MADRID
| 5 DE JULIO DE 2007
La generosidad (como la
maldad) es un rasgo intrínseco de la naturaleza humana; y es un rasgo extraño.
Si la evolución de los seres humanos, como la de cualquier otra especie, se
explica por el principio darwiniano de «supervivencia del más apto»,
¿qué podría mover a un individuo a favorecer a sus congéneres? Hasta ahora se
han propuesto dos explicaciones. Por un lado, los individuos ayudan a aquellos
con los que están emparentados porque de ese modo protegen la herencia genética
que comparten. Esto explicaría porque los padres ayudan a sus hijos o, incluso,
a sus sobrinos. Una segunda explicación consiste en atribuir ese comportamiento
a razones afectivas o culturales; lo que casi es decir que esa conducta es
exclusiva del ser humano como especie superior dotada de inteligencia y
sensibilidad.
Pero si sólo estas
explicaciones son correctas, ¿por qué hay ratas que ayudan a otras con las que
no están emparentadas? Michael Taborsky, un biólogo de la Universidad de Berna,
ha realizado varios experimentos que confirman que especies «inferiores» pueden
tener comportamientos auténticamente generosos. Es decir,
actos que favorecen a individuos con los que no tienen parentesco, y que no les
revierten ningún beneficio. Por ejemplo, se sitúa a una rata en un recinto en
el que hay una palanca que, al accionarla, proporciona alimento a otra rata; pero
no a sí misma. Algunas ratas presionan deliberadamente esa palanca, a pesar de
no tener relación familiar con las ratas beneficiadas.
Pero lo más interesante
del estudio del Taborski es la constatación de que la probabilidad de que una
rata ayude a otra está correlacionada con la generosidad previamente recibida.
Si un animal ha sido ayudado con una cantidad adicional de comida, la
probabilidad de que ayude a otro es un 20% más elevada que si no ha sido
ayudado. Este comportamiento, se denomina reciprocidad generalizada;
y en contra de lo que se ha venido suponiendo, no es exclusivo de los seres
humanos. Michael Taborsky cree que el reconocimiento potencia la solidaridad
entre las ratas en un 50%. Señala que los individuos que reconocen a otros son
más propensos a ayudar, incluso si no tienen ningún parentesco. Sin embargo,
este reconocimiento sólo existiría bajo circunstancias especiales: «Los
animales habrían de encontrarse con frecuencia, y tendrían que recordar lo que
hicieron». De ahí que Taborsky crea que existe un segundo mecanismo que también
favorecería la reciprocidad generalizada: el individuo simplemente repetiría su
última acción. «Un mecanismo más sencillo y, por tanto, más decisivo desde la
perspectiva de la evolución», opina.
En realidad, sólo se
están dando los primeros pasos de una investigación que se presume larga. «Lo
que ahora tenemos que averiguar es qué tipo de mecanismos psicológicos y
neurológicos son responsables de este comportamiento», señala Taborsky, quien
piensa continuar sus experimentos con peces de la familia de
los cíclidos. Y es que, para el biólogo afincado en Suiza la
reciprocidad generalizada es un comportamiento que podría descubrirse en muchas
especies.
Fuente: El
Mundo
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