Por: Martha Meier Miró Quesada
PERÚ | 5 DE ABRIL DE 2014
Jane Goodall cumplió el
último viernes 80 años y lo celebró en San Francisco, California. A la
celebración arribaron, desde diversos puntos del globo, reconocidos
empresarios, celebridades, familias y personas tocadas por su mensaje de paz,
optimismo y reconciliación.
Jane es pequeña y frágil, pero cuando sonríe y
habla es inmensidad. Su trato es amable, nunca se le escapa una palabra
hiriente, de odio o pesimismo. Lo suyo es ser luz para redescubrirnos como
individuos capaces de cambiar el rumbo de las cosas y de comprender que
estamos, aquí y ahora, para abrir nuestro propio camino y recorrerlo con
alegría, haciendo el bien.
“¿Podemos
demostrar que tenemos alma?”, se pregunta estremeciendo a quien la escucha. Y
ella misma responde: “Mucha gente cree que no tenemos alma. ¿Entonces, cómo
podemos afirmar que un chimpancé o cualquier animal no la tiene?”.
Ese tipo de
pensamiento es típico de la notable primatóloga británica Jane Goodall, y
oyéndola solo quedan ganas de comer verduras. De hecho es una vegetariana
convencida de que la dieta puede ayudar a conservar el ambiente, detener el
cambio climático y evitar el sufrimiento de millares de animales criados a
escalas industriales.
Creer en el alma no puede constatarse científicamente, es
un asunto de fe o de una sensibilidad especial. Goodall, formada en las
ciencias, ¡oh escándalo, también cree en Dios! (lo que no le cae bien a la atea
comunidad científica). Su certeza sobre el alma nació de un sentimiento en las
selvas del Gombe, África. “Creo que todos los seres vivos tienen una chispa de
vida, un poder misterioso que les permite estar sobre la Tierra”, dice.
El año pasado, a su paso
por el Perú, dejó una huella profunda. Hoy son varios los grupos de jóvenes que
están organizándose para sacar adelante, en sus comunidades, colegios y
barrios, el proyecto Roots and Shoots (Raíces y Brotes), que moviliza las
buenas intenciones hacia acciones concretas de protección de la naturaleza,
rescate animal y apoyo a los menos favorecidos.
Jane no intenta imponer sus ideas, solo sacudirnos de la pereza en que
nos hunde la cómoda vida contemporánea. Esparce sus semillas sabiendo que
alguna caerá en buena tierra y florecerá. Flor tras flor se ha ido formando un
ejército que protege el ambiente por una convicción ética y no por ideologías
ni intereses subalternos.
Considera que hemos fallado como especie, pues
despilfarramos recursos y consumimos más de lo necesario, porque hemos
construido un mundo en el que no se les
permite a los niños serlo ni divertirse como tales, al aire libre, desconectados
a algún aparato.
Nos enseña que la
biodiversidad es como una orquesta interpretando una sinfonía. ¿Qué pasa si día
a día le quitamos instrumentos a la orquesta? ¿Qué música podrá interpretar?
Y
así nos enseña que los chimpancés, nosotros, ella y todo aquello que nos rodea
–plantas, agua, paisaje y animales– son parte de esa música que debe seguir
sonando potente y clara. Una música que quizá sea esa alma común, esa chispa
que a todos nos une sobre el planeta.
Fuente: El
Comercio
* Con imágenes del National
Geographic
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