Por: Carlos Santamaría Ochoa
TAMAULIPAS • 27 DE ENERO DE 2009
No cabe duda que somos
los seres humanos bien curiosos: nos quejamos de las vejaciones a los derechos
humanos, criticamos a los asesinos que se han metido en oriente a matar
indiscriminadamente, a los otros que llegan a Pakistán o a Irak a asesinar a
sangre fría a hombres, mujeres y niños, sin embargo, consentimos atrocidades
que nos causan gracia y son sujetas, además, a ser registradas en el famoso
libro de récords Guiness. Se llama Michelle Lagravere el niño asesino,
lujosamente vestido de luces por un irresponsable que aparece como su padre,
del mismo nombre y apellido, y que se enorgullece de la “hazaña” de su hijo.
La tauromaquia ha sido
objeto de innumerables comentarios positivos y negativos, y el más reciente es
la convocatoria para el próximo 1 de febrero, en que Anima Naturalis ha
organizado una mega marcha en el Distrito Federal contra las corridas de toros,
en un esfuerzo por quitar el espectáculo de vida y muerte de nuestra nación. La
desigual lucha que se libra entre un animal y un toro hace pensar que estamos
mal los seres humanos: como antes, nos vanagloriamos de la fuerza que se exhibe
contra un ser aparentemente indefenso que, nervioso y asustado ante tanta gente
y el trato desigual que se le proporciona antes de salir al ruedo (costalazos,
palos y corte de sus cuernos para que no sea tan peligroso en muchas ocasiones)
trata de salvar su vida del ataque de un hombre con capote, otros con
banderillas que no son más que arpones, y un picador que cobardemente le clava
una lanza (le llaman puya) en el cuerpo para que se desangre y pierda fuerza,
bajo el pretexto de que se puede ahogar con el esfuerzo y su sangre;
finalmente, un tercio más, cuando el torero sale con la muleta y estoque a
terminar su “hazaña”: clavar el estoque y ganar como premio una o dos orejas y
en ocasiones, el rabo.
Pues bien, en Mérida,
Yucatán se presentó el pequeño “matón”, lujosamente vestido con un costoso
traje de luces en tono amarillo y oro, para lidiar, entre otros, a “Chapulín”,
“Querendón” y “No que no”, para luego tener otros tres ejemplares, logrando
cortar dos orejas por su valor para matar. El presidente de la Asociación
Mexicana de Tauromaquia Pedro Haces Barba dice que hacen falta figuras en el
toreo. El padre del niño, Michelle Lagravere se ufana del valor de su hijo. Claro,
la explotación está a todo lo que da, porque es natural que el padre cobra
porque su hijo mate toros, porque se convierta en su orgullo, sin que haya
organización o autoridad que frene estos abusos.
En primera instancia, no
estamos de acuerdo con la política de hacer de la tauromaquia una fiesta común.
Hemos sido testigos de muchas tardes en que los matadores parten plaza: Eloy
Cavazos, Manolo Martínez, “Curro” Rivera, Antonio Lomelí y otros más, pero no
de un pequeño de once años que, en lugar de salir a jugar con sus iguales, de
tener su escuela primaria en la mente y las tareas de ciencias sociales o
geografía tiene que pensar en qué acero es mejor para matar a un toro de lidia.
Es cuando recordamos el trabajo del Rey Mono Benjamín Santamaría, allá en el
Canadá donde defiende los derechos de los niños y las niñas en un trabajo que
fue publicado y avalado por UNICEF, y denostado en nuestro país, porque aquí a
casi nadie le interesa cuidar a nuestra niñez.
Seguros estamos que una
barbaridad como la sucedida en el estado de Yucatán aquí no hubiera sido
permitida, porque el DIF Tamaulipas ha trabajado muy fuerte durante años para
cuidar la integridad de los niños. ¿Qué pasaría si un toro “asesino” clavara un
pitón al pequeño de once años, destrozando órganos vitales? Seguramente el
padre se preocuparía mucho, pero no por la salud de su pequeño sino porque se
le irían las ganancias que tiene por hacer de su hijo un pequeño torero. Tan
grave es permitir que un hijo salga al ruedo a exponer su vida ante un toro
como obligarlo a drogarse, violarlo o hacerlo delincuente. Es igual: estamos
acabando con su infancia.
¿Dónde está UNICEF?
¿Dónde está el DIF Yucatán? ¿Dónde está el DIF Nacional?, o ¿Dónde está la
Comisión de Derechos Humanos? Es grotesco ver al pequeño enano vestido de
luces, salir orgulloso porque se va a convertir en el asesino de toros más
pequeño del mundo, y eso le va a garantizar un sitio en el libro Guiness. ¿Dónde
hemos dejado los valores hacia los hijos?
Entiendo que queramos
hacer de nuestra vida lo que sea, bueno o malo, y que finalmente asumamos la
responsabilidad, pero también entiendo que lucrar de esta manera con la de los
hijos es una de las más grandes canalladas que puedan existir. Al pequeño,
nuestra tristeza por haber permitido ser explotado por un irresponsable padre,
y a éste, nuestro desprecio y el deseo de que pudiera quitársele la patria
potestad, la responsabilidad para con su hijo, al que expone en cada tarde de
luces, entre los pitones del toro y el cheque que seguramente cobra en cada
ocasión.
Ojalá alguien pueda
detener estas atrocidades. Y sucede que luego nos espantamos de lo que pasa en
el mundo, cuando estamos igual… o peor. Comentarios: santamariaochoa@prodigy.net.mx
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