Por: Iliana Restrepo Hernández
COLOMBIA | 10 DE ENERO DE 2014
La
polémica sobre el tema de las corridas de toros no cesa. El alcalde de
Cartagena, Dionisio Vélez, recientemente volvió a poner este espinoso tema en
la palestra, al haber aprobado unas corridas durante la temporada de fin año. No
se realizaban hace varios años en la ciudad por diferentes motivos y esta
decisión prendió de nuevo la mecha.
Aficionados
y detractores esgrimen sus argumentos y es claro que será difícil que se pongan
de acuerdo. Cuando de gustos se trata, es casi imposible que haya consenso. Lo
que sucede es que en esta cuestión, hay que ir mucho más hondo. No se trata tan
sólo de un asunto de gustos como sustentan algunos. Existe en esto un
componente ético que supera de manera contundente a lo meramente estético.
Como
sabemos, los argumentos de los detractores son varios. El primero y más
categórico es que no se debe convertir en fiesta la muerte de un ser vivo. Hay
otros que decimos que hacer de la tortura un espectáculo público y una fiesta, es de alguna manera el síntoma
de una enfermedad social profunda de la que difícilmente nos curaremos si
seguimos con los mismos comportamientos.
Por
el otro lado, existen quienes afirman que el toreo es una costumbre
cultural que está arraigada en nuestro
país y que como tal se debe preservar; yo me pregunto si el mero hecho de ser
una costumbre que ha pasado por generaciones, es un argumento válido para que
se mantenga. Quemar pólvora en familia durante las fiestas de fin de año y
otras, también era una costumbre arraigada que afortunadamente ha pasado a ser
sancionada y a ser mal vista por la
sociedad. Y todo esto a pesar de que al ser humano, desde su invento por los chinos, siempre le han gustado los fuegos
artificiales. Pero de ahí a que por el hecho de que nos guste, se deba seguir
haciendo aunque cause daño, hay un trecho muy largo.
Pues
bien, lo mismo pasa con los toros. Puedo afirmar que como espectáculo estético,
el toreo ejerce en mí algo de fascinación. No niego que me llama mucho la
atención, el “arte” del torero para hacerle el quite al toro, el colorido de la
plaza, su música, en fin hay allí todo un cuadro de una seductora y plástica
belleza, que precisamente por ello ha sido la inspiración de muchos artistas a
través de los siglos. Asistí a muchas
corridas y hoy confieso con algo de pudor, que las disfruté.
Reflexionando
más a fondo sobre este mal llamado “arte”, llegué hace años a la conclusión de
que, como en todo arte, la estética no puede ir dejada de la mano de la ética.
No debe ser, que por el sólo hecho de que se considere estéticamente hermoso un
espectáculo que se monta alrededor de la tortura y muerte de un animal, se pueda soslayar el hecho de que éticamente
lleva implícito un acto de brutalidad humana que no hace mejores a quienes
participan de la fiesta brava. Por el contrario los acerca a su lado más
primitivo.
Va
siendo hora de entender que en nuestra carrera en este mundo, en esta
“excursión hacia la muerte” como llama a la vida el poeta Mario Benedetti
debemos propender, no sólo por ser felices, sino ante todo por ser cada día más
humanos. Y está claro que la fiesta brava no nos ayuda a caminar por ese
sendero.
Fuente: Revista
Semana
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