lunes, 31 de diciembre de 2012

El vertido de agua radiactiva afectará a toda la cadena trófica



MADRID    5 DE ABRIL DE 2011
Salvo las bacterias, que son altamente radioresistentes, y los insectos, seguramente toda la cadena trófica se verá afectada por el agua radiactiva vertida al mar en el entorno de la central nuclear de Fukushima. No se puede asegurar al cien por cien «porque no conocemos exactamente lo que se ha vertido», explica Eduardo Rodríguez-Farré, radiobiólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Desde la operadora de la planta nuclear japonesa (Tepco) se asegura que se trata de agua radiactiva de bajo nivel. Para Rodríguez-Farré «lo más probable es que lo que contenga esa agua sean los restos de todo lo que se arrastró desde el reactor al intentar enfriarlo o desde las piscinas de combustible gastado». En todo caso, tanto en un sitio como en otro –explica- hay unas cantidades enormes de isótopos radiactivos de muchos elementos. «Y todo ello tiene, sobre todo al principio, una actividad muy alta».
Entre esos contaminantes puede haber yodo 131, cesio 137, plutonio y cobalto 60, muchos de ellos altamente radiactivos. «Bien es cierto que en cuestión de meses algunos van a ir desapareciendo –matiza el investigador del CSIC- pero otros van a durar muchísimo tiempo porque tienen vidas medias o largas. De vida media es, por ejemplo, el cesio 137, que tiene 30 años de vida media, lo que quiere decir que en ese tiempo solo habrá desaparecido la mitad. Pero otros radioisótopos permanecen a largo plazo como es el plutonio, que tiene una vida media de 24.000 años, y otros productos similares, aunque están en más pequeñas cantidades».
Se desconoce el impacto biológico
Al igual que ocurre en las piscinas de refrigeración, algunos de estos isótopos van a desaparecer, como el yodo 131, que lo hará previsiblemente en más de un más mes, pero otros como el cesio 137 o el estroncio 90 van a durar mucho. «Esto en poco tiempo entra en las cadenas tróficas», insiste el investigador, uno de los mayores expertos internacionales en radiaciones nucleares. «Se incorporan a las algas, al micropláncton, de ahí pasan a los peces y a los vertebrados (moluscos, etc), y como el pez grande se come al chico, se produce lo que se llama la biomagnificación y se va acumulando en los peces que están más arriba en la escala trófica (atún, pez espada, tiburón) y esto acaba llegando a las personas con el agravante de que muchos de estas especies son migratorias».
No obstante, Rodríguez-Farré advierte de que lo que se ha estudiado más ha sido «cómo pasan los radionúclidos de un sistema a otro ecológicamente, la transferencia hasta que aparece en la leche, por ejemplo». En el caso de los ecosistemas marinos estos ciclos son muy largos y complicados, además de que en función de las características químicas de cada isótopo va a variar cómo se transfiere de un sistema ecológico a otro, «y tampoco sabemos si esa agua es ácida o alcalina», matiza. Por eso, no se atreve a precisar cuál puede ser el impacto biológico, aunque reconoce que también «es posible que haya alteraciones de los equilibrios en la fauna».
Como criterio general, explica el investigador, se considera que cuanto más activos son los organismos también son más radioresistentes. Así, la resistencia de los invertebrados es enormemente superior a la que pueda tener un mamífero. «Hay organismos que resisten centenares de cibers, incluso hay una bacteria que habita en el agua de los reactores atómicos, pues son organismos capaces de vivir bajo un campo radiactivo inmenso. Esto se debe a que la vida ha evolucionado en el planeta bajo un fondo radiactivo, pero la radiactividad va disminuyendo a medida que pasa el tiempo. Entonces desde que se formó el planeta hasta ahora ha disminuido enormemente, solo el hombre ha incrementado la radiactividad en el planeta, con toda la tecnología nuclear, las bombas, etc...».
Fuente. Diario ABC



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