Por: Concepción Fernández Villanueva
Directora del departamento de Psicología Social de
la Universidad Complutense
ESPAÑA | 17 DE SEPTIEMBRE DE 2013
Norbert Elías en su libro
El proceso de la civilización, defiende la idea de qué la
sociedad humana ha evolucionado mostrando una permisividad a la violencia
cada vez menor. Es decir, reduciendo las tasas de violencia permitidas y los
umbrales de tolerancia a la violencia. Como ejemplo señala Elías que en
Inglaterra se abolió la caza del zorro a finales del siglo XIX al considerarla
un espectáculo especialmente desagradable y sádico. La retirada fue un acto
político en línea con unos principios más aceptables de educación
pública.
Vamos a desmenuzar en que
consiste la “fiesta” de los toros, ¿nuestra? Fiesta Nacional. En
síntesis, consiste en aprovechar un rasgo biológico de un animal (que tiene una
pauta instintiva de embestir) para enfrentarse a él en desigualdad de
condiciones, torturarlo y terminar matándolo.
Los elementos sustantivos
que componen esta fiesta son dos: la muerte de un animal y la valentía de un
ser humano. Pero no se sitúan los dos en la misma medida, no son
equidistantes. Lo más sustantivo, lo más importante y sin lo cual no existiría
la fiesta, es la muerte del toro. Otros espectáculos en los que los humanos
juegan con el toro, la charlotada por ejemplo, también son posibles, pero
eso no es la fiesta taurina. El espectáculo de la charlotada, casi ya
desaparecido en España, es devaluado y cómico, mientras el de la muerte
es el genuino y apreciado.
Así que no nos engañemos: la fiesta taurina es
principalmente la visión del espectáculo de la muerte de un animal tras
una tortura. El toro está destinado a morir y la picadura y las
banderillas le preparan para ello. Sabemos también que las banderillas y
la lanza picadora utilizada desde un caballo producen dolor,
por mucho que los forofos de la fiesta de toros no lo quieran reconocer.
Es más, parece que la sangre que fluye de las picaduras no solamente no
la asocian con el dolor sino que la disfrutan. La imagen del toro
sangrando, con las banderillas clavadas, sobre todo si corre o embiste,
es un icono de la fiesta de los toros a ser utilizada para anunciarlos y para
convocar a los espectadores a la “fiesta”.
Por mucho que se vista de
muerte exquisita, ya que el arte del torero es importante en el disfrute del
espectador, mucho menos en el sufrimiento del toro, en ningún caso la muerte
tras tortura puede ser una muerte exquisita. Ni noble, ni valiente.
Los toros son calificados de nobles si no realizan astucias, tretas
inesperadas y entran al capote con claridad, lo cual le sirve simplemente para
lucimiento del torero o como mucho para que la muerte sea un poco menos
dolorosa (por ejemplo muera a la primera estocada de torero o
después de varias.)
De la limpieza y eficacia rápida de sus estocadas depende
en parte el reconocimiento del público, pero el núcleo de la fiesta consiste
simplemente que alguien con cierta valentía, pero sabiendo que la
probabilidad de daño es muy incierta, se enfrenta con un animal cuya
muerte es segura.
No obstante, el riesgo
del torero y su miedo, también son incluidos en el espectáculo,
comercializados y consumidos, en la exhibición de las ceremonias de rezo
antes de la corrida, en la actitud y la pose mientras se enfrenta animal, en
las maneras como reta o se acerca al toro. La escenificación de su peligro es
buscada y fomentada, es fotografiada y exaltada. Acompañada por el
público cuando esquiva el peligro, con el aliento contenido por la identificación
con el torero y el conocido grito de ¡Olé…!
Imaginaos que el
espectáculo se realizara con un oso, un oso que se defendiera
de la presencia humana. Que atacase y por ello podía ser matado de la
misma manera que un toro. Pensémoslo por un momento. La imagen de un oso
matado en una plaza de toros ¿no os resulta especialmente sádica? Por qué
no ocurre lo mismo con la matanza de un toro que, al fin y al
cabo, es más próximo a nosotros, más conocido y menos salvaje?
Vamos a ponernos en la
mente de un niño, de 7 años, por ejemplo, en pleno proceso educativo y
socializador, que asista a un espectáculo taurino. Lo cual es muy
probable, ya que la fiesta es emitida por la televisión pública un
domingo cualquiera en horario infantil. Los animales son sumamente
relevantes en la mente de los niños. Depositan en ellos su
afectividad. Son queridos y humanizados, proyectan sobre ellos
sentimientos y comprenden sus simples acciones. Se reconocen en ciertos rasgos
de ellos; por eso son utilizados en las series infantiles, como protagonistas o
personajes secundarios, porque los niños identifican fácilmente con su torpeza,
sus sentimientos básicos.
Si un niño,
seguramente apenado y asustado por su identificación con el sufrimiento
del toro, pregunta por qué están matando a ese toro ¿qué
podemos responder?
¿Porque tenemos que demostrar que un torero es valiente?
¿Porque los toros de lidia nacen para ser matados?
¿Para mantener los puestos
de trabajo de los toreros?
¿Para mantener el negocio de la cría de toros?
¿Para
mantener el atractivo turístico de España y seguir ganado dinero a costa del
Spain is different?
y ¿Que aprende el niño de todo eso?
y ¿Que aprende y
refuerza el adulto?
Aprenden o refuerzan la idea de que
estamos justificando la tortura de un animal por una serie de razones
económicas o psicológicas, disfrazadas de valores como valentía o
nobleza. Pero la falacia del valor y la valentía se pone de manifiesto
cuando analizamos las coordenadas del enfrentamiento y queda de manifiesto que
la lucha es desigual y asimétrica, sino ¿porque lo picamos y lo llenamos
de banderillas?
Y en ese caso ¿qué necesidad tenemos de enfrentarnos a un
animal al que sabemos que vamos a ganar?
La falacia del valor nobleza,
que se suele aplicar al toro, queda también de manifiesto cuando dicha nobleza
consiste únicamente en que embiste de la forma esperada y no realiza
trucos sorpresivos ni demasiado astutos, en cuyo caso se le llama “traicionero”
(ya que no se conforma con su previsible muerte y actúa por sorpresa o inesperadamente)
Para que un niño (y
después adulto) acepte el sufrimiento de un animal, para qué
soporte la fiesta de los toros u otra en la que se torture animales, hay
que legitimar la fiesta, minimizar el dolor del animal. Lo mismo ocurre
con los adultos.
Esta justificación legitimación que se produce en la infancia
es la que mantenemos cuando somos adultos y, en el caso de las corridas de
toros, no es para nada natural. No es natural disfrutar del dolor de los
humanos ni de los animales, ni en los niños ni en los adultos. Se hace
aceptable socialmente tras un proceso de legitimación. Legitimación
que una vez conseguida se puede generalizar, aplicar a otros hechos,
procedimientos o actos.
La legitimación de la
violencia es más frecuente de lo que parece, a pesar de la premisa , tan
popularizada como inexacta, de que toda violencia es mala. La
legitimación de la violencia y su transformación en espectáculo ha sido es muy
frecuente en la historia. Recordemos algunas costumbres, por muy desagradables
que nos resulten.
Las escenas de circo romano en los cuales se echaba a
los cristianos a las fieras. O los espectáculos de ajusticiamiento de
criminales públicamente, que tan bien se describen en el libro El perfume”. Los
disidentes de Roma, los cristianos eran arrojados a las fieras, los condenados
por un crimen eran ajusticiados en el contexto de un espectáculo público, con
su dimensión de disfrute de sadismo canalizado hacia los condenados,
los delincuentes o disidentes.
En esos dos
espectáculos y en otros muchos, también había unos espectadores que, por
supuesto, legitimaban estas acciones que presenciaban. Quizás, algunos
hasta las disfrutaran. Dichas razones eran aceptables para ellos y no lo serian
ahora para nosotros.
Para justificar la
violencia y más aún, su espectacularización, hay que argumentarla sólidamente.
Encontrar razones que la hagan aceptable. En el análisis de
cualquier acto de violencia subyace un guion, que sintetiza las razones
utilizadas en la legitimación.
En el caso de la fiesta de los toros el guion
seria el siguiente: Me enfrento con un ser peligroso, utilizo mi mejor
conocimiento y la ayuda de otros, le engaño, aprovechando sus pautas
instintivas de comportamiento para después matarle. La
argumentación legitimatoria de la parte de la “fiesta” que consiste enfrentarse
con un toro que, ya en sí misma, me parece insuficiente. Podría ser
aceptable si la lucha fuese en igualdad de condiciones. Pero repito, la lucha
es desigual y asimétrica.
Así que no se encuentra un motivo legitimador,
aceptable, muy claro para realizar ni para reconocer esa lucha
desigual destinada de antemano al fracaso de uno de los contendientes. La
legitimación del espectáculo es aún más insuficiente e inaceptable. Si
además de ser innecesario y desigual, lo celebramos, lo aplaudimos,
disfrutamos, y lo pagamos, el guion previo y sus supuestos valores quedan
bastante más devaluados.
Pero, desgraciadamente, esos son únicos argumentos
legitimadores que aprendemos en la fiesta de los toros. Para niños y adultos,
asistir a una corrida implica un aprendizaje del ejercicio de violencia,
una legitimación de la violencia sádica encubierta por exaltación y
la consideración heroica de los toreros.
La aceptación de
violencia y los umbrales de tolerancia a ella han ido cambiando a lo largo de
la historia. No se ha perdido nada sustancial en las sociedades por ello,
ni se ha destruido la cultura de los pueblos. Se ha sustituido por otros actos
simbólicos más acordes con los valores humanos de empatía con el
dolor de los seres humanos y animales.
¿Para cuando dejaremos
nosotros de disfrutar de la mal llamada “fiesta” de los
toros?
Fuente: Diario Público
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