarteras en las
que se recalientan las sobras. O pueden ser otros componentes presentes en
procesos de almacenamiento y procesado de comida o bebida; o en instrumentos
que se emplean para servirla.
El problema surge cuando
estas sustancias químicas migran hacia los alimentos que se consumen, un
proceso que se acelera con el calor y que es muy irregular en función de
distintos factores. Depende del tiempo de almacenamiento, de las propiedades
químicas de los materiales que están en contacto con la comida o de sus
propiedades físicas (grosor, superficie, porosidad…)
Es entonces cuando se
produce una contaminación química no demasiado conocida que, tomada de forma
individual, puede ser muy limitada debido a la baja cantidad de tóxicos que se
trasladan a la comida, pero a la que hay que prestar especial atención por
varias cuestiones, como advierte Porta. Por un lado, por lo que denomina el 'efecto
cóctel'. No es uno, sino varios los compuestos que se ingieren. Y se
desconocen no solo buena parte de los efectos individuales de cada uno de
ellos, sino las interacciones que provocan al combinarse. Por otro lado, porque
esta exposición es crónica, de largo plazo: “uno está expuesto a estas
sustancias prácticamente de forma cotidiana”. “Algunos de estos compuestos
están regulados y permitidos. La mayoría de ellas no están estudiadas”, añade
el investigador del IMIM.
Las más conocidas
Entre las sustancias a
las que alude el artículo está el formaldehido, un producto que se usa
como bactericida o conservante. Se puede encontrar, en pequeñas cantidades, en
botellas de plástico de tereftalato de polietileno (material más conocido por
sus siglas en inglés, PET). Al igual que el tabaco, está considerado como una sustancia
cancerígena por la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer (IARC,
en sus siglas en inglés), la división de la OMS encargada de revisar qué
sustancias ocasionan esta enfermedad.
Otras de las sustancias
con capacidad de trasladarse a la comida que se emplean en los procesos de
envasado son los llamados disruptores endocrinos, unos compuestos
químicos capaces de simular el comportamiento de las hormonas. Entre ellos
están los ftalatos, el triclosán (antibacteriano y fungicida), el
nonilfenol (detergente), el tributilo de estaño (biocida) o, uno
de los más famosos, el bisfenol A.
Respecto a estas
sustancias, la Sociedad Española de Salud Pública y administración Sanitaria (SESPAS)
remitió recientemente una carta a la Comisión Europea en la que se expresaba la
“honda preocupación por los efectos sobre la salud humana y ambiental” causada
por los disruptores endocrinos. La entidad solicitaba “la adopción de medidas y
políticas urgentes para reducir la exposición de la población y el medio ambiente
a dichos tóxicos” que se encuentran en “alimentos, agua, envases juguetes,
textiles, plaguicidas, productos de higiene y otros muchos artículos de
consumo”.
Porta recuerda que
existen trabajos que han establecido una relación directa entre disruptores
endocrinos como el bisfenol A y la diabetes. “Con la obesidad cada vez hay más
estudios que lo vinculan, aunque no me atrevería a decir que esté demostrado”,
añade.
Profundizar en las investigaciones
Los investigadores apelan
a profundizar el conocimiento tanto de los compuestos químicos que forman los
materiales que están en contacto con la comida (unos 4.000), como del proceso
de migración a los alimentos y las bebidas: “es una oportunidad y un deber para
los epidemiólogos”, plantean en el escrito. Los autores del texto confían que
estos trabajos sirvan para reforzar las políticas de prevención y aclarar las
relaciones entre los químicos medioambientales y las enfermedades humanas.
De momento, además de
plantear medidas a título colectivo, como por ejemplo políticas europeas que
regulen esta cuestión (Francia ha prohibido el uso de bisfenol A desde 2015),
Porta señala que también se pueden tomar iniciativas de forma individual. Por
ejemplo, a través de algo tan simple como calentar la comida en el microondas
sobre una superficie inerte como un plato de vidrio en lugar de envases de
plástico.
Fuente: El
País
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