sábado, 29 de diciembre de 2012

La tercera trompeta del Apocalipsis



Por: Olga Merino
Periodista y Escritora
CATALUNYA    18 DE MARZO DE 2011
Desenterrada la pesadilla de Chernóbil tras la fuga radiactiva de Fukushima, el caballo ciego del terror galopa de nuevo sobre el planeta. En un sarcasmo del destino, cuando las autoridades soviéticas inauguraron la central nuclear de Chernóbil, de cuya explosión se cumplirán 25 años el próximo 26 de abril, instalaron frente a la entrada del complejo una estatua de Prometeo, el titán que robó el fuego a los dioses y a quien Zeus castigó encadenándolo a una roca para que un águila le devorara las entrañas. La eterna soberbia del hombre… También el Titanic salió del astillero con la jactancia de que ni siquiera Dios podría hundirlo. 
La ciudad de Prípiat, la más próxima a la planta atómica de Chernóbil, sigue siendo hoy un decorado fantasmagórico de nieve, abandono y desolación. Calles desiertas. Tiendas comunistas donde el tiempo se ha congelado y el rostro de Lenin asoma alucinado detrás de los escaparates rotos. La noria que gira vacía a merced del viento. El suelo de una vieja guardería cuajado de zapatitos. El espeluznante paisaje del fin del mundo, similar a las imágenes que llegan de Japón. 
El debate sobre la energía nuclear invita a la demagogia, pero no hay vuelta de hoja: o prosigue la carrera imparable, con todas las consecuencias, o conviene accionar el freno de mano. Cuando la humanidad se acerca al culmen de la civilización, con su paroxismo consumista y tecnológico, más parece retroceder hacia el medievo, una época oscura y apocalíptica, de miedo, fanatismo y superstición. Invisible, tenaz, silenciosa, la radiactividad se asemeja al azote de la peste bubónica. 
Hubo quien quiso ver en los versículos del Apocalipsis de San Juan la profecía bíblica de una catástrofe nuclear: «El tercer ángel tocó la trompeta, y una grande estrella que ardía como una antorcha cayó del cielo, sobre la tercera parte de los ríos y sobre las fuentes de las aguas. Y esa estrella tiene por nombre Ajenjo». 
La palabra chernóbil significa en ucraniano «hierba negra», y a menudo se traduce simplemente como «ajenjo», una planta de sabor muy amargo.

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