Por: Ismael G. Cabral
ESPAÑA | 23 DE FEBRERO DE 2014
Tito cayó a un pozo por
expreso deseo de su dueño.
Este arrojó al animal –un galgo– a un agujero en el
suelo, en algún lugar de Dos Hermanas. Para asegurarse su muerte le ató una
cuerda al cuello y, al otro extremo, una gran piedra. Debería haber fallecido
por una cruel fusión de contusiones, asfixia y ahogamiento. Ese era el plan que
habían reservado para él.
Pero Tito no murió: logró agarrarse a un peldaño
oxidado de la escalera del pozo, cruzó las patas delanteras y se quedó
enganchado durante horas. Alguien le oyó llorar. No hizo nada más pero al menos
avisó a las personas adecuadas. Hasta él llegaron voluntarios de la Fundación
Benjamín Mehnert, un modélico centro de recuperación de galgos y animales maltratados
ubicado en Alcalá de Guadaira.
«Cuando llegamos hasta él le brotaba sangre de
los ojos y del agua sólo asomaba su cabeza y las dos patas. Tenía hipotermia y
estaba al borde de la muerte», rememora Isabel Paiva, directora de la
Fundación. En el fondo del pozo flotaban restos de decenas de cuerdas y
cadáveres de otros que no tuvieron su misma suerte.
Hoy Tito vive felizmente en
Roma adoptado por una socia del centro que le rescató. Desde su sofá todavía
guarda a fuego en su memoria la terrible experiencia vivida. «¿Su
delito?Seguramente no haber cazado una liebre, no correr lo suficiente», dice
Paiva.
En España cada año se abandonan 50.000 galgos y podencos; la porción más
grande de la tarta se la toma Andalucía, con Sevilla en el pelotón de cabeza.
Esqueléticos,
desnutridos, enfermos, heridos, moribundos. Así es como llegan la mayoría de
los galgos que consiguen ser rescatados por alguna de las organizaciones que
trabajan de manera altruista por y para ellos –Benjamín Mehnert, también
SOSGalgos, Galgos 112, DeGalgos, Galgos sin Fronteras y numerosas asociaciones
europeas– y que representan su última oportunidad.
«Por cada diez peticiones de
ayuda que recibimos, ocho son para galgos», dice Paiva, quien el pasado viernes
se desplazaba hasta Los Palacios para rescatar a dos galgos que alguien había
dejado atados con un cable al cuello en un descampado. Llevaban días a la
intemperie, sin poder tumbarse, sin comida ni agua.
«El campo andaluz está
lleno de cadáveres de galgos», aseguran desde este centro de recuperación,
fundado por la animalista alemana Gisella Mehnert, que tiene actualmente unos
500 galgos recogidos en sus instalaciones. El 99% de ellos acabará viviendo
plácidamente lejos de España. Y todos marcharán castrados y esterilizados para
que nadie reproduzca la sinrazón que aquí se vive. «Allí los adoran como perros
de compañía, aquí por desgracia, sólo son objetos utilizados y arrojados como
basura después», asegura Paiva, presos todos ellos de «un mundo oscuro y
machista de cacerías y competiciones alrededor de las cuales el maltrato a
estos seres es moneda común».
Los finales felices se hilvanan con imágenes
terroríficas. Estefanía, una podenca, vive hoy en Alemania. La policía la llevó
a la Fundación, «ni ellos daban crédito de lo que estaban contemplando». Porque
a Estefanía, al contrario que a Tito, no la arrojaron a un pozo. Prefirieron
arrastrarla atada a un coche para que muriera despellejada, quemada viva por
las rozaduras. «Pensaron que había muerto pero no fue así, reptó durante una
semana, los gusanos se la estaban comiendo», recuerda Isabel. Tres operaciones
de injerto de piel hicieron falta para sacarla adelante.
Otras tantas precisó
Kiko, cuyo dueño decidió abandonarlo no sin antes atravesarle el cuello con un
cuchillo para quitarle el chip que le pudiera identificar. A punto de morir
desangrado, este pionero centro de recuperación de galgos dio con él y
consiguió ofrecerle una segunda oportunidad.
¿Soluciones? «Con la
crisis, en muchos pueblos, la gente desocupada se entretiene con los galgos».
«Haría falta una fiscalización, control y multas para vigilar la población,
también un impuesto que disuada a dueños desaprensivos de hacerse cargo de
animales», afirma Paiva.
«También son beneficiosas las campañas de
esterilización». Todo esto ya se hace en Cataluña, comunidad pionera en España
en leyes que los protegen (recientemente también prohibió los circos con
animales) . Con todo, desde la Fundación Benjamín aún confían en que alguien
les escuche, por eso mantendrán un encuentro con el alcalde de Sevilla, Juan
Ignacio Zoido, y con otros políticos locales. E
n un mundo en el que parece ya
no hacer mella el sufrimiento humano, el de los animales parece situarse en las
antípodas de cualquier sensibilidad. «Nosotros necesitamos manos, pero también
socios que nos apoyen económicamente y personas que amen los animales y
entiendan que los galgos pueden ser unos inolvidables compañeros», resume.
Los
intentos por colocar este problema en el centro del objetivo no cesan. El
maltrato por el que pasan estos seres se plasmará en breve en el documental
Febrero, el miedo de los galgos, dirigido por Irene Blázquez, una obra que,
según su directora, «nos hará agachar la cabeza ante Europa».
Fuente: El
Correo de Andalucía
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