Reportaje por: Mariana Norandi
MÉXICO | 27 DE AGOSTO DE 2007
Las instalaciones en que se exhiben delfines son
mostradas como sitios de diversión y, en años recientes, a los espectáculos que
presentan se ha sumado una oferta más “exótica”, “elitista” y “civilizada”,
consistente en el nado con los cetáceos; sin embargo, cuando cae el telón, la
fiesta se torna crueldad: los animales sólo vuelven a comer cuando regresan a
“trabajar” y surge esa otra cara de un sistema de explotación, tortura e
ilegalidad que esconde el comercio con esos mamíferos y con lobos marinos,
documentan expertas en un libro.
Aunque existen personas que creen que en esos sitios
pueden encontrar soluciones terapéuticas a ciertos problemas sicológicos, como
el autismo, las supuestas bondades de la delfinoterapia no han sido avaladas
por la Secretaría de Salud, advierten. Las condiciones a que están sometidos
esos animales en cautiverio son descritas en el libro Delfinarios,de
Laura Rojas y Yolanda Alaniz, presidenta y vicepresidenta de la organización
civil Conservación de Mamíferos Marinos de México. El volumen es producto
de siete años de investigación “tras bambalinas” en los 24 delfinarios que
existen en el país.
Las investigadoras reportaron 270 delfines en
cautiverio, pero, según explica Laura Rojas, es muy difícil saber el número
exacto, porque constantemente los cetáceos son enviados a distintas
instalaciones.Lo que sí han podido comprobar son las condiciones en que se
encuentran y el maltrato físico al que son sometidos. Laura Rojas, quien
considera “esclavitud” la situación de los delfines cautivos en México, afirma
que padecen enfermedades que no sufrirían si estuvieran en libertad, las cuales
no son reportadas por los empresarios.
Comunes,
ceguera y quemaduras
“Si no hacen los ejercicios no les dan de comer, por
lo que hay hambre y sufrimiento. Las albercas tienen exceso de cloro y poca
sal, por lo que es común la ceguera, así como quemaduras en la piel y ámpulas. “En
nuestro informe de morbilidad descubrimos que los delfines se la pasan enfermos
de neumonía, gastritis y úlceras;
además algunos han muerto por comer objetos extraños, como balones o bolsas de
dulces. “Incluso reportamos una delfina que había muerto por comer un kilo 800
gramos de hojas de árbol y una bola de mecate. Eso los empresarios no lo
reportan, o mienten a las autoridades, argumentando que murieron de vejez.
“En mar abierto, los delfines nadan 150 kilómetros
diarios a profundidades hasta de 100 kilómetros. En la alberca, solamente unos
25 metros, lo cual también les genera mucho estrés.” La especialista en
mamíferos marinos expresa que la Ley General de Vida Silvestre prohíbe
capturar, exportar, importar y rexportar mamíferos marinos, pero incluye la
excepción “para fines científicos”, con lo cual, “hecha la norma, hecha la
trampa” y se capturan bajo este argumento.
Por otro lado, abunda, la norma no obliga a los
empresarios a reportar los nacimientos, con lo cual tampoco se da seguimiento a
los ejemplares alumbrados en los delfinarios. “Es una normativa hecha a
medida de las empresas de los delfinarios y no de las necesidades fisiológicas
y biológicas de los delfines.” Según Rojas, el delfinario es un negocio que
genera ganancias millonarias y, por lo tanto, está muy lejos de
desaparecer. Comenta que los espectáculos con esos mamíferos ya no son muy
rentables, porque el verdadero negocio proviene del nado con ellos y la
delfinoterapia.
“Un boleto en el delfinario, como el del zoológico
de San Juan de Aragón, puede costar 30 pesos, pero uno para el nado con
delfines cuesta entre mil 800 y 2 mil pesos. Aunque la norma dice que con cada
delfín pueden nadar cuatro personas, en la práctica lo hacen hasta 15. “A
cuatro sesiones por día de 40 minutos, la ganancia es enorme. En el caso de la
definoterapia, 12 sesiones cuestan unos 15 mil pesos, y para colmo, no es
avalada por la Secretaría de Salud, que no la considera una terapia, sino algo
‘alternativo’. En su lugar, los permisos los da la Secretaría de Medio
Ambiente, cuando no es su competencia. “Para realizar esas terapias, los
delfines tienen que estar mucho tiempo quietos; si no, tampoco les dan de
comer.” Los delfines, asevera Rojas, son muy inteligentes. Se reconocen en un
espejo, se ponen nombres entre ellos con distintos sonidos, sueñan, tienen
sistemas de ayuda entre sus congéneres y reconocen el dolor y la
muerte. Por lo tanto, añade, “no son animales inferiores a los humanos,
sino diferentes”.
La especialista hizo un llamado a las autoridades
para que hagan aplicar la norma, la cual, abundó, debe ser
restructurada. También considera que se deben destinar mayores recursos a
la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente para contratar más vigilantes
en las costas y, sobre todo, fomentar mayor educación ambiental en contra del
cautiverio, “porque no puede ser que se promueva la diversión de los niños a
costa del sufrimiento de los animales”.
Fuente:
La
Jornada
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