miércoles, 2 de enero de 2013

Adiós a la energía nuclear



Por: Paco Puche
ESPAÑA    20 DE ABRIL DE 2011
El cambio climático y el final del petróleo barato habían venido como anillo al dedo a los partidarios de la opción eléctrica nuclear. Mantenían que ésta era limpia, no emitía CO2, era más barata que la solar y, con las nuevas maneras, bastante segura. Se anunciaba ya una nueva era de renacimiento nuclear. Pero Fukushima ha venido a estropear la fiesta a los pronucleares.
Si las emisiones comparativas de CO2 y los costes se debaten sobre el papel, la seguridad se manifiesta en los hechos sobre los que no cabe disquisición alguna. Que los costes no son más bajos, en el caso del kilowatio nuclear respecto al solar o eólico, lo demuestra el hecho de que en EEUU, por ejemplo, desde 1973 no se había pedido licencia alguna para construir una nueva central nuclear hasta no hace mucho. En la Europa de los 25 hay ahora 17 centrales menos que en 1990, y en todo el mundo 23 más solamente (el 5% de aumento en doce años) Que las emisiones de CO2 son mayores de lo que defienden los pronucleares, se evidencia teniendo en cuenta todo el ciclo de vida de una central: desde la cuna a la cuna.
El ciclo de vida de la energía nuclear y sus residuos
La energía nuclear que se utiliza para producir electricidad, lo que hace es calentar agua a altas temperaturas que, convertida en vapor, mueve una turbina, la cual genera electricidad en un alternador. El combustible es una sustancia llamada uranio, que se encuentra en determinadas rocas, y que tiene la propiedad de desintegrarse con facilidad emitiendo mucha energía, que es la que caliente el agua. Desde el uranio natural a las barras de uranio del reactor nuclear se han de dar una serie de pasos que se describen en el gráfico siguiente:

El orden de magnitud de todo lo que se mueve en la minería del uranio queda bien reflejado en las siguientes cifras: 156 toneladas de roca, aportan una tonelada de mineral de uranio del que se obtiene un kilo de uranio; y de ese kilo sólo un 0.7% es U235, que es el que se necesita en las centrales: o sea para 7 gramos de U235 hay que remover mil kilos de mineral y ¡156 toneladas de rocas! Todos estos pasos y las tareas de instalar las centrales, desmantelarlas al final de su vida útil, almacenar las partes que restan con radiactividad y todos los residuos dan lugar a mucho consumo de energías fósiles y a la emisión de gases de invernadero. Esto hace sostener a muchos autores, con probada solvencia, que teniendo en cuenta todo el ciclo de vida de las centrales -y si los minerales son de bajo contenido metálico- las centrales nucleares producen más gases de efecto invernadero que una central térmica de ciclo combinado (1). La energía nuclear no es solución para frenar el cambio climático como sostienen sus defensores.
Asímismo, la inversión en una central nuclear es de más de 2000€ por kW de capacidad y para las eólicas es sólo de 900€ /kW. La industria nuclear es, hablando financieramente, una auténtica ruina que sólo se sostiene con subvenciones y leyes propicias (tiempo largo de duración, pocas responsabilidades en caso de accidente, uso militar, etc.) Si tenemos en cuenta que un reactor de mil Megawatios (que es el tamaño medio) produce al año unas 33 toneladas de residuos, los cuales emiten radioactividad que pueden durar desde unos pocos segundos hasta miles de años, el almacenamiento y cuidado de los mismos eleva enormemente los costes de esta energía, por lo que no pueden ser tenidos en cuenta a la hora de compararlos con la de otras fuentes. ¿Cuanto vale el salario de una persona durante cientos de miles de años? Aún así, sin computar estos costes, necesita otras subvenciones y privilegios. La energía nuclear es inconmensurablemente cara.
Del uso civil al militar sólo hay un paso
Una central nuclear de mil MW de potencia produce como residuo entre 200 y 300 kg de plutonio cada año, y si se posee capacidad de reprocesamiento se pueden obtener entre 20 y 30 bombas atómicas. Calculando en todo el mundo, en 2006, unas reservas de plutonio de procedencia civil de unas 230 toneladas, contabilizamos el doble del contenido de las 30.000 cabezas nucleares existentes. Cuando se dice que la energía nuclear está vinculada a usos militares, estas cifras dan buena cuenta de ello. Y su carácter limpio queda en entredicho.
Hemos visto que de cada kilo de uranio natural que se extrae de las minas sólo se obtiene el 0.7% de U235, el que necesitan como combustible los reactores ¿Qué pasa con el 99.3% restante? Que es una clase de uranio distinta de mayor peso atómico, el isótopo U238. Este U238 es el que se transforma en plutonio del que se obtienen bombas atómicas. El U238 emite partículas alfa altamente energéticas que pueden ocasionar graves problemas de salud cuando entran dentro de nuestro organismo y como tiene un periodo de semidesintegración de unos 4.500 millones de años (en ese tiempo queda reducido a la mitad de su masa) supone una fuente de radiaciones eterna.
Estas grandes cantidades de U238, aparte de para producir plutonio, sirven en otros uso militares: para fabricar obuses antitanques que tienen una gran penetrabilidad y son muy inflamables, como se hace ahora en Libia donde se lanzan bombas con ojivas de uranio “empobrecido”, que es como se llama vulgarmente a este tipo de isótopo de uranio. El U235, el de los reactores, tiene una vida media de 713 millones de años. Otra fuente eterna de contaminación. Como cualquier otro mineral contenido en la corteza terrestre tiene un stok limitado, que se calcula en menos de 50 años al ritmo actual de extracción. Si tenemos en cuenta que sólo representa el 2% de toda la energía primaria mundial, es una imposible alternativa a la escasez de petróleo y gas que se nos avecina.
Riesgos de las centrales nucleares para la salud y el medio ambiente
Los seres vivos hemos coevolucionado con una radiación de fondo natural procedente del cosmos y de la formación de la Tierra. A medida que ha pasado el tiempo la radioactividad del planeta ha ido disminuyendo por las leyes físicas del decaimiento radiactivo. Así las bacterias son mucho menos radiosensibles que los mamíferos, por ejemplo. Pero a partir de 1942 el uso creciente industrial, militar, científico y médico de la energía atómica está incrementando fuertemente el nivel de exposición que sufren las poblaciones humanas a las radiaciones y esta contaminación afecta cada vez más a la salud pública. “Existe una notable evidencia científica de los múltiples riesgos para salud y el medio asociados a los centenares de accidentes e incidentes nucleares producidos durante más de cincuenta años que han ocasionado miles de víctimas y afectados” (2)
La exposición a las radiaciones puede ser externa o interna. En el primer caso la fuente está fuera del organismo en el segundo ha sido ingerida o inhalada y opera mientras siga dentro en función de su vida media biológica. Así, el plutonio 239 tiene una vida media en el pulmón de 300 días, en los ganglios de 1.500 y 82 años en el hígado (vida media es el tiempo que la mitad del radionúclido se elimina). La buena noticia es que más del 95% del uranio que penetra en el organismo es eliminado (3). La mala es que se acumula en el organismo y actúa de forma similar al calcio, depositándose en los huesos y produciendo una irradiación interna que puede llevar a consecuencias patológicas e incluso letales.
Estas características de las radiaciones: de extenderse ampliamente en el espacio y en el tiempo, de ser acumulativas, de propagarse a través de las cadenas tróficas y del agua y de causar serios problemas a la salud (cánceres diversos, mutaciones, teratogénesis, formación de radicales libres, etc.), las hacen especialmente peligrosas para los seres vivos, que además no tienen medios fáciles de detectar su presencia, ni forma de preservarse más que alejándose del foco emisor, que no puede ser el caso si lo tienen incorporado.
El porvenir de una ilusión
De la energía prometida en los años cincuenta, que no necesitaría ni de contador por su abundancia, hemos pasado a una energía inconmensurablemente cara, peligrosa y militarista. En lo relativo a la energía nuclear todo es descomunal, incluido el miedo que suscita. Sobre la seguridad de las centrales ha pasado lo mismo que con el mito de la abundancia, que no para de haber situaciones imprevistas que dan lugar a accidentes, que afectan a millones de personas, por decenas de años. Otro mito increíble.
Si antes de Fukushima, sólo el 12% de los europeos eran partidarios de esta clase de energía, a partir de ahora “el público recelará para siempre de la energía nuclear”. La pregunta que hay que hacerse ahora es cuánto tiempo se tardará en desmantelar los 450 rectores nucleares que hay dispersos en 31 países, antes de que sea demasiado tarde. La lucha que se avecina será la relativa a acortar la vida de las centrales aún existentes. Más complicado va a resultar la desnuclearización militar tal como preveía el Tratado de Proliferación de Armas Nucleares, de 12 de junio de 1968, de la Asamblea General de NNUU, que en su artículo VI establecía que “cada Parte en el Tratado se compromete a celebrar negociaciones de buena fe sobre medidas eficaces relativas cesación de la carrera de armamentos nucleares en fecha cercana y el desarme nuclear y sobre un tratado de desarme general y completo bajo estricto control internacional”. Para eso hemos de retomar la vía del pacifismo radical.
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Referencias:(1) Rodríguez Farré,E. y López Arnal, S. (2008), Casi todo lo que desea saber sobre los efectos de la energía nuclear en la salud y el medio ambiente, El Viejo Topo, p. 135(2) Ibidem, p. 248(3) Cirera, A., Benach, J., y Rodríguez Farré, E. (2007), ¿Átomos de fiar? Impacto de la energía nuclear sobre la salud y el medio ambiente, Los Libros de la Catarata, p.47
Fuente: EcoPortal

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