Por:
Javier Berrio
ESPAÑA | 17 DE AGOSTO DE
2014
Los comentaristas también
se alimentan de informaciones orales. Así, llego a saber que determinada figura
del toreo ha llegado a cobrar más de 90.000 euros por algunas de sus corridas.
Esa cantidad de dinero por acabar con la vida de dos animales nobles que quizás
se podrían preguntar qué hacen en ese lugar circular, como un foro romano, y
por qué se le expone a una situación de tortura, humillación con final de
muerte; de acabamiento –suerte suprema se atreven a llamarlo- tantas veces con
torpeza que alarga la agonía del animal.
Supongo que algo parecido
debían preguntarse los capturados por el Santo Oficio –Santa Inquisición-,
cuando se les apresaba sin sentido, sin motivo y se les torturaba para que
reconociesen lo que no habían hecho. La odiosa inqusición pertenece a la
historia de España, de Portugal y de otros lugares donde se mantiene la fiesta
taurina, en unos lugares con mayor ensañamiento que en otros. La inquisición
desapareció, pero los toros, la fiesta de la masacre sobre el bovino, no.
Una sociedad moralmente
desarrollada no puede permitirse la barbaridad sacralizada bajo el apelativo de
“cultura”. Es falso que el toreo pueda considerarse un algo cultural cuando
lleva inscrito el olor de la sangre y de la tortura de un animal. Miren
ustedes: estoy dispuesto a entender que hasta el final del franquismo, con la
exaltación racial propia de los regímenes fascistas, el toreo fuese defendido
como una expresión propia ibérica.
Pero el tiempo ha
cambiado y el crecimiento individual hacia posiciones éticas y morales en
nuestra relación con la naturaleza, hace insostenible la defensa de la
inmolación absurda, sin fin en sí mismo, de un animal. Incomprensible, doloroso,
vejante. Algo primitivo pervive en los genes taurinos sin que tantos seres
sensibles y con la mente abierta sigan gustando del improperio que supone
asistir a una corrida de toros en la que unos señores se hacen ricos en el
regusto de la expiración atormentada del animal.
Andalucía es una tierra
especialmente españolizada: ocupada, repoblada y endoculturada –en sentido
antropológico-, en el españolismo más férreo. Tanto, que tan siquiera se ve a
sí misma y no muestra el menor deseo de posicionarse ante lo que se le impone;
tan siquiera lo ve. Como tantas veces he defendido la posibilidad y necesidad
de que Andalucía se convierta en la punta de lanza del desarrollo del Estado,
así me gustaría hoy hacerlo sobre una costumbre que no debe enorgullecernos, sino
bien al contrario.
Vivimos la plenitud del
siglo XXI sin que el progreso de nuestras normas morales cambie lo suficiente.
Es necesario llevar a los individuos al afrontamiento moral de sus propias
circunstancias, las personales primero y las del grupo después. Andalucía es un
todo compuesto por seres libres a los que hay que dar la oportunidad de saber
elegir entre lo éticamente aceptable y lo que no lo es.
El sacrificio de un
animal convertido es espectáculo, nos empequeñece como personas, como seres
autoconscientes. Ese proyecto, el del cuestionamiento moral de nuestra posición
frente a la vida de los animales es el que debe prevalecer por encima de las
tradiciones y de lo supuestamente cultural. Para éso están las escuelas y el
aprendizaje social.
En cuanto a lo último,
hay mucho que cuestionarse y respecto de la escuela, ya ven ustedes, si tan
siquiera se cuenta la historia tal como fue. Y el papel de los medios de
comunicación ha quedado en la exaltación de la “fiesta”, dejando sin
cumplimiento su esfuerzo por mejorar las sociedades sobre las que ejercen su
influencia.
Fuente: HuelvaYa
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