Por: Teodoro LeonGross
ESPAÑA | 18 DE SEPTIEMBRE DE
2013
Tordesillas es una ciudad
encantadora, una postal que se estampa en la retina del viajero al cruzar el
puente medieval sobre el Duero ante la silueta de los palacios del Tratado, la
torre de San Antolín, el Monasterio de Santa Clara con el eco de la Batalla del
Salado…
La gente allí es amable, cordial más allá de la sobriedad castellana;
se puede hablar del vino de la tierra o de los viejos reyes sumándose al tempo
lento de su plaza mayor. Y cada año un martes de septiembre, tal como ayer,
celebran la fiesta del Toro de la Vega, un rito brutal donde cientos de vecinos
cercan y alancean cruelmente al animal hasta matarlo. España negra en estado
puro durante unas horas; retorno atávico a lo peor del ADN.
Los tordesillanos
defienden su fiesta con ardor, persuadidos de que es una maravillosa tradición
milenaria que debe protegerse. Una vez más la tradición sirve de burladero,
bajo un supuesto poder taumatúrgico, para justificar la barbarie. Eso sí, la
literatura no blanquea la realidad. Se denomina torneo, pero es un linchamiento;
se habla de respeto al toro, pero es maltratado; se exalta la nobleza pero en
definitiva son cientos de tipos enfervorizados persiguiendo a un animal hasta
hacerlo morir a lanzadas. Otra deliciosa estampa de la Marca España que un año
más circulará por las redes provocando un horror de hecho universal: el
maltrato gratuito de un animal para divertirse.
Toda fiesta tiende a ser
en sí misma una consagración del exceso. De los sanfermines a los carnavales se
da ese ‘exceso tolerado’ (Freud). Claro que esto no debería ser una coartada
para todo, y en particular para renunciar a cualquier huella ética.
Por
supuesto siempre habrá quien apele a la excepcionalidad de la fiesta, y al
parecer maltratar a los animales va en ese paquete. El rastro de la barbarie no
desapareció eliminando el lanzamiento de la cabra desde un campanario de Zamora
o la pava de Cazadilla; ahí queda el Toro de San Juan en Coria, la machada de
los gansos decapitados de Lekeitio o el apedreamiento de Judas.
No hace falta
ser ‘Il Poverello’ San Francisco para ponerse en la piel de los animales, y
tampoco se trata de creer que van al cielo, como Stevenson esperaba de sus
perros. Es una idea básica en la modernidad formulada por Kant: se puede juzgar
a las personas según el trato que dan a los animales. Eso vale para toda la
sociedad.
La coartada de la tradición medieval si acaso le servirá a quienes
estén dispuestos a seguir en la Edad Media. Ya es acojonante que en el
franquismo se acabara por prohibir el Toro de la Vega ante el estupor provocado
por un reportaje del No-Do, aunque se recuperase en los setenta, pero en
democracia no haya bemoles. Los grandes partidos apoyan el rito salvaje por
cálculo electoral. En fin, no todo su prestigio podía proceder de la
corrupción.
Fuente: Diario Sur
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