Por: Luis Miguel Rionda
Antropólogo social. Profesor investigador de la
Universidad de Guanajuato, Campus León
MÉXICO | 5 DE ABRIL DE 2013
El debate se ha caldeado
en estos últimos días, al menos en el estado de Guanajuato: ¿La llamada “fiesta
brava” debe continuar considerándose lícita? ¿Es en realidad un deporte, una
venerable institución cultural o un entretenimiento cruel? ¿Su importancia
económica tiene la trascendencia que le atribuyen sus defensores? ¿El maltrato
animal tiene justificantes que admiten espacios de excepción, como en “la
fiesta”?
EL Congreso del Estado de
Guanajuato está analizando una iniciativa de reformas a la Ley para la
Protección de los Animales Domésticos, en especial en lo que tiene que ver con
el maltrato de los toros bravos en las corridas. El proponente fue la banca del
PVEM. Para ello se han iniciado una serie de consultas a los sectores
interesados, y el miércoles pasado comparecieron representantes de los “pros”
de la preservación de fiesta: el matador de toros Diego Silveti, el presidente
del Centro Taurino de León Manuel Rubio Córdoba, el empresario taurino José
Luis Quezada Morán, y el ganadero Ricardo Gordoa Peña. Narran las crónicas
periodísticas que de la sesión salieron chispas: los taurómacos tacharon de
ignorantes a los legisladores y éstos no se dejaron, sobre todo el presidente
de la Comisión de Ecología Jorge Arenas, quien prácticamente los acusó de
groseros. Lo interesante es que el tema se está abordando de manera plural y,
hasta lo posible, respetuosa.
El tema no es nuevo: es
tan viejo como la propia tauromaquia. En Wikipedia
(es.wikipedia.org/wiki/Antitauromaquia) se menciona que incluso un Papa, Pío V,
emitió en 1567 la bula Salute Gregis, prohibiendo las corridas y espectáculos
crueles con animales (que tanto gustaban a los romanos en sus Coliseos). La
prohibición no duró mucho debido a la influencia del poderoso monarca español
Felipe II. Sin embargo, a partir de la salida del trono español de la casa
austriaca de Habsburgo y el ingreso de la casa francesa de Borbón en 1700, las
presiones se incrementaron para prohibir un espectáculo que los ilustrados del
siglo de las luces consideraban bárbaro. En el sitio Wiki de referencia se
detallan los numerosos intentos de erradicar este tipo de espectáculos, mismos
que pronto se vieron reducidos a España, Portugal, el sur de Francia y algunos
países hispanoamericanos como México. Sin embargo, incluso en esas comarcas se
experimentan fuertes movimientos prohibicionistas que le auguran a esta
“fiesta” un destino incierto.
Quien haya debatido con
un aficionado a “la fiesta” sobre las razones para la permanencia de ésta
estará de acuerdo conmigo que pronto se llega a un diálogo de sordos. Los
argumentos más fuertes tienen que ver con el patrimonio cultural e identitario
que representa, así como en el hecho de que la especie de toros bravos
desaparecería de este mundo, ya que fue producto de la manipulación humana.
Fuera de estos dichos, el resto se cae por su propio peso. Es bien sabido que
la institución está en franca decadencia, con cada vez menos aficionados –en
España dos tercios de la población no tienen ningún interés en “la fiesta”-,
pocos diestros profesionales, una caída dramática en la calidad de los
encierros, denuncias de fraude y manipulación en las corridas, etcétera. Mis
amigos aficionados me confirman que cada vez es más difícil encontrar buenos
carteles y no salir decepcionado de las corridas.
Por otra parte, el
argumento económico que manejan los promotores de “la fiesta” es falaz: se dice
que de esta actividad dependen miles de familias. Pero, ¿de dónde salen las
cifras? La actividad ni siquiera aparece entre las registradas por el INEGI,
pues seguramente se suma al ramo de la ganadería en general. La mayoría de las
plazas de toros están abandonadas o subutilizadas. Y es bien sabido que la
ganadería extensiva hace uso de muy poca mano de obra.
En cambio me parecen muy
válidos los argumentos expuestos por los defensores de los derechos animales
–así es: con la novedad de que los animales también tienen derechos- sobre la
inútil crueldad que se despliega sobre el toro, a quien se le alarga la agonía
para dar lucimiento al diestro y espectáculo al respetable. Sangre y arena se
mezclan, en alegoría de la muerte inútil. Pero también se llega a verter el
plasma del torero, cuando el pitón le alcanza la próstata o la femoral. Rito
peligroso y brutal, que convoca al sadismo morboso del público borracho de
sevicia y vino.
¿Cultura, tradición? Sí,
como la mutilación genital femenina en África y el Medio Oriente. O la muerte
por lapidación en castigo a la infidelidad. O la trata de blancas en tantos
países. O el tráfico y venta de niños en el Lejano Oriente. Tantas tradiciones
centenarias que bien merecerían desaparecer y quedar recluidas en el museo de
la Historia de la Infamia. http://twitter.com/riondal, www.luis.rionda.net, www.rionda.blogspot.com
Fuente: Diario
Milenio
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