Por:
María José Pou
ESPAÑA | 5 DE FEBRERO DE 2013
Llevamos días de polémica. Primero dijeron que
habían enviado a un mono en misión espacial y había vuelto sano y salvo. Al
poco tiempo, empezaron las especulaciones; nada raro tratándose del régimen
iraní.
Por entonces las asociaciones animalistas ya habían
puesto el grito en la estratosfera por ver a un gobierno presumir de utilizar
animales en misiones espaciales. La imagen del mono metido en un artefacto
metálico que solo le permitía parpadear conmovía a todo ser sensible. Pobre
mono, pensamos todos. Y los más analíticos descubrían en su rostro el estrés.
Yo no descubría nada. Y eso era lo malo, que solo se veía a un pobre animal
privado de su libertad de movimiento y me lo imaginaba metido en un cohete, sin
entender de dónde surgía ese ruido atronador ni esa velocidad de vértigo, y
sufría.
Pero hete aquí que, en la foto inicial, el mono
tenía un lunar y la piel más sonrosada que el mono de la foto del retorno y,
sin duda, el viaje era como para “mudarle la color” pero no para extirparle el
lunar a la entrada de la atmósfera. Ahí es donde comenzaron las dudas sobre la
veracidad de la información iraní. Luego vinieron las explicaciones. Que si
habían mandado más de un mono al espacio. Que si habían hecho otras misiones.
Que si habían confundido las imágenes. O sea, que el mono no sobrevivió,
como todos temíamos, y la propaganda iraní habló de éxito sin precedentes.
Por eso aplaudo la propuesta de Ahmadineyad. Dice
que quiere ser el primer ser humano que vaya al espacio en una misión iraní.
¡Cómo no! Que lo manden en una caja como la del pobre mono. Pegada la cara a un
hueco por el que respirar y sin oxígeno ni protección alguna. Que lo envíen y
lo saquen después operado, como a los pequeños simios de prueba: vas con lunar
y vuelves sin él. Yo sería feliz con que la operación espacial le cambiara de
sexo y lo devolviera a la tierra siendo mujer. Eso sí que sería un éxito
estratosférico.
Fuente:
Diario
Las Provincias
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