Por: Miguel
G. Corral
ESPAÑA | 25 DE JULIO DE 2014. La primera preocupación de las autoridades
sanitarias tras un accidente nuclear es, lógicamente, las posibles
consecuencias sobre la salud humana. Pero realizar estudios sobre la población
es costoso y complicado. Sin embargo, la fauna salvaje también sufre las
consecuencias de estas liberaciones de radiactividad y, en ocasiones,
estudiarla puede servir de modelo para extrapolar lo que puede estar pasando en
humanos. Y qué mejor modelo de experimentación que los monos.
Una investigación
publicada hoy acaba de descubrir que los macacos ('Macaca fuscata') de
la zona de Fukushima (Japón) tienen anormalidades sanguíneas como un
bajo número de glóbulos blancos y rojos y niveles reducidos de hemoglobina -la
proteína que transporta el oxígeno en la sangre- y hematocrito, el volumen que
ocupan los eritrocitos o glóbulos rojos en la sangre.
Después del desastre
nuclear, la concentración de cesio radiactivo en el suelo de la ciudad de
Fukushima estaba entre 10.000 y 300.000 bequerelios por metro cuadrado. A pesar
de estar fuera de la zona de exclusión de 30 kilómetros marcada por las
autoridades japonesas, dichos niveles eran varias veces superiores a los
máximos legales y provocaron una radiación acumulada en el aire de 7,5
milisieverts en los dos años posteriores al accidente nuclear. «Esos niveles de
radiactividad no son aceptables», asegura Eduardo Rodríguez-Farré, profesor de
investigación del CSIC y miembro del Comité Científico de la UE sobre riesgos
para la salud. «El máximo permisible para un ciudadano cuyo trabajo no implique
riesgo de radiación es de un milisievert al año, así que son niveles siete
veces mayores de lo permitido internacionalmente», afirma el experto.
Los investigadores,
pertenecientes a la Universidad de Tokio, tomaron muestras de un total de 61
macacos pertenecientes a dos poblaciones de los bosques de la prefectura de
Fukushima, situados a 70 kilómetros de la central accidentada. Y como contraste
tomaron otras 31 de otro grupo de la región de Shimokita, a 400 kilómetros de
la planta nuclear. Según los resultados del estudio, la concentración de
cesio radiactivo en el tejido muscular de los animales de Fukushima estaba
entre 78 y 1.778 bequerelios por kilogramo de peso, mientras que en los
monos de Shimokita los niveles eran imperceptibles para los aparatos de
medición.
A pesar de lo llamativa
de la cifra de casi 2.000 bequerelios por kilo, no se trata de niveles
elevados, por lo que algunos científicos dudan de que la radiactividad sea la
causa de las sanguíneas de los animales de Fukushima. Los
propios autores se muestran muy cautos y en ningún momento establecen una
relación de causa-efecto entre radiactividad y problemas en las células
sanguíneas.
El trabajo se limita a señalar la coincidencia entre ambos hechos
en los primates que ocupan áreas cercanas a la central nuclear accidentada y la
ausencia de problemas en monos de regiones distantes. «Es probable que los
cambios hematológicos en los monos de Fukushima fueran el resultado de la
exposición a alguna forma de material radiactivo, pero sólo se ha medido la
concentración de cesio», dice el estudio.
«Los bajos conteos de
células sanguíneas no significan necesariamente que la salud de los monos esté
en peligro», asegura a EL MUNDO Shin-ichi Hayama, uno de los autores del
trabajo publicado por la revista Scientific Reports, del grupo editorial
de Nature. «Pero, en todo caso, podría sugerir que el sistema inmune se
ha visto comprometido en algún grado, quizá haciendo que los individuos y la
manada entera sea susceptible a una epidemia de una enfermedad infecciosa,
por ejemplo», dice el trabajo.
Pero otros expertos van
más allá. «El problema es que no degenere», explica Rodríguez-Farré, «si tienes
alterado el conteo de leucocitos puedes llegar a tener problemas de inmunidad,
que pueden provocar mayor susceptibilidad a infecciones. Y a la larga puede
degenerar en algún tipo de leucemia», opina el experto.
Los expertos
destacan el hecho de que los macacos sean uno de los modelos de experimentación
más parecidos a los humanos. De hecho, el factor sanguíneo Rh, proviene de una
investigación con Macacus rhesus. «Nuestros datos con primates, los parientes
vivos más cercanos al ser humano, podrían suponer una gran contribución para
las futuras investigaciones sobre los efectos de la exposición a la
radiactividad para la salud», asegura Hayama.
Como los niños de Chernóbil
En 1993, una
investigadora ucraniana llamada Evgeniya Stepanova comenzó un largo y costoso
trabajo para tratar de averiguar si los bajos niveles de radiactividad
presentes en algunas áreas de Ucrania apartadas de la central de Chernóbil
-cuyo reactor explotó en abril de 1986- habían tenido consecuencias sobre la
salud de los niños. Tardó tres años en tomar las muestras de sangre para saber
si la radiación había tenido consecuencias sobre las células sanguíneas.
Los
resultados no se publicaron hasta el año 2002, pero fueron demoledores y
marcaron un antes y un después en la forma de abordar las estrategias de
actuación ante este tipo de accidentes nucleares que liberan materiales
radiactivos a la atmósfera. Sus resultados
demostraron que incluso la exposición a niveles bajos de radiactividad
provocaban en los más pequeños una reducción de células sanguíneas, de
hemoglobina y de plaquetas, con las consecuencias que eso tiene para su sistema
inmune. Y, además, pudo demostrar también que los niños con menores recuentos
de glóbulos blancos y rojos correspondían con los que vivían expuestos a
mayores dosis de radiactividad en sus hogares.
Las conclusiones de Hayama y sus
colegas muestran en Japón exactamente lo mismo que encontró Stepanova, sólo que
en monos. El siguiente paso es estudiar qué está pasando con los seres humanos.
Fuente: blogs
de El Mundo
No hay comentarios:
Publicar un comentario