Por: Casimiro
Jesús
ESPAÑA • 11 DE JUNIO DE 2008
Recientemente se ha
descubierto en la Universidad de California que las placas de proteína
beta-amiloide del Alzheimer se forman mucho más rápido de lo que se pensaba.
Los experimentos se han realizado en vivo en ratones transgénicos, unos
"parientes evolutivos" que comparten con nosotros el 80% del genoma
(incluyendo el gen de esta enfermedad) y el sistema límbico (emocional), a los
que se les ha taladrado el cráneo para ver, a través de una ventana
milimétrica, el deterioro de su diminuto cerebro.
Se trata de un descubrimiento
que puede tener importantes consecuencias clínicas, puesto que si es tan rápida
la formación de las placas y tan lenta la aparición de los síntomas, una
intervención a tiempo serviría, probablemente, para atajar el progreso de este
terrible mal que afecta cada vez más.
Pero no es esta enfermedad neurodegenerativa
el eje de esta colaboración, sino la utilización de animales en investigación.
Un tema que pasa casi desapercibido para la opinión pública, pero que impulsa a
los defensores/as de los derechos de los animales no humanos a luchar con
corazón y coraje y, en muchas ocasiones, con "cabeza", por la
abolición de estas crueles prácticas.
La utilización de animales en los
laboratorios ha sido fundamental para el desarrollo de la Medicina. En 1889,
los alemanes Minkowski y von Mering abandonaron los pájaros y comenzaron a
extirpar páncreas en una especie más próxima, el perro, para comprobar su
efecto sobre la digestión de las grasas. Y tuvieron un éxito inesperado cuando
desvelaron la relación de este órgano con la diabetes. Luego Banting, McLeod y
Best, rajando vientres e inyectando extractos en inocentes criaturas,
descubrieron la insulina. Un paso decisivo en el ascenso de la Humanidad por la
escalera del conocimiento- ¡Y de las terapias!
Estime el lector cuántos millones de personas se han beneficiado desde entonces. La lista de áreas en las que se realizan experimentos con animales es muy amplia: aprendizaje de técnicas médico-quirúrgicas, mutagénesis y carcinogénesis ambiental, fisiologías humana y veterinaria, toxicidad de productos de consumo, prácticas de biología, xenotransplantes, psicología humana, ensayos farmacológicos, etc.
Pero pensemos por un momento en la prueba Draize realizada en un conejo albino,
consistente en verter en sus ojos, varias veces al día, un cosmético, un
champú, un abrillantador de suelos o un detergente. Imaginemos sus intentos
fallidos por escapar de esta tortura mientras nos mira con sus grandes ojos
inflamados, ulcerados y ensangrentados. O veamos a través de una ventana
digital el maltrato y la muerte de miles de perros, ratas y monos sometidos a
agentes químicos, bacteriológicos y radiaciones, como inocentes sparrings en el
cuadrilátero macabro de los juegos de guerra.
¿Dónde están los límites? ¿Qué se puede hacer y qué
es lo que no se debe hacer? ¿Con qué especies? ¿Para qué fines? Son
interrogantes cuyas respuestas oscilan desde la prohibición absoluta, por
considerarla un fraude científico y una aberración ética, hasta el todo vale
para el progreso de la especie maltratadora. Y entre los dos extremos, un
"lugar" entre la barbarie y la necesidad: Una norma que prohíba el
sacrificio de especies a los que la evolución dotó de cierta capacidad para
verse a sí mismos y lo permita en el resto, de forma indolora, únicamente si lo
que se persigue es aliviar el sufrimiento humano o un avance significativo de
conocimiento.
Afortunadamente, los movimientos en defensa de la dignidad animal
ya han promovido algunos cambios en este sentido, como la aprobación de una
Directiva Europea que prohíbe desde el año 2004, la experimentación con productos
cosméticos acabados, y a partir del 2009, con sus ingredientes. En España, la
normativa impone que los procedimientos empleados eviten el sufrimiento y la
angustia del animal y se apliquen, en la medida de lo posible, en aquellas
especies con menor sensibilidad neurofisiológica, prohibiéndolos expresamente
si hay alternativas. En nuestra Universidad, el nuevo Servicio Centralizado de
Animales de Experimentación es un avance en este sentido.
La Ciencia no puede
permanecer al margen de este dilema ético y, además de investigar los
diferentes grados de sensibilidad animal, para ampliar el catálogo de especies
a proteger, debe seguir avanzando en el diseño de nuevos métodos incruentos,
mientras emplea sistemáticamente los existentes: Cultivos de tejidos humanos,
métodos físico-químicos, modelos informáticos, estudios epidemiológicos,
observación clínica, cultivos de bacterias, autopsias y técnicas de imágenes.
Finalmente, los ciudadanos y ciudadanas podemos comenzar a hacer algo por
cambiar la realidad. En este caso es muy fácil. En la próxima compra de
productos de belleza, limpieza o higiene, busquemos un conejo saltarín entre
dos curvas y otras tantas estrellas. Es el logotipo del Estándar de Cosméticos
Humanitarios (HCS en inglés), lanzado en 1998, como una herramienta para
boicotear las empresas que no respetan la vida.
Fuente: Diario de Córdoba
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