lunes, 31 de diciembre de 2012

Manipulación Nuclear



Por: Javier Alonso
Médico
ESPAÑA    29 DE MARZO DE 2011
"Quiero pedir perdón a nuestras familias por el sufrimiento que les estamos haciendo pasar"
Son las palabras de uno de los responsables de los cincuenta de Fukushima, un grupo de más de 200 personas que tratan desesperadamente de evitar una catástrofe nuclear regando los reactores con mangueras. Como aquellos kamikazes que estrellaban sus aviones cargados de explosivos contra los navíos americanos tratando de evitar su llegada a las costas de Japón, sacrifican su salud y ponen es riesgo su vida -ya se han producido varios fallecimientos en ese grupo- intentando contener el escape radiactivo que se ocasionaría si el combustible de alguno de los reactores se fundiera completamente o si las piscinas donde se almacena el ya utilizado se quedaran sin agua.
Un escape radiactivo que tendría mucha menor magnitud que el ocurrido, tras la explosión y proyección a la atmósfera de toneladas de material radiactivo, hace 25 años en Chernobyl. En Fukushima el tsunami provocó daños que inutilizaron los sistemas de refrigeración, pero los reactores ya estaban en situación de parada de emergencia desde que se produjo el terremoto, las medidas de contención de las vasijas eran más sólidas -aunque puede que ya estén fracasando- y se dispone de más medios técnicos para atajar el accidente. Un escenario opuesto al que se vivió en la central soviética, en la que una combinación fatal de errores de diseño, gestión e intereses políticos originó la contaminación radiactiva de millones de personas y de la mayor parte de Europa.
La terrible desinformación que rodea a lo ocurrido en la central europea impide realizar una estimación veraz de su impacto en la salud. De esta circunstancia sacan provecho los grupos con intereses ideológicos o económicos en la energía atómica para manipular los resultados de los estudios y acercar las conclusiones a sus tesis. Es tal el grado de imprecisión que, en este momento, solo parece existir consenso en que la explosión se produjo, que la radiactividad se dispersó por toda Europa y que la onda expansiva y la exposición aguda a la radiactividad produjeron 30 fallecimientos. El resto de los efectos se ocultan, se exageran o se disfrazan. No se trata de discrepancias leves. 
En función de los intereses de la organización que suscribe el informe se pueden añadir o detraer entre uno y cuatro ceros al número de personas afectadas o fallecidas por tal o cual enfermedad. Un ejemplo de esta adulteración se aprecia en los datos sobre la incidencia de cáncer de tiroideo en la juventud que vivía en las zonas contaminadas. Las organizaciones pronucleares afirman que el número de fallecimientos por la neoplasia es pequeño, que dado el tumor es de fácil diagnóstico y que tras el tratamiento su supervivencia es mayor del 90%. Obvian referirse a los miles de casos que se están produciendo.
La fisión del uranio y el plutonio necesaria para que se libere la energía que se utiliza para generar electricidad en las centrales nucleares, origina varios residuos radiactivos que son los responsables últimos de los daños en la salud. Esta radiación ocasiona cambios y muerte celulares que, si tienen la entidad suficiente, acarrearán la falta de producción de elementos sanguíneos, lesiones digestivas o graves problemas neurológicos. Si la exposición ha sido muy intensa, el resultado será la muerte de la persona. Esta es la causa del fallecimiento precoz de los llamados liquidadores de Chernobyl que acumularon grandes cantidades de radiactividad tratando de contener el escape.
Por otra parte, si en lugar de destruirse la célula se produce una mutación no letal del ADN -la molécula que contiene nuestra información genética, nuestro genoma- los mecanismos de reparación tratarán de restablecer su integridad. Un objetivo que, si no se consigue, ocasionará el desarrollo de neoplasias como la leucemia o el cáncer de pulmón, de mama u óseo, o la aparición de mutaciones que eventualmente podrán transmitirse en forma de enfermedades hereditarias. Este tipo de efecto, a diferencia del que destruye la célula, ni necesita una dosis umbral ni es inmediato, pudiendo aparecer con exposiciones muy pequeñas y tardar decenas de años en manifestarse.
Aquí radica una de las principales discrepancias científicas del debate nuclear: la dificultad que existe para establecer una relación entre las dosis bajas radiación y la aparición de tumores. El riesgo de padecer un cáncer después de una exposición baja existe, pero al ser pequeño los estudios epidemiológicos no pueden cuantificarlo hasta que no transcurran decenas de años y se produzcan miles de casos. 
Esta dificultad allana el camino a los lobbies pronucleares permitiéndoles seguir afirmando que la energía atómica por su precio, seguridad y limpieza es la solución al problema del cambio climático. La página web del Forum de la Industria Atómica Japonesa, donde se informa cuatro veces al día del desastre nuclear de la central de Fukushima-Daiichi, sigue manteniendo la cabecera que tenía antes del accidente: "La energía nuclear, que no emite CO2, contribuye a la prevención del Calentamiento Global", un aforismo que sonaría a broma si no estuviéramos hablando de una tragedia.
Aunque la radiactividad incontrolada no altere de forma llamativa las estadísticas de morbi-mortalidad, el problema existe y es lo suficientemente importante para suscitar preocupación. Una inquietud que no se disipa con las simplistas tablas que muestran lo barata que resulta la electricidad que proviene de la fisión nuclear comparada con la de otras fuentes de energía.
Después de las catástrofes de Chernobyl y Fukushima las empresas responsables del deletéreo negocio nuclear deben arriar la bandera de la seguridad y están obligadas a aclarar si su energía resulta tan rentable una vez pagados los costes económicos que supondrán los dos accidentes. Asimismo deberían explicar en qué epígrafe de sus saneadas cuentas de resultados reflejarán las muertes y enfermedades que se producirán en los próximos 100 años como consecuencia de los escapes, y cómo se valorará el impacto de la contaminación de los ecosistemas con los isótopos radiactivos.
No tengo opinión acerca de si es el momento de que la industria de la energía pida disculpas por el sufrimiento que nos está haciendo pasar, pero tengo claro que las no demostradas ventajas de la energía nuclear son incapaces de compensar los riesgos a los que nos someten.
Fuente: DEIA.com

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