Por: Carlos Alberto Montaner
CUBA • 20 DE MAYO DE 2007
La revista Time eligió las cien figuras más
importantes del mundo actual. Esas clasificaciones son siempre arbitrarias,
pero entre los científicos seleccionados había alguien que merecía estar ahí:
Frans de Waal, un brillante primatólogo holandés radicado en Estados Unidos. De
Waal se especializa en la conducta de chimpancés y de bonobos, los primates más
cercanos a los seres humanos, con quienes compartimos el 95% del ADN y una gran
parte de nuestro comportamiento, rasgos y gestos habituales.
Probablemente, hace unos seis millones de años las
tres especies se separaron de un tronco común. Los humanos evolucionamos hacia
lo que otro primatólogo, Desmond Morris, hace unas décadas llamara ”el mono
desnudo”, es decir, sin pelo, pero los chimpancés y bonobos, aunque estos
últimos eran algo más pequeños, continuaron pareciéndose entre ellos, al
extremo de que no fue hasta 1929 cuando los expertos advirtieron que eran dos
especies diferentes.
Pese a las características físicas que los asemejan,
chimpancés y bonobos tienen comportamientos totalmente divergentes. Los
chimpancés –no obstante lo que nos trataron de hacer creer Tarzán y Chita– son
muy agresivos, imponen su jefatura a golpes y mordidas –utilizan ramas de árbol
y piedras para herir o matar a sus víctimas–, asesinan y devoran a los
chimpancés de otras comunidades que invaden su territorio, y los machos
practican el infanticidio con las crías engendradas por otros monos para
asegurar que su descendencia es la que prevalece. La jerarquía entre los
chimpancés invariablemente la preside un feroz mono Alpha que dirige una
especie de patriarcado animal que incluye el privilegio de la posesión sexual
de varias hembras. Esa jerarquía se establece, mantiene y renueva en medio de
un clima constante de intimidación y agresión contra los miembros de la manada.
Los bonobos son distintos. Entre los bonobos el
pasatiempo favorito no es el enfrentamiento, sino el sexo. En lugar de
intimidar, seducen. Las hembras, además, mandan. Como son más débiles, se
asocian para someter a los machos. Rebajan las tensiones acoplándose
sexualmente. Les llaman los ”monos hippies” porque hacen el amor y no la
guerra, mientras se ayuntan de formas muy humanas. Se besan en la boca y usan
la lengua. El french kiss muy bien pudiera llamarse beso bonobo. A veces
intercambian comida por sexo.
Las parejas copulan de frente por medio de la
llamada ”postura del misionero”, el macho sobre la hembra. Todos practican
frecuentemente diversas formas de bisexualismo. Cuando las hembras se
encuentran y lo desean –algo que suele ocurrir porque tienen los genitales
permanentemente hinchados y llamativos–, se trenzan en la posición del
misionero para frotar sus genitales. Los machos hacen lo mismo. Las madres
apaciguan a sus crías con frecuentes tocamientos. Practican el sexo oral con
todos y entre todos. No son agresivos con los extraños. Como no existen machos
dominantes y los vínculos sexuales son múltiples y constantes, todos cuidan amorosamente
de las crías porque nadie está seguro de cuál es su descendencia.
Y es aquí donde entra De Waal. El holandés ha
escrito un libro fascinante titulado "El mono que llevamos dentro". La tesis
principal es que el mono humano, nosotros, somos una combinación del chimpancé
y del bonobo. Lo más significativo no es si tenemos o no el cuerpo cubierto de
pelos, sino nuestra bipolaridad. Tenemos rasgos de ambos animales. Podemos ser
despiadados con los extraños, como son los chimpancés, pero también conocemos
la ternura y la compasión, y usamos estratégicamente el sexo como una forma de
manipulación. Los machos humanos pueden apetecer a todas las hembras, o al
revés, pero nos congregamos en familias monógamas para salvar la paz social.
La especulación científica desatada por De Waal es
riquísima. Si descendemos de un ancestral chimpa-bonobo todos los monos humanos
tenemos una amplia combinación genética que abarca distintas proporciones. Hay
seres en los que prevalece el bonobo y otros en los que es evidente la huella
dominante del chimpancé. Algo de esto intuyó el psicoanálisis cuando planteó
que los hombres tenían un lado femenino y las mujeres un componente varonil.
Algo adivinaron los orientales cuando establecieron la dualidad ying-yang
presente en la naturaleza. Tal vez es a eso a lo que se refieren quienes
afirman que los hombres son de Marte y las mujeres de Venus, pese a que todos
conocemos hombres venusinos y mujeres marcianas. No hay duda de que Charles
Darwin sigue vivo.
El debate no cesa.
Fuente:
Firmas Press
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