MÉXICO | 14 DE OCTUBRE DE 2013
Hace unos días la
sociedad mexicana fue informada de una noticia esperanzadora: el Juzgado Décimo
Segundo de Distrito en Materia Civil con sede en el Distrito Federal acordó
otorgar la suspensión provisional para la concesión de permisos por parte de la
SAGARPA y la SEMARNAT a empresas trasnacionales como Monsanto y Pioneer entre
otras, para la siembra experimental, liberación y comercialización de maíz
transgénico en México.
Ello, como resultado de la acción colectiva -interpuesta
el pasado 5 de julio por decenas de científicos, artistas, agricultores y
activistas así como de organizaciones ambientalistas, productivas y de derechos
humanos- que pretende salvaguardar el derecho humano a la biodiversidad, máxime
por ser México centro originario del maíz y reservorio de la biodiversidad de
dicho cultivo patrimonio de la humanidad según lo ha reconocido el propio José
Sarukhán, ex rector de la UNAM y actual coordinador de la CONABIO. Medida que
fue dictada por el riesgo de daño inminente que puede sufrir el medio ambiente.
El triunfo logrado es enorme porque luego de años de lucha se ha reconocido el
derecho legítimo y colectivo, consagrado en la Constitución Federal y en los
tratados internacionales suscritos por México, que asiste a los mexicanos de
gozar de un medio ambiente sano, independientemente de su derecho a una
alimentación nutritiva, a la protección de su salud, al agua, al patrimonio
cultural y a la información.
Y es que es un tema de la mayor envergadura para
nuestro futuro como Nación y especie el relativo a los organismos genéticamente
modificados: autorizar por parte de la autoridad su introducción y
comercialización antes de tener la certeza plena de que son inocuos, sea por
ignorancia, irresponsabilidad o, peor aún, por ambición económica y de poder,
no sólo es una traición a la Patria, es ante todo un crimen de lesa humanidad,
irreparable e imperdonable. Ojalá que así lo comprenda el Poder Judicial al
emitir su fallo final en este asunto ante las poderosas implicaciones que
tendrá.
Pero ¿cuándo ocurrirá lo mismo con la devastadora minería,
especialmente aquélla a cielo abierto? ¿Cuándo dejarán de ser otorgadas por
parte del gobierno nacional concesiones en este sentido y, sobre todo, cuándo
cancelarán las ya otorgadas por nefastas administraciones pasadas?
A su vez, la
actual reforma energética propuesta por el presidente Enrique Peña Nieto
contempla como uno de sus principales objetivos abrir al sector empresarial
nacional y extranjero la exploración y explotación del gas esquisto localizado
en yacimientos de rocas de lutita (en inglés shale). ¿Podrá reconocer la
autoridad el craso error que está cometiendo al permitir y sobre todo impulsar
esta alternativa energética sin importarle el altísimo impacto social,
económico, pero sobre todo ambiental que implica?
En México hasta ahora
sólo se han otorgado 6 autorizaciones para la extracción de gas shale bajo la
operación de Petróleos Mexicanos en Coahuila. Cada una implica un costo que
oscila entre 8 y 10 millones de dólares. El proyecto del gobierno es lograr
explotar 20 mil pozos anuales, lo que requeriría de una inversión de 200 mil
millones de dólares por perforación. Cifra astronómica pero cuyo costo real no
sólo es el económico, sino el impacto nocivo que implica: un consumo de agua
equivalente al que requerirían 16 millones de personas (un solo pozo requiere
de 9 a 29 millones de litros de agua); la irreversible contaminación de los
mantos acuíferos y por ende del terreno, plantas y animales que dicha
exploración provoca en la zona donde se realiza; la nociva y desmesurada
emisión de gas metano, así como la gravísima desestabilización del subsuelo
provocada por la inyección de agua con arena y cientos de materiales químicos
tóxicos para desgajar sus capas interiores profundas en el afán por allegarse
del gas contenido en los yacimientos de lutita y de otros materiales orgánicos.
Se calcula que México es el cuarto país del mundo con reservas de gas shale con
una reserva de 600 billones de pies cúbicos. Por su parte, Veracruz,
Tamaulipas, Coahuila y Chihuahua, han sido declarados potenciales candidatos
para la introducción de la técnica extractiva de fractura hidráulica o
fracking. La contaminación de sus aguas y medioambiente, así como la ruptura de
su subsuelo será inminente.
¿Acaso los sismos inusuales que han padecido
Alaska, Ohio, Oklahoma, el oeste de Texas, el sur de Colorado y ahora Cataluña
y Valencia, en donde hay pozos de fracking no son reveladores de las
demoledoras consecuencias que este tipo de industria extractiva genera al hacer
extremadamente vulnerable el subsuelo?
Más allá de las fórmulas
jurídicas que finalmente sean adoptadas, sea manteniendo la rectoría estatal
sobre los hidrocarburos o bien permitiendo la inversión privada a través de
alguna modalidad ¿para esto es que se pretende la reforma energética aún cuando
países como Francia, Alemania, Bulgaria, Irlanda, Suiza, Rumania e Italia,
algunas entidades de los Estados Unidos de América, Quebec en Canadá y regiones
de Australia y España ya han prohibido o emitido moratorias contra el fracking?
La sociedad civil no puede permitir que otra nueva y funesta agresión al
medioambiente, al territorio y a su población sea avalada. Si la autoridad no
ha advertido el grave e inminente peligro que el fracking conlleva, corresponde
a la ciudadanía advertirlo y a los legisladores cumplir cabalmente con su
responsabilidad social. De lo contrario, nuestro propio Estado de Derecho nos
da la posibilidad de retirar de su cargo a todo aquel que desacata y viola los
más sagrados preceptos contenidos en nuestra Carta Magna.
Fuente: El
Sol de México
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