Por: Isidro H. Cisneros
CIUDAD DE MÉXICO | 16 DE ENERO DE 2014
Un reclamo social
respecto al maltrato animal recorre distintos países de América Latina. Esta
demanda ciudadana se refiere no sólo a la violencia contra los animales
domésticos sino contra todo tipo de animales silvestres y exige que las
sanciones sean más fuertes, incluso con la pena privativa de la libertad, si el
maltrato o muerte es contra especies endémicas, amenazadas, en peligro de
extinción o migratorias.
En México, este reclamo
también existe y plantea que el maltrato animal debe ser considerado un delito
penal a nivel federal. Casi todas las entidades de nuestro país cuentan con una
ley de protección a los animales, pero la mayoría no están actualizadas o no
son cumplidas a cabalidad, además los vacíos jurídicos impiden garantizar su
bienestar. Hasta el momento no se conoce públicamente un caso de
encarcelamiento por maltrato animal y todo queda en sanciones administrativas o
ridículas multas, por lo que resulta urgente una ley federal que penalice a los
agresores.
A los animales se les
debe reconocer -como derecho subjetivo individual- el derecho a la vida. Es
necesario prohibir las torturas, los experimentos “científicos” o su asesinato
con motivaciones “deportivas” o “artísticas”. Las sanciones legales contra el
maltrato injustificado deben abarcar todos los actos de violencia que causan al
animal dolor o sufrimiento, encuadrando en el precepto tanto la comisión por
acción como por omisión. Es un delito de resultado material frente a la vida o
salud del animal. Su protección primero fue de tipo religioso y después
filosófico. Ha llegado el momento de generar una protección jurídica efectiva.
Es necesaria una Ley
Federal de Protección Animal para erradicar uno de los mayores lastres de la
actualidad, inaceptable en una sociedad moderna y democrática: el maltrato
animal. Pese a que existen prohibiciones sobre la violencia contra determinadas
especies queda un largo camino por recorrer. Para cambiar esta situación
debemos modificar aquellos usos y costumbres que consideran el maltrato hacia
los animales como una tradición humana.
Con el objetivo de que
sus derechos sean reconocidos, es necesario el convencimiento ético de las
personas. Una opinión moral no es por sí misma superior a otra opinión moral,
pero desde el punto de vista sociológico, una opinión moral puede prevalecer,
respecto a las convicciones de cada individuo, cuando ese punto de vista es
compartido por la colectividad. La percepción social de las cuestiones éticas
es el fundamento para el reconocimiento de los derechos.
Alrededor del mundo
actualmente existen millones de seres humanos que son esclavos de hecho y como
tales son tratados, pero la idea del esclavismo es culturalmente inaceptable.
Para conseguir este resultado fueron necesarios cientos de años y para abolirla
definitivamente se requerirán muchos más. Sin embargo, sobre el plano cultural
debemos registrar la rapidez con que el proceso democrático ha promovido la
extensión de los derechos fundamentales, a categorías cada vez más amplias de
sujetos. Este proceso conducirá inevitablemente al reconocimiento de los
derechos fundamentales para los animales no humanos.
En la cultura tradicional
los animales no son objeto de consideración moral porque ellos no son personas
y pertenecen al conjunto de objetos que se encuentran en la naturaleza. Se
afirma que sobre los animales solo recaen consideraciones morales cuando los
comportamientos hacia ellos representan un indicador sobre el carácter moral de
la sociedad. La ética de la naturaleza entra en juego cuando la intervención
humana amenaza la vida en general.
Hablar de derechos de la naturaleza también
quiere decir proteger la vida y el bienestar de los animales. Los bienes
naturales son bienes públicos y amenazarlos o garantizarlos depende de acciones
colectivas, por lo que el reclamo ciudadano postula una regulación jurídica que
satisfaga los principios de justicia y protección.
Los derechos de los animales
tienen dos premisas: tratar igual a los iguales de acuerdo con su igualdad, y
no dañar a ninguno de los animales que, como ha confirmado la etología
científica desde Charles Darwin, son capaces de sentir dolor, angustia y
sufrimiento. La batalla por el reconocimiento de sus derechos es una batalla
auténticamente revolucionaria y para nada prematura, porque enfrentar la
cuestión de los derechos de los animales no humanos significa tratar el
problema crucial de los derechos para todos.
Los derechos de los
animales ocupan un espacio en el debate sobre los denominados nuevos derechos y
sujetos de la democracia. Aquello que debemos admitir, la verdad que debemos
remarcar, es que, justamente como los negros no existen en función de los
blancos o las mujeres en función de los hombres; de esta manera, los animales
no existen en función de los humanos. Ellos no forman parte de los generosos
recursos que nos otorgó una divinidad benévola o una naturaleza infinitamente
previsora. Ellos tienen una existencia y un valor propio. Una moral que no
incorpore esta verdad se encuentra vacía de significado. Un sistema jurídico
que la excluya está ciego. 1 isidroh.cisneros@gmail.com. Twitter:
@isidrohcisneros
Fuente: La Crónica de Hoy
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