Reportaje por: Lola Galán
MADRID | 1 DE JULIO DE 2007
No hace mucho tiempo, el bulldog inglés era una fiera capaz de luchar con ventaja contra un toro. Pero la necesidad, al prohibirse estas peleas en el Reino Unido, a mediados del siglo XIX, llevó a sus criadores a transformar la raza. Y de aquel fiero bulldog ha quedado sólo la simpática expresión gruñona. Lo que costó décadas, cruzando animales muy seleccionados, se puede conseguir hoy en un abrir y cerrar de ojos, gracias a los avances de la genética. Desde que se secuenció hace un par de años, con notable precisión, el genoma de Tasha, una perra boxer, las pruebas de ADN, que ya eran práctica frecuente en los países más desarrollados, han abierto una nueva puerta a la manipulación genética. Una puerta de acceso a un territorio tan vasto como inquietante.
Laboratorios de genética veterinaria en Norteamérica o Australia ofrecen a criadores y veterinarios toda una gama de pruebas para detectar no sólo la presencia de genes ligados a determinadas enfermedades, sino al color de la piel y el hocico de sus perros. Todo apunta a que en un plazo breve podremos escoger el tamaño de nuestra mascota, el tipo de pelo o la docilidad. Estamos a un paso de crear perros de diseño, como subrayaba hace unos días el rotativo estadounidense The New York Times.
"En realidad, las razas de perros tal y como las conocemos son un invento humano, una creación artificial", recuerda Susana Dunner, directora del laboratorio de genética de la Facultad de Veterinaria de la Universidad Complutense de Madrid. "La mayoría se han conseguido en los últimos 150 años, utilizando pocos ejemplares reproductores. El bulldog, por ejemplo, se ha perfilado así". Pero la historia nunca había discurrido tan rápida. El subgrupo de los cánidos al que pertenecen el lobo y el perro existe desde hace algo así como siete millones de años. Y hace unos 15.000 años que el perro fue domesticado. Un lento devenir que empezó a acelerarse muy recientemente, hasta el punto de que la mayor parte de las 350 razas que existen hoy para una población canina de 400 millones de individuos se han conseguido en los últimos dos siglos.
Pero ¿qué ocurrirá ahora, cuando el conocimiento del genoma de Tasha(al que se ha sumado el de otros siete congéneres) pone al alcance de la mano la posibilidad de mover los hilos del desarrollo genético de estos animales? ¿Habrá perros a la carta, con lo que el mejor amigo del hombre pasará a ser, literalmente, su creación? "Puede ser. Los avances han sido vertiginosos en los últimos años", admite Dunner.
Pero esa celeridad puede llevarnos muy pronto al borde de un precipicio. Porque están cayendo algunos paradigmas de la genética. "Los investigadores llevábamos años advirtiendo de que el ADN basura [el ARN y otras moléculas] contenía una información muy importante. La forma codificante, ese 5% del genoma, no es la única portadora de información, sino que el restante 95% la contiene también", dice Lluís Montoliú, investigador científico del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC. De forma que una mutación responsable de una determinada patología puede no estar en los genes. Con lo que la magnitud de la incógnita que encierra el genoma se amplía.
"Cuando se tira de un gen, se pueden arrastrar con él otras particularidades no deseadas", advierte Dunner. A veces, enfermedades congénitas. Algo que saben bien los criadores de perros. "El caso del dálmata es ilustrativo", apunta Montoliú. "Su piel moteada, que tanto gusta, está causada por alteraciones en la pigmentación, fallos en los melanocitos. Pero eso tiene un efecto no previsto: estos perros son sordos con frecuencia porque les faltan las células pigmentarias que tenemos en el oído".
Por eso, Jordi Recasens, presidente del Club Español del Bulldog, limita a dos los aspectos positivos de los tests de ADN. "Uno es que permiten conocer con certeza la filiación de un ejemplar. Y el otro está en la utilidad que pueden tener para prevenir algunas de las enfermedades que tienen casi todas las razas".
Eso sin contar con que perros y humanos compartimos algunas de estas dolencias. Y aunque los ratones son más útiles para la experimentación, "el uso de perros puede ser interesante en patologías neurológicas, o en la diabetes", puntualiza Montoliú, del CSIC. Otra cosa es el perro de diseño porque sí. A Susana Dunner le parece "una barbaridad", a la que habría que poner freno con comités de ética. Es fácil comprender su preocupación. Pese a la historia milenaria de amistad, depender demasiado de los humanos sólo puede ser fatal para los perros.
Fuente: El País
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