ESPAÑA | 2 DE OCTUBRE DE 2013
¿POR QUÉ TODO EL MUNDO
ODIA A LAS FEMINISTAS Y A LOS ECOLOGISTAS?
Parece paradójico, pero
no hay más que reflexionar sobre nuestra propia experiencia para reconocer que
no cabe ninguna duda sobre ello. Existen un gran número de rasgos negativos
asociados con aquellos que, a priori, intentan hacer del mundo un lugar mejor.
Si se trata de un ecologista, rápidamente se le acusa de ser un hippy seguidor
de Al Gore; si es una feminista, se trata de una loca quemasujetadores; y así,
sucesivamente, los agentes del cambio social son ridiculizados uno tras otro.
¿Qué
ocurre con todas esas organizaciones e individuos comprometidos?
Muchos
pensarían que su oposición al poder los hace peligrosos para el sistema y, por
lo tanto, este se esfuerza en caricaturizarlos de todas las maneras posibles.
Sin embargo, una reciente investigación se propone arrojar una nueva luz sobre
este asunto. Según el estudio, llamado El impacto irónico de los activistas:
los estereotipos negativos reducen la influencia del cambio social, los
activistas pueden ser, paradójicamente, los principales enemigos a la hora de
conseguir los objetivos que persiguen. ¿Por qué? Porque existen unos
estereotipos tan negativos asociados a ellos que muchos evitan comprometerse
con ninguna causa por miedo a que los identifiquen con ellos.
Buenas causas, malas prácticas
Como indica el resumen
del artículo, la mayor parte de los estudiados muestran comportamientos y
actitudes en apariencia paradójicas: “A pesar de reconocer la importancia del
cambio social en áreas como la igualdad o la protección del medio ambiente, los
individuos a menudo evitan apoyar dichos cambios”.
Hasta la fecha, la mayor
parte de investigaciones a tal respecto se habían centrado en el objeto mismo
del cambio social; ahora, por primera vez, el estudio se fija en los agentes del
cambio social, es decir, los activistas. Y parece ser que la mayor parte de
personas no tienen una opinión muy positiva sobre ellos.
“Los
participantes mantenían estereotipos negativos de los activistas (feministas y
ecologistas), independientemente del dominio de su activismo,viéndolos como
excéntricos y militantes”, explica el artículo. “Es más, dichos estereotipos
reducían la disposición de los participantes para afiliarse con activistas
‘típicos’ y, definitivamente, a adoptar los comportamientos que dichos
activistas promueven”.
El grupo de investigadores de la Universidad de Toronto,
encabezados por Nadia Bashir, y que han publicado los resultados de su estudio
en el European Journal of Social Psychology, indican que esa es la
principal resistencia que impide que muchas personas se comprometan con
movimientos sociales.
“No eres tú, soy yo”
Para realizar su estudio,
los investigadores han recurrido a diversos trabajos previos. En uno de ellos,
los consultados consideraban que todos los activistas son iguales y
definían a ecologistas y feministas a través de algunos de los términos
peyorativos asociados con mayor frecuencia a ambos, como es el caso de que
“odian a los hombres” y “son sucias” en el caso de las feministas, o llamando
“abraza árboles” o “hippies” a los defensores del medio ambiente.
Otro
estudio mostraba que las estrategias de protesta llevadas a cabo por el grupo
eran clave a la hora de decidir si la causa levantaba simpatías o no. Como
señalaban los resultados de la investigación, los participantes se mostraban
mucho más dispuestos a colaborar con aquellos que organizaban eventos
sociales o querían recaudar dinero (definidos como métodos “mainstream”)
que los que acudían a actos de protesta.
En el último de ellos, los analizados
(140 estadounidenses) tenían que leer un texto, que trataba sobre el cambio
climático y la necesidad de hacer algo para detenerlo, y a continuación señalar
si estarían dispuestos a colaborar.
La diferencia para cada uno de los tres
grupos participantes se encontraba en la manera en que se definía al activista:
para unos se trataba de un ecologista “prototípico”, que participaba en
manifestaciones; para otros, era un ecologista “atípico” (que
recaudaba dinero para organizaciones) y el último grupo no aclaraba su tipo de
colaboración. Pues bien, la mayor parte de los participantes mostraron mucha
menos simpatía hacia el ecologista típico que con los de las dos restantes
categorías.
Necesario un cambio de estrategia
La moraleja del estudio
es clara: si los activistas de cualquier campo (incluso otros como Occupy Wall
Street o los derechos de los homosexuales, señalan los autores), pretenden que
se les haga caso, es necesario ser menos vehementes en su comportamiento.
“Desafortunadamente, la propia naturaleza del activismo conduce a la aparición
de estereotipos negativos”, indica el artículo. “Al promover de manera
agresiva el cambio y proponer prácticas poco convencionales, los activistas son
asociados con la militancia hostil y la excentricidad y lo poco
convencional”, proseguía el texto. “Por ello, esta tendencia a asociar a los
activistas con estereotipos negativos y percibirlos como gente con la que sería
desagradable trabajar reduce la motivación de los individuos para adoptar los
comportamientos a favor del cambio que promueven los activistas”.
Quizá sean
precisamente movimientos como el llamado grassroots, basado en la
asociación espontánea, local y con unos objetivos muy concretos los que, en ese
sentido, resulten más simpáticos para el ciudadano medio.
Como indican los autores,
los simpatizantes pueden verse más inclinados a apoyar “a aquellos que desafían
los estereotipos siendo agradables y cercanos”. Y, por ello mismo, quizá
ese tipo de movimientos sean los candidatos idóneos para acabar con los mitos
que han rodeado al activismo político clásico.
Fuente: El
Confidencial
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