Por:
Ramón Ojeda Mestre
MEXICO | 11 DE FEBRERO DE 2013
El final de la llamada fiesta brava, está a la vista. Es inminente en la medida en que la
sociedad ha avanzado civilizatoriamente. Es, aunque sea colorido y emocionante,
un espectáculo de crueldad y de insensatez. No creo que vaya a desaparecer la
lidia taurina en su totalidad, pero sí como la conocemos ahorita. Tal vez
vuelva a sus tiempos heroicos o gallardos de la Taurocataxia de la isla de
Creta en la Grecia Minoica. Así estaba bien, aunque no dejaba de ser un asunto
de multitudes, así lo pensaban los clásicos desde la Era de Bronce. Sacaban al
ruedo al bravísimo y entero toro, sin afeites repugnantes y cobardillos en las
astas, esto es, sin despuntarlos para que el audaz y arriesgado joven se fuera
con tiento al burlar al burel entero.
La taurocataxia era más bien un acto
atlético o circense en que los luchadores le brincaban al toro por encima, lo
toreaban o lo montaban, lo driblaban, como dirían ahora en el futbol soccer y
hacían cuanta marometa se les ocurría para demostrar valor o pericia los hombres
(las mujeres no toreaban) y a la vez que entretenían a su público ya que en
aquellas épocas no había tanta diversión colectiva.
No es casual que Creta haya sido una cuna de la
civilización del mundo y que allí se haya practicado la taurocataxia en los
inicios. Era un juego de destrezas plásticas y de valor entre el torero y el
nobilísimo animal pero no había el ingrediente de crueldad de andarle metiendo
esas lanzadas desde la vendada montura del corcel del picador, o los
corredorcillos esos que en veces se la juegan más que el mismo matador y que se
llaman banderilleros por que le aplican seis ganchos afilados en forma de v
como pequeños arpones con los que todavía las bestias de Japón o Noruega matan
a las pobres ballenas.
Sí, las banderillas se llaman así porque traían en el
origen una pequeña bandera que afloraba en el momento de enganchar el morro del
novillo o toro como aún se ve en los rejoneadores que también están en
extinción.
Primero son las lanzadas de afilada punta de acero
sin gancho del "picador" el cual se solaza en hacer sufrir al burel
"recargando la vara" para hacerlo perder vigor y bravura y luego
vienen los seis arponazos de los banderilleros para seguir sangrando al animal,
para que finalmente el lidiador principal o matador pueda encontrar a la bestia
mermada y con lo que le queda de instinto y bravura al animal de cuatro patas,
embestir el capote o la muleta lo más que pueda hasta que le queda muy poca
fuerza y el torero saca la curva y larga espada para clavársela mortalmente, citando
con el engaño al pobre astado cuyo único pecado fue nacer bello, fuerte, bravo
y noble. Cosas que inventamos los humanos para desahogar nuestra tanatofilia.
Ya por todo el mundo se manifiestan enormes grupos
sociales en contra de la crueldad hacia los animales. Ya está en la
civilización moderna. Cuando los hombres nos matábamos a espadazos en la época
de Romeo y Julieta o de Alejandro el Magno o del crudelísimo Hernán Cortez,
parecía normal que también le metiéramos de estocadas al rumiante magnífico.
Hoy ya no. Hoy no cruzamos aceros, como los tres mosqueteros o como Cirano de
Bergerac cantado por Edmond Rostand y sus cadetes de la Gascogne, hoy nos damos
de balazos.
Si queremos seguir con el negocito de los toros, por
bello y emocionante que sea el espectáculo, por colorido, atávico o ancestral
que sea, tendremos que retirar las cuchilladas y volver al espectáculo
incruento con o sin capotes o de plano al final sacrificar de un balazo certero
al hermoso astado en el mero bulbo raquídeo para que no sufra.
Sabemos que a
los mexicanos les fascinan los cuernos y de allí su gusto por esta práctica,
qué, por cierto, se llama tauromaquia por lo de tauro y por lo de maquia que
viene de, machia o lucha en griego, de allí la palabra macho, luchador.
Chéquelo. rojedamestre@yahoo.com
Fuente:
El Sol de
México
No hay comentarios:
Publicar un comentario