RUSIA | 27 DE ABRIL DE 2013
En
2010 James McCarthy, biólogo marino de Harvard, y Joe Roman, de la Universidad
de Vermont, presentaron su teoría de "bomba de ballenas", concluyendo
que los excrementos de estos mamíferos fertilizan su entorno. Alimentándose en
las profundidades, 'descargan' luego el nitrógeno en las aguas superficiales a
través de "heces floculantes", estimulando así el crecimiento del
plancton y de poblaciones de todas las especies que lo comen, entre peces y
mamíferos marinos de todo tipo.
Según
la cifra de McCarthy y Roman -quienes se dedican a investigar la vida marina en
el golfo de Maine, en el Atlántico, en la costa noreste de Norteamérica, antes
de que empezara la caza industrial de las ballenas distribuían tres veces
más nitrógeno en la zona procedente de las fuentes atmosféricas. Incluso hoy en
día, con una población mermada a un mínimo histórico, sus excrementos
suministran más nitrógeno que todos los ríos y corrientes que desembocan en el
golfo juntos. Cabe recordar que las heces de los cetáceos contiene además de
mucho nitrógeno, también mucho hierro que viene de los camarones que consumen.
Según
calcula Trish Lavery, de la Universidad Flinders (Australia), solo los
excrementos de los cachalotes que habitan el océano Antártico sirven para
quitar de la atmósfera unas 400.000 toneladas de dióxido de carbono anualmente.
La explicación es muy simple. Una vez en el agua, las heces (extremadamente
ricas en hierro y nitrógeno) sirven para 'alimentar' el fitoplancton, que lo
absorbe para seguir creciendo. Aunque en comparación con los 7.000 millones de
toneladas anuales de dióxido de carbono producto de las actividades humanas la
cifra no parece alta, una de las mayores ventajas es que las heces de los
cetáceos garantiza el desuso del gas carbónico una vez atrapado durante unos
cuantos siglos, debido a la duración del ciclo vital del fitoplancton. Según
los zoólogos, restaurar la población mundial de cetáceos podría ser uno de los
remedios para combatir el cambio climático.
Fuente: RTNoticias
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