Por: Fernanda de la Torre
MÉXICO | 24 DE FEBRERO DE 2013
En esta semana recibí una gran lección acerca de la
confianza y me la dio nada menos que una ballena gris. Les cuento. Tuve la
oportunidad de visitar la Laguna de San Ignacio, en Baja California Sur, para
visitar el campamento científico comandado por el doctor Jorge Urban, director
del Programa de Investigación de Mamíferos Marinos que la Alianza WWF-Telcel
tiene en ese remoto paraje, el cual, forma parte de la Reserva de la Biósfera
del Vizcaíno y que, junto con las Lagunas de Guerrero Negro, Ojo de Liebre y
Bahía de Magdalena, es un lugar único en el mundo para observar a la ballena
gris y poder conocer más de este fabuloso mamífero.
Conocida por los científicos como Eschrichtius
robustus, la ballena gris nace y se reproduce únicamente en las costas
de Baja California Sur. A fines de octubre deja el Mar de Bering y viaja unos
10 mil kilómetros por el océano Pacífico hasta llegar a Baja California Sur en
el mes de diciembre. Ahí, en las cálidas aguas de nuestro país, las ballenas se
aparean, para regresar a principios de abril al Pacífico Norte. Al año
siguiente vuelven para tener a sus crías.
Con gran paciencia y un lenguaje sencillo, el
doctor. Urban habla de la labor científica que llevan a cabo en el campamento.
Las principales técnicas que usan son los censos, lo que les da una idea del
número de ballenas que se encuentra en la laguna en un momento dado. También
utilizan la técnica de foto identificación para distinguir a un individuo de
otro mediante una fotografía de su dorso. Ya se tienen identificados a 6 mil
500 individuos que han visitado la laguna. También colocan hidrófonos que
graban todo el tiempo para medir qué tanto influye el ruido de las
embarcaciones en la comunicación de las ballenas.
Honestamente, puedo decir que el viaje superó mis
expectativas. Primero, por el trabajo científico que ahí realizan para conocer
un poco más de esta especie, de la que todavía ignoramos tanto. Por otra parte,
la Laguna de San Ignacio es un ejemplo a escala mundial por la buena
organización de las comunidades para aprovechar de manera sostenible el
potencial turístico de las ballenas grises y finalmente, debo confesar que no
esperaba la gran lección que recibiría de estos gigantes marinos.
Lo primero que llama la atención de las ballenas
grises es su gran tamaño, en su edad adulta pueden medir 14 metros. Después, su
soplido en forma de corazón y las huellas de que deja su coletazo en el agua.
Más de cerca, llaman la atención los piojos y balanos que las acompañan desde
su nacimiento. Pero definitivamente lo que resulta inolvidable es su actitud.
Estos animales son conocidos por su afabilidad. Enormes, podrían destruir
nuestra embarcación de un coletazo; sin embargo, lejos de asustarnos, su
talante amistoso nos hace desear que se acerquen. Curiosas, nos miran, se acercan
un poco, vuelven a mirar, y llegan hasta el borde de la embarcación. No solo
eso, también permiten que sus crías se acerquen y las acariciemos. Esto quizá
no sería sorprendente si no fuese porque los seres humanos durante siglos les
han hecho mucho daño.
Al igual que otros mamíferos marinos, la ballena
gris ha sido amenazada por el hombre al grado de ponerla en peligro de
extinción. En su libro El ojo de la ballena, un pasaje épico de Baja a
Siberia, Dick Russel narra cómo el capitán ballenero Jared Poolel y su
cuñado Charles Melvile Scammon, originarios de San Francisco, visitaron a bordo
del Ocean Bird —junto con otros cinco barcos balleneros— la Laguna de San
Ignacio en 1858. Las crónicas dicen que la matanza de ballenas que realizaron
fue tan espantosa que la laguna se tiñó de rojo. Afortunadamente, la
prohibición de cazarla a nivel internacional y los esfuerzos que se hicieron en
nuestro país para proteger sus áreas de reproducción, han logrado que la
población de la ballena gris se haya recuperado.
No piensen que estos cetáceos son siempre
bonachones, tontos o dejados. Los balleneros la llamaban “pez diablo”, ya que
la ballena gris reacciona como ninguna otra al sentir un arpón, dando coletazos
y aventándose contra el barco agresor. Quizá es por ello que llama todavía más
la atención que, a pesar de haber sufrido tanto y tener la capacidad de
agredirnos, continúen siendo amistosas y confiando en el humano. A los científicos que han estudiado a las ballenas
grises por años, como el doctor. Urban y la bióloga Georgina Saad, les
sorprende que, a pesar de haber sido maltratadas por el ser humano y tengan es
su cuerpo las marcas de ese maltrato, elijan olvidar o perdonar y se acerquen
como si nada hubiera pasado, al grado que en ocasiones parecería que lo
disfrutan.
¡Qué gran lección! A nosotros nos cuesta tanto
trabajo volver a tener confianza, una vez que ésta se ha roto. Las ballenas
tienen fe en la raza humana, la que en ocasiones parecemos haber perdido.
Entiendo que es una perogrullada, pero de corazón me di cuenta de la
importancia de observar la naturaleza para poder recibir las lecciones que
tiene para nosotros. La confianza, como dice el poeta italiano Arturo Graf, es
señal de fuerza: “La fuerza es confiada por naturaleza. No existe un signo más
patente de debilidad que desconfiar instintivamente de todo y de todos”.
Confiemos pues, como las ballenas grises, para demostrar nuestra fortaleza.
Fuente: Diario Milenio
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