Por: Manuel Vicent
Escritor español, Periodista del diario El País
Una vez más con la
primavera ha llegado a este solar el tormento y sacrificio de reses bravas en
diversas modalidades, corridas de feria, capeas en plazas de carros, encierros,
toros de fuego, ensogados, alanceados, un agrio espectáculo de sangre que
alcanza la máxima bajeza moral con el toro de la Vega de Tordesillas al final
del verano. Para muchos españoles, no sólo antitaurinos, resulta una afrenta que
esta elaborada crueldad con los animales, elevada a diversión colectiva, haya
sido declarada Bien de Interés Cultural, con las consabidas subvenciones
a cargo del dinero de todos.
Si este país necesitaba
una nueva ignominia, aquí está. Antes la lidia de toros pertenecía al
Ministerio de la Gobernación por motivos de orden público. Ahora, en plena
decadencia, ha pasado al Departamento de Cultura donde semejante brutalidad se
codea con la Biblioteca Nacional y el Museo del Prado. Incluso puede haber algún
ministro del ramo que considere que hay más estética en un buen puyazo con
sangre hasta la pezuña que en un verso de Machado o de Juan Ramón.
¿Qué pasa con Goya y
Picasso?, argumentan los taurinos. Pues bien, Goya pintaba la lidia, junto con
los aquelarres, ajusticiados con garrote vil y desastres de la guerra, como
expresión y denuncia de una España tabernaria. Y por otra parte, Picasso, al
pintar el Guernica, no creó sino una macabra corrida bombardeada, una
antitauromaquia, el toro, el caballo, el aquelarre, la guerra y la muerte, todo
un Goya patas arriba.
Además de lidiar y dar
muerte a un toro, el verbo torear también significa burlarse de una persona o
mantenerla en una falsa esperanza mediante un engaño. El español se halla ahora
en el ruedo ejerciendo de res en una corrida en la que está siendo toreado por
los hombres de negro del Banco Mundial, a merced de los puntilleros de la
Comisión Europea, mientras los peones de brega Guindos y Montoro se fuman un
puro en el burladero.
Así va la lidia.
Primero unos recortes con
el capote grana y oro, después tres puyazos para bajarte los humos con la
amenaza del rescate; luego varios muletazos de castigo con la prima de riesgo;
y una vez humillado cinco pinchazos, media estocada y un descabello.
Hecho un colador el
español medio es arrastrado por una troika de mulillas al desolladero.
Fuente: La
Razón
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