Por: Malvina Bush
Ecóloga y Periodista
MIAMI | 22 DE ABRIL DE 2013
No recuerdo quién dijo
que los grandes males de nuestros tiempos son dos: la ignorancia y la
indiferencia. Ignorancia por falta de conocimientos, del deber de saber, de
indagar, de conocer lo que nos afecta. Indiferencia por encogernos de hombros,
porque “el problema” no es de importancia personal. Estos dos males se
alimentan entre sí, formando una entidad monolítica, rígida y enconchada en los
incrédulos.
Podemos decir que a estas alturas, en la segunda década del siglo
XXI, son pocos los que no han oído algo sobre esta crisis ecológica del
planeta, esta esfera de agua y tierra de donde surgimos, cuna nuestra, de todo
lo que tiene vida, y de donde extraemos nuestro sustento.
El calentamiento
global (¿nos habremos cansado de oír esto?) y el cambio de clima nacen de la
misma cabeza, y de ahí, al igual que en la espantosa cabeza de Medusa, nace el
resto de todos los males que devastan la Tierra. Quince de los últimos 20 años
se encuentran entre los más calientes desde 1850 (Panel Intergubernamental de
Naciones Unidas sobre Cambio Climático, IPCC).
Los escépticos y
dogmáticos exponen todas las razones por las que el cambio de clima actual no
es más que un proceso natural que ocurre cada cierto tiempo. Los ataques
negando la abrumadora evidencia generalmente provienen de intereses especiales
o políticos, dogma, o simplemente ignorancia.
Aunque es cierto que a través de
su larga historia de miles de millones de años, la Tierra ha atravesado
periodos de calentamiento y enfriamiento y cambios climáticos, también es
cierto que desde hace unos 120 años (al iniciarse la Revolución Industrial a
finales del siglo XIX) otra fuerza, esta vez innatural, comenzó a influir esos
cambios, avanzando con velocidad creciente y sin frenos: los humanos. A partir
de entonces, el uso imparable de combustibles fósiles (carbón, gas, petróleo)
que liberan bióxido de carbono hacia la atmósfera, unido a la tala de árboles
alrededor del globo, son los principales responsables del fenómeno llamado
“efecto invernadero’’.
Esta es la conclusión a
la que llegan las instituciones científicas más distinguidas de países
desarrollados y en vías de desarrollo: la Academia Nacional de Ciencias de
EEUU, la Organización Meteorológica Mundial, American Meteorological Society,
American Association for the Advancement of Science, Unión Americana de
Geofísica, entre otras. Tantos no pueden estar equivocados.
Las conclusiones
científicas surgen de un entendimiento de leyes básicas, apoyadas por
experimentos en laboratorios, observaciones de la Naturaleza (incluyendo
satélites), intercambios científicos y modelos matemáticos y de computación.
Dentro de esto, por supuesto, hay espacio para errores. Pero cuando algunas
conclusiones han sido probadas una y otra vez, cuestionadas, comparadas y
reexaminadas, éstas ganan el estatus de “teorías bien establecidas” a las que a
veces se refieren como hechos. No por esto se detienen las investigaciones.
El impacto del
calentamiento global va más allá del solo aumento de temperatura y el dramático
descongelamiento de las capas polares, con eventos climáticos más fuertes y
frecuentes y sus consecuencias destructivas: tormentas tropicales y de nieve,
lluvias intensas, inundaciones y deslaves de fango, olas de calor y sequías.
Todos estos cambios ya están ocurriendo. El único debate es con qué rapidez
están ocurriendo y la extensión e implicación de los daños.
Cabe destacar que los
científicos climáticos, al igual que todos los científicos, son escépticos por
naturaleza y entrenamiento. De hecho, aprecian cualquier reto a su trabajo por
parte de otros científicos colegas. Por medio de este proceso y de
verificaciones independientes estos expertos critican, chequean y verifican el
trabajo mutuo. Esto, claro, puede llevar a debates y controversias, pero con el
tiempo los errores se descubren y descartan y se va creando un historial de
hechos concretos. En el caso del cambio climático hoy día hay un consenso
general del fenómeno aunque no se deja de admitir que muchos detalles aún no se
comprenden.
Las montañas de datos
recopilados por las instituciones de ciencias en varias disciplinas,
especialmente en los últimos 50 años, son irrefutables y muestran un cuadro ya
verificable de un mundo hacia un rápido calentamiento. No será cuestión de
siglos sino de décadas. La hora de quitarnos la venda de los ojos y los tapones
de los oídos ha llegado. Sólo depende de querer ver y querer oir. Y salir del
caracol.
Fuente:
El
Nuevo Herald
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